jueves, 31 de enero de 2008

El Programa 2008, de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía.




C’s ya dispone de su Programa para las Generales. Un programa igualitario para todos los ciudadanos de España, progresista, moderno y de centro-izquierda no nacionalista.

Además de la Reforma Electoral. Reforma Constitucional para corregir privilegios. Limitación de Mandatos, y un Pacto Nacional de Educación para dotar de control y competencias al Estado, y entre muchas más, destacamos estas:


* Estandarización de los salarios de los políticos.
* Voto en blanco con representación mediante escaños vacíos.
* Defensa de los animales.
* Constitucionalización del régimen local.
* Aumento de las competencias del estado en educación.
* Educación de 0 a 3 años universal y gratuita.
* Derecho a la educación en lengua materna.
* Bilingüismo en las CCAA con lengua cooficial.
* Fomento de la diversidad lingüística (que todas las escuelas españolas ofrezcan una segunda lengua española como optativa).
* Derecho a "hacerse saber".
* Control de las ETT.
* Vivienda social como prioritaria para asegurar un derecho constitucional.
* Subida del salario mínimo interprofesional (SMI).
* Fondo de reserva de pensiones anual (0'1%).
* Eutanasia (derecho a una muerte digna).
* Aborto (regulación de los plazos para abortar).
* Acceso a la píldora del día después.
* Regulación de la Prostitución.
* Aumento del límite de velocidad en autopistas y autovías.
* Despenalización y regulación de la producción y distribución del cannabis tanto para consumo particular como para uso terapéutico.
* Voto de los inmigrantes en las municipales.
* Deportistas que no pagan impuestos no podrán representar España.
* Impulso del deporte de base y de élite.
* Atención a las personas mayores y dependientes.
* Atención a los discapacitados.
* No al canon digital.
* Conciliación de la vida laboral y familiar.
* Ayudas a las familias.
* Lucha contra la indigencia y la marginalidad.

domingo, 27 de enero de 2008

Joaquín Leguina. Destino: Yugoslavia



El acuerdo político entre nacionalistas (Galeuscat: gallegos, vascos y catalanes) que el lehendakari, Juan José Ibarretxe y Artur Mas recitaron a dúo el pasado 17 de enero, con la vista puesta en las próximas elecciones generales, es apenas el aperitivo de una estrategia separatista que se esconde detrás de un eufemismo: "El derecho a decidir". De eso habló el lehendakari Ibarretxe en Barcelona ante la Plataforma PDD (¡ojo al parche!) "Plataforma por el Derecho a Decidir", organizador: Círculo de Estudios Soberanistas. ¿A dónde quieren llevarnos éstos?, sería la pregunta más pertinente. Destino: Yugoslavia, sería la respuesta.

Sin embargo, hay esperanza, porque el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero sostiene (13-I-2008) que Cataluña no es una nación: "El Estatuto Catalán lo único que enuncia —en su preámbulo— es que el Parlamento catalán ha dicho que Cataluña es una nación, pero no reconoce a Cataluña como nación", para añadir tímidamente: "constitucionalmente parece que el término nación está reservado a España". Desde su rebosante optimismo, Zapatero continúa: "Yo creo que (el Estatuto de Cataluña) fue un acuerdo muy acertado, porque fue pacificador". ¿Pacificador? Sorpresa en el auditorio.

En cualquier caso, las elecciones debieran servir para aclarar el galimatías nacional y, si parece que la palabra nación sólo es aplicable a España, bueno sería que lo supieran los de Galeuscat. ¿De qué manera? Mediante un acuerdo entre los grandes partidos que deje definitivamente claro que con estas cosas no se juega.

Que la Constitución no es una goma de elasticidad infinita y —de paso— que a ese Círculo de Estudios Soberanistas se le subvencione para que se instale definitivamente en Yugoslavia, donde podrá realizar varios e interesantes trabajos de campo.

A ver si, de una vez, nos ponemos socráticos y entendemos que toda persona que trabaje en política para promover el conflicto en su propio beneficio o en el beneficio de los suyos no es verdaderamente un político, sino un delincuente habitual.
Joaquín Leguina

En toda España. "¿Vas a seguir tragando? ¡Coge aire!"








Ciudadanos se presenta en todas las circunscripciones españolas.

Ciudadanos defenderá los deberes y las libertades de todos los ciudadanos y la unidad de España para que todos los ciudadanos vivan donde vivan tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades reales que el resto. Una España sin barreras laborales ni lingüísticas donde no se llame emigrante a un ciudadano que se cambia de piso de Murcia a Barcelona.

Ciudadanos se presenta como “el voto de la ilusión y sobretodo como el contrapunto a la sobredosis de PP y PSOE. Rivera ha afirmado que “nos obsesionaremos con la educación hasta que la escuela pública sea excelente y los padres tengan el derecho constitucional de educar a los hijos en cualquiera de las lenguas cooficiales de su territorio”. “No pienso dejar que los nacionalistas se apoderen también de mi lengua, que conviertan la lengua en un arma”, dijo Rivera.

Ciudadanos es contrario a la “política de cheques” porque “nosotros queremos hablar de sanidad, guarderías públicas para todos los padres”

Ciudadanos ha reprochado tanto al PSOE como al PP “no haber trabajado lo suficiente” en el tema de la vivienda.

Para Ciudadanos “los nacionalismos evitan que se resuelvan los problemas reales de los ciudadanos y crean desigualdades”. Por eso, se planteará una reforma de la Ley Electoral para conseguir una distribución equitativa entre votos y escaños”.

Ciudadanos defenderá una nueva regulación de la Ley del aborto y de la regulación de la prostitución, una situación y un problema “al que no hay que girarle la cara”. El programa electoral incluye una limitación a dos legislaturas para estar en un cargo y pide una racionalización de los sueldos.

martes, 22 de enero de 2008

Carta abierta a los que dudan, y alguna vez han apoyado el proyecto de Ciudadanos.



Compañeros, no nos importaría que se produjera una coalición aun que fuera a última hora entre C’s y UPD, pero eso, lo veo imposible. El tiempo apremia, ésta es la oportunidad que esperábamos para iniciar el camino de la tercera España y como bien sabéis, las perspectivas de UPD en Cataluña no son muy buenas y todo pasa porque C's, logre su escaño en Madrid. Así, tal y cómo están las cosas, es imprescindible que el voto no nacionalista de la tercera España vaya a C-PC. Después de las elecciones ya veremos como queda cada uno, y se podrá, otra vez, iniciar los contactos si fuera necesario para llegar a esa unión si los personalismos no lo impiden.

En el resto de España tampoco está claro que UPD saque representación por sí sola, ni siquiera en Madrid, dónde además C’s, que tiene los suficientes afiliados y simpatizantes como para restarle miles de votos a UPD, también compite.

Por el bien del proyecto que nos hemos propuesto, creo sinceramente, que hay que votar a C-PC en toda España, pero con mayor motivo en Cataluña.

Bien lo sabéis, C’s y UPD surgieron de una necesidad social, yo diría que hoy en día la necesidad social ya és desesperante y urgente, no podemos dejar pasar ésta oportunidad de intentar que llegue el sentido común a la política de Estado. Según creo, hay que priorizar, y lo primero és qué llegue nuestras propuestas, y la voz de una tercera vía al Congreso. La solución no es UPD, que se ha aprovechado de nuestro trabajo, y ha formado una maquina electoral personalista con la que según creen, llegarán al Congreso..

Que no se haya llegado a la fusión o coalición, me parece tan tremendo e inexplicable que si no conociera la trayectoria de Rosa Diez, creería que es un submarino del PSOE, puesta ahí, exclusivamente, (sin ella no existiría UPD) para joder el proyecto que con tanta pasión iniciamos, y evitar el asentamiento de un tercer partido que pudiera hacer sombra al PSOE. Porque la verdad, a quién se le puede ocurrir ir por separado, si no tiene el propósito de dañar el proyecto. Divide y vencerás.
Javier Casas

lunes, 21 de enero de 2008

Es de izquierdas la política del PSOE?- l

















Con frecuencia, desde las filas del PP, se atribuye a Rodríguez Zapatero la condición de izquierdista radical. La calificación, por lo general, forma parte de la escaramuza política, un gesto simétrico al que desde el PSOE lleva a describir al PP como la “derecha más extrema”. Su sentido último merece pocas dudas: se busca descentrar al rival –o al menos describirlo descentrado— para apropiarse del espacio político así desalojado. La estrategia es rudimentaria, con supuestos intelectuales endebles, pero, por lo común, eficaz.
El caso español presenta una peculiaridad: la etiqueta “derecha” es algo más que una descripción, es un estigma. La derecha, que no lo ignora, evita presentarse como tal. La asimetría es manifiesta. Mientras la derecha tiene problemas para aceptar públicamente su condición política, y de ahí el reproche “de andar con complejos” por parte de sus ideólogos de expresión más contundente, la izquierda no duda en lucir su divisa con orgullo. Incluso el presidente del gobierno dice de sí mismo ser “un rojo”.

Pero, ¿es realmente Rodríguez Zapatero un extremista? ¿Está justificada la calificación de “izquierda radical”? Sin entrar en muchas honduras, hay datos que, cuando menos, dificultan las respuestas urgentes. Desde luego tiene poco que ver con la izquierda tradicional la colusión de intereses entre poderes económicos y grupos de influencia en las instancias de decisión económica del gobierno que ha revelado la polémica en torno a la OPA de Endesa y la CNMV. Tampoco se puede considerar un triunfo de la justicia distributiva el descenso de la participación de los sueldos y salarios en el ingreso nacional hasta un mínimo histórico en el último año. Incluso hay dudas respecto a las afiliaciones electorales cuando, como sucede en Cataluña, la izquierda supuestamente más radical, ICV-EuiA, los comunistas-verdes, han recogido más votos entre las clases acomodadas (10%) que entre las humildes (7,5%). Llamativamente, el orden se invierte en caso del PP: 9,3 y 9,7, respectivamente.

Resultaría precipitado exprimir esos datos, fragmentarios y circunstanciales, para concluir que, en realidad, el PSOE representa los intereses de los poderosos. Sería injusto con su historia y, seguramente, con sus propósitos. Pero en política no siempre los propósitos, y mucho menos las declaraciones, se traducen en realizaciones. Las páginas que siguen intentarán mostrar que algo de eso puede suceder con el PSOE; más exactamente, que si nos atenemos a los valores y propuestas que tradicionalmente se asociaban a la izquierda, hay razones para considerar injusta la calificación de “izquierda radical”, por no decir, la de izquierda sin más.

Vale decir que la responsabilidad no es exclusiva del PSOE. El PSOE es, seguramente, el síntoma más agudizado de un proceso más general de empobrecimiento ideológico y programático de las izquierdas que ha tenido su expresión más decantada en la transición de un discurso atento a “la desigualdad” y “lo económico” a otro centrado en “la diferencia” y “lo cultural”. En ese sentido, buena parte de las reflexiones que siguen tienen un alcance más general. No es menos cierto que, en el caso español, ese nuevo discurso, por lo general plúmbeo, ha encontrado una traducción reconocible: una política territorial legitimada en nombre de “la pluralidad”, “la diversidad”, “el reconocimiento” o “la identidad”. Aprovecharé esa terreno para ejemplificar mi tesis.

La paradoja de la conquista de la democracia

Según el ideal democrático, en su versión más clásica y optimista, acorde con algunas experiencias de la antigua Grecia, todos los ciudadanos deliberan hasta recalar en decisiones acordes con el interés general. Participación, deliberación y compromiso con el interés general constituyen piezas vertebrales de esa idea de democracia. Las decisiones justas, que encontraban su traducción en las leyes, eran la consecuencia práctica del ejercicio público de la razón, del diálogo democrático entre todos los ciudadanos. Las opiniones, cribadas imparcialmente, darían pie a decisiones justas, a leyes que asegurarían que nadie estaría sometido al poder arbitrario de nadie. Los protagonistas de la deliberación modificarían sus juicios a la luz de las mejores razones. Ese era el ideal que inspiró las revoluciones democráticas, el germen ideológico de la izquierda.

Sin embargo, el resultado final, las democracias realmente existentes, resultado en buena medida de las luchas políticas de la izquierda (por la universalización del voto, por el control del poder), se alejan bastante de aquel ideal. La participación, la deliberación y el compromiso con el interés general se han visto sustituidas por la representación, la negociación y las preferencias (los votos) basados en los intereses. La teoría de la elección racional ha descrito bastante bien su funcionamiento. Los políticos profesionales compiten por los votos de unos ciudadanos que basan sus preferencias en sus intereses. Ni políticos ni ciudadanos están preocupados por el interés general. Simplemente, al modo del mercado, los primeros, en aras de su propio beneficio, han de estar atentos a los intereses de los segundos.

Según sus defensores, la moderna democracia liberal, la de la competencia entre partidos, la negociación y los intereses, permite alcanzar buenos resultados, al menos tan buenos los de la democracia ideal y desde luego menos improbables. Por lo menos, dirán, podemos penalizar a quienes lo hacen mal. Los partidos, si quieren mantenerse o conseguir el poder, han de realizar una gestión eficaz o, en el caso de estar en la oposición, denunciar los errores de quienes gobiernan. En el interés de los políticos está denunciar los errores de sus rivales y ofrecer propuestas interesantes. El “aceite del odio” es suficiente para asegurar el día a día: nadie es virtuoso, pero, si quiere mandar, tiene razones para sacar los trapos sucios de quienes mandan. La desconfianza mutua entre los políticos asegura que la maquina democrática marche sin necesidad de ciudadanos informados o vigilantes, sin reclamar vocaciones participativas a los ciudadanos. Los tantas veces, y tan hipócritamente denunciados, intereses partidistas son, en realidad, el combustible del mecanismo democrático.

No son pocos los problemas de esa democracia –entre ellos que hace improbable la selección de los mejores--, pero tampoco es esta la ocasión de recordarlos. Aquí sólo nos interesa ver cómo condiciona los comportamientos políticos, en particular, como ha impuesto, en el caso de la izquierda, una serie de cambios estratégicos derivados todos ellos del propio mecanismo de la competencia electoral y que están en el origen de la descrita evolución (“pragmática”). Si se quiere formular el clave paradójica, se podría decir que la realización (parcial) de los ideales ha conllevado una modificación (adaptativa) de los ideales. Vale la pena recordar algunos de esos cambios:

1. El debilitamiento de la identidad ideológica.

En sociedades con profundas y nítidas divisiones sociales, entre ricos y pobres, cabe aspirar a obtener la mayoría con un programa que recoja de modo inequívoco los intereses de los desposeídos. Cuando, las líneas de demarcación social se multiplican, los intereses se diversifican, los programas de perfiles nítidos, claros y distintos siempre acaban por resultar inconvenientes para alguien con capacidad de voto. En esas condiciones, los partidos políticos que aspiran a gobernar se encuentran en un dilema entre identidad y gobierno. El mejor modo de asegurarse el acceso es el poder es prometer a todos sin molestar demasiado a nadie. Una función que cumplen a la perfección los programas con perfiles vagos, sin aristas estridentes, eso que se da en llamar “de centro”.

2. El alto coste de la revolución.

En su versión más optimista, los procesos revolucionarios suponían, invirtiendo el refrán, “hambre para hoy, pan para mañana”, un periodo de incertidumbres y sacrificios que encontraban su justificación en un cambio en la distribución del poder que redundaba en una mejor situación futura de los más pobres. La revolución, para aquellos que no tenían nada que perder, “salvo sus cadenas”, no era una inversión arriesgada. Ahora bien, cuando, los que están peores tienen algo que perder, los resultados son inciertos y los ciclos electorales son más cortos que los procesos revolucionarios, ningún partido se embarcará en procesos de cambio radical. Para bien o para mal, las elecciones inmediatas son el único horizonte temporal que los partidos políticos pueden contemplar. Nadie vive hoy de lo que ganará mañana. En muchos sentidos poco discutibles ello incapacita a la democracia para enfrentar retos importantes (ambientales, presupuestarios, demográficos) que requieren cambios radicales, entre ellos renunciar a hábitos asentados. Al final, el refrán se impone en su genuina versión: “pan para hoy, hambre para mañana”.

3. La oligarquización de los partidos.

La competencia alienta la aparición de los políticos profesionales con intereses propios que no coinciden necesariamente con los de los votantes y cuya defensa, muchas veces, lleva desatender los principios ideológicos que dieron origen a los partidos. La preservación del poder se impone a cualquier otra consideración. Ello no supone maldad o mendacidad –una disposición “traidora”— de los dirigentes que siempre encuentran una justificación para su “moderación”. Por ejemplo, pueden decirse que, a la luz de nueva información, de la responsabilidad asociada a sus cargos, hay que aplazar la realización de los proyectos, moderar las propuestas para no poner en peligro las tareas iniciadas y su personal gestión.

4. La prioridad de lo propio.

Una de las fibras ideológicas más genuinas de la izquierda fue el internacionalismo. También aquí había una frase acuñada: “los obreros no tienen patria”. El internacionalismo era un corolario inmediato del igualitarismo. Para quienes entienden que no están justificadas las desigualdades relacionadas con circunstancias de las que los individuos no son responsables (los orígenes familiares, el sexo, el color de la piel, etc.), el haber nacido de un lado u otro de la frontera no justifica la existencia de privilegios o derechos especiales. En términos clásicos esa idea se expresaba de otro modo. Los trabajadores no luchaban por sus intereses, o, por mejor decir, la lucha por sus intereses se justificaba porque eran el vehículo de materialización histórica de lo verdaderamente importante: la emancipación de la humanidad (en un horizonte –puestos a decirlo todo—de sociedad de la abundancia, de infinitos recursos). Hoy el internacionalismo, tan interesante éticamente, resulta una pésima mercancía electoral. Los otros -o los que vendrán, las futuras generaciones-- no votan aquí y ahora. Los ciudadanos, que procuran por sus intereses, siempre encontrarán políticos dispuestos a decirles lo que quieren oír. Basta con pensar lo que sucede con la habitual condena de la izquierda de las “deslocalizaciones”, tan difícil de justificar desde consideraciones impersonales, de justicia, cuando muchas de ellas acaban por beneficiar los pobres de otros países.

El conjunto de esas circunstancias, impuestas por las reglas del juego democrático, ha llevado a un debilitamiento del perfil ideológico de los partidos políticos. Si quieren llegar al poder, han de aguar los proyectos. Sólo excepcionalmente puede resultar interesante hacer propuestas perfiladas o radicales, cuando las reglas de juegos –las electorales, muy fundamentalmente—resultan propicias, se entra por primera vez en la competencia política y se busca crear un mercado propio, o cuando no se aspira a gobernar, pero sí a ejercer la condición de minoría decisiva, de masa crítica para controlar mayorías. Es lo que sucede, sin ir más lejos, con ERC. Ahora bien, cuando aspiran a ser algo más, las cosas cambian y los partidos “radicales” se ven obligados a limar sus aristas.

Las consideraciones anteriores no quieren decir que se disuelvan las coordenadas izquierda-derecha, entendidas como proyectos políticos que realizan propuestas de modificación de las instituciones basadas en ciertos principios normativos. Lo que sí quieren decir es que las reglas del juego de la competencia democrática hacen difícil su mantenimiento para quienes aspiran a gobernar. Un partido que se comprometa con cambios radicales, que exija redistribuciones de la riqueza o que reclame modificaciones importantes de los comportamientos, en nombre los intereses de las futuras generaciones, nunca estará en condiciones de ganar las elecciones. Sucede como con ciertas estrategias futbolísticas, dadas las reglas (del juego, de los sistemas de puntuación), si uno quiere ganar la liga, lo único que puede hacer es jugar de modo conservador. Puede intentar jugar de distinta manera –con la propia identidad—pero en tal caso sus probabilidades de éxito quedan seriamente limitadas. El reglamento ha decidido la táctica, las reglas imponen una ideología. El problema, claro, en política, es que una cosa es el éxito electoral y otra la resolución de problemas y quizá hay que aceptar que la democracia de competencia se muestra incapaz de hacer frente a los retos más graves de las sociedades. Indirectamente esa deprimente conclusión parece admitirse cuando se establecen acuerdos para excluir de la competencia política (pensiones), importantes decisiones sobre la vida colectiva (pensiones) o se dejan en manos de instituciones “independientes” (como el BCE).

El Noticiero de las Ideas
03 julio 2007

Por Félix Ovejero Lucas, profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona (EL PAÍS, 28/06/07):

martes, 15 de enero de 2008

Vota, Cromagnon





La izquierda republicana de ERC se traduce en algo parecido al
seudonacionalsocialismo…. de momento. Su política segregacionista, así, lo manifiesta, y en sus eslóganes en campañas electorales hasta el día de hoy, así, lo confirman. No se cortan un pelo en sacar todo su caduco patrioterismo a la luz del día, otorgándosen ellos mismos el privilegio de poder ser patriotas mientras niegan el de los demás. ¿Qué pasaría si estos eslóganes los pronunciara un partido español?.

Dudo mucho que en ERC sean de izquierda, pero, sí que son radicales, que sean radicales no es malo ni bueno. En todo caso, lo son en la defensa de algo que yo no creo: la Patria

Patriotes com tú.

D'esquerres i catalanistes com tú.

Som una Nacido.

Som com som-.

La pena, es ver cómo nos quejamos todos, que somos muy progres, de lo patéticamente patrioteros que son en EE.UU., y luego nadie abre la boca ante la propaganda electoral de ERC. ¡De vedad, qué pena!

¿Que pondrá ERC en sus eslóganes en estas elecciones generales de marzo? ¿Se quejarán de los intrusos?. Ya veo su eslogan pintado en todas las paredes urbanas de la patria, con un mensaje claro…. y nacionalista.

Esta vez, tampoco cambia nada,…. ya tienen eslogan:

Objectiu: un país de 1ª (per aixó volem la independéncia)
























domingo, 13 de enero de 2008

Es de izquierdas la política del PSOE?- ll

Rosa Luxemburg

Las propuestas del socialismo

Podría parecer que la política del PSOE es cualquier cosa menos pragmática. Las frecuentes apelaciones a conceptos de la filosofía política como democracia deliberativa o republicanismo avalarían la conjetura de que su propuesta está basada en sólidos principios normativos. Según esa visión, el PSOE mostraría una saludable disposición a dotar de norte ideológico sus intervenciones políticas. Sus propuestas cobrarían coherencia transformadora en un horizonte regido por ciertas ideas acerca de la buena sociedad.

No estoy seguro de que las cosas sean así. En el terreno de las ideas, parecería más bien que Rodríguez Zapatero camina dando palos de ciego. Al rotular su proyecto, antes de recalar en el republicanismo, hizo uso de otras etiquetas, entre ellas la de “socialismo libertario”. El tránsito en apenas unas semanas entre libertarismo y republicanismo, seguramente las dos filosofías políticas más antitéticas que ofrece el panorama contemporáneo, invita a pensar que, por detrás de las palabras, hay poco más que etiquetas, recubrimiento retórico de decisiones que se explican a partir de la obsesión por las encuestas y el día a día del mercadeo político. Un juicio que no se ve desmentido cuando se observa que, al justificar su política territorial, ha echado mano de una retórica “multicultural”, comunitarista, que no tiene fácil acomodo ni con el liberalismo ni con el republicanismo.

El republicanismo, la filosofía finalmente invocada, lo ilustra muy bien. El socialismo moderno se puede entender sin violencia intelectual como una radicalización de las versiones más democráticas del republicanismo y, más en particular, del ideal de ciudadanía. Para los socialistas, no cabe pensar en una completa realización del ideal republicano de libertad cuando existen profundas disparidades económicas o cuando la propiedad es una fuente de poder que permite a unos decidir sobre la vida de otros. Según ese ideal, no hay libertad si se está sometido a un poder que, cuando le parece, puede interferir en la vida de las personas. El esclavo con un amo bien dispuesto que le permite hacer lo que quiere sigue siendo un esclavo. Pero tampoco es libre aquel que, sin recursos, no puede decir que no al empresario que le ofrece unas condiciones de trabajo miserables.

Desde el punto de vista programático, ese diagnóstico se traducía, muy sumariamente, en aunar el ideal emancipador ilustrado con el de justicia social: sin actuar sobre las fuentes de la desigualdad económica –y de acceso a la propiedad— no cabría pensar en una sociedad plenamente libre, sostendrán los socialistas. Un programa que, con mayor o menor radicalidad, cristalizará en varias líneas de intervención que dotarán de identidad a los distintos socialismos por más de un siglo:

1.Redistribución económica y derechos sociales.

Las formas que adoptará esta estrategia son diversas (derechos laborales, educación y sanidad pública, etc.), muchas de ellas asociadas –no sin cierta precipitación— a lo que se ha dado en llamar “Estado del bienestar”. Entre las diversas vinculaciones con el núcleo republicano-socialista hay una fundamental: para poder decir que no, para no estar sometido a la voluntad de los poderosos, es importante que los individuos dispongan de ciertas garantías materiales. Si yo (mujer, joven, emigrante) dependo de ti para vivir, incluso si eres bueno conmigo, no seré libre. En el fondo, la estrategia de argumentación es la misma que sirvió a algunos clásicos del republicanismo para defender ciertas formas de propiedad: quienes dependen económicamente de los otros es más improbable que formen sus juicios autónomamente, que sean ciudadanos plenos.

2.Intervención pública.

Para el republicanismo la ley (justa) no es un límite a la libertad, sino su garantía. La ley y, en general, la intervención pública impiden la dominación de los poderosos. Allí donde hay ámbitos posibles de dominación arbitraria hay que asegurar los derechos de los más débiles. Entre ellos, los económicos muy en primer lugar. Para impedir, por ejemplo, que el empresario, bajo amenaza de despido, pueda abusar de sus empleadas (exigirles que vistan de cierta forma, complicarles sus decisiones reproductivas). Cierto es que, en principio, el mercado, en su versión más idealizada, nada tiene que ver con la dominación: en competencia perfecta, con infinitas empresas e infinitos trabajadores, un trabajador siempre puede decir que no a las demandas injustificadas de un empresario porque inmediatamente encuentra otro trabajo en las mismas condiciones. Pero la competencia perfecta es una fábula que sólo existe en los libros de teoría económica, no en nuestras sociedades. Por lo demás, el mercado (“el orden espontáneo”) resulta incapaz de asegurar los bienes públicos, entre ellos las instituciones políticas que garantizan la libertad de los ciudadanos. Sin Estado no hay libertad ni tampoco competencia: el mercado es imposible sin un Estado en condiciones de intervenir, sin una comisión antimonopolios que, por definición, es pública, no un producto del mercado.

3.Un Estado poderoso y con recursos.

Para los republicanos es tarea del Estado impedir situaciones de dominación. Una sociedad justa debe garantizar los derechos que protegen esa libertad de sus ciudadanos. Pero los derechos requieren recursos. Todos los derechos. El republicanismo se opone a la tesis liberal que establece un trazo fuerte entre unos derechos (negativos), legítimos, que protegerían su libertad negativa, esto es, que se limitarían a “prohibir” ciertas acciones que interfieran en la vida de los individuos (libertad de opinión, garantía de la propiedad, p.e.), derechos que no requerirían recursos, y otros, positivos (derechos al bienestar), que permiten la realización de ciertos objetivos (educación, sanidad) y que, según los liberales, no hay modo de determinar cuándo están plenamente satisfechos. Los socialistas recordarán que esa distinción resulta insostenible, que todos los derechos requieren recursos. Por ejemplo, asegurar la propiedad –un supuesto derecho negativo-- requiere jueces y policías. Finalmente es una decisión política, colectiva, establecer prioridades acerca de qué derechos –y en qué medida cada uno de ellos— deben garantizarse. Por eso mismo, porque requieren recursos y su garantía es una acción colectiva, política, para que los derechos sean efectivos se necesitan Estados poderosos, capaces de impedir las intromisiones de poderes no sometidos a control democrático, entre ellos, los económicos.

4.Derechos universales.

La Revolución francesa dramatizó y sintetizó la ruptura con los “derechos” entendidos como “privilegios” especiales vinculados a circunstancias locales (feudos, ciudades), grupos sociales (estamentos) o actividades (clero, artesanos...). Los “derechos” en las sociedades estamentales eran “los derechos” de alguien en su relación particular con el señor feudal o con el rey. Conferían ventajas especiales y, a la vez, dotaban de identidad (estamental, territorial) a sus beneficiarios. Frente a esto, las revoluciones democráticas defenderán la universalidad de los derechos, iguales para todos los ciudadanos. A lo largo del siglo XIX, los socialistas lucharán por que esa universalidad sea algo más que palabras, empezando por el derecho al voto. Incluso cuando hoy en muchos sitios la izquierda apoya medidas como la discriminación positiva, la existencia de cupos de representación que aseguren que ciertos grupos sociales tradicionalmente excluidos tengan una presencia en las instituciones políticas --en el poder público— que se corresponda con su real peso demográfico, el principio al que se apela -o al que se debería apelar— es el de universalidad: el reconocimiento de que su menor probabilidad de acceso a ciertas posiciones deriva de injusticias, de que los principios que valen para todos no valen para ellos, de que arbitrarias razones culturales o sociales impiden la real universalización de los derechos. (Hay que recordar, de todos modos, que la discriminación positiva es una práctica provisional, no un principio –que no puede ser provisional–, y, en este sentido, no carente de peligros y sobre el que debe ejercerse vigilancia. Aun cuando sea con la finalidad de universalizar un derecho, al privilegiar a unos sobre otros que no son el origen de la desigualdad, se está contraviniendo el principio de que no puede aplicarse una norma injusta para un bien justo. Motivo por el que, junto a su provisionalidad, debe ser restringida: no puede interdecir el derecho de todo un grupo. Si lo que se persigue es posibilitar el reflejo estadístico de una realidad social en un ámbito determinado, ya se ve que podrá prescribirse la presencia de un porcentaje de mujeres, pero no vedar el acceso de todos los varones a una actividad. Consideración que no deberemos desatender cuando se apele –injustificadamente—a la “discriminación positiva” de las lenguas: si tras asegurar la igualdad de derechos de los hablantes se conviniera privilegiar una lengua minoritaria en determinados ámbitos, eso no podrá significar convertirla en única, es decir, excluir la mayoritaria, como jamás podrá perseguir el cambio de lengua de los hablantes.)

5.El autogobierno y la profundización democrática.

Quien no está sometido a otra ley que la que él mismo se da no puede, por definición, estar sometido a la voluntad de los otros. En una comunidad democrática, sin embargo, ese ideal no puede realizarse plenamente. Allí todos deciden sobre lo que afecta a todos. En ese sentido, todos se someten a la voluntad de todos, cada uno se somete a la voluntad de los demás. En tales circunstancias el mejor modo de garantizar el autogobierno es que todos los afectados puedan participar con igual capacidad de influencia en las decisiones, que todos estén expuestos a las razones de todos y que, por ende, puedan corregir sus juicios a la luz de consideraciones de interés general. Si mis razones han sido consideradas en la gestación de una ley, esa ley será un ejercicio de autogobierno. De ahí el compromiso republicano con un ideal de democracia participativa y deliberativa. Un ideal de democracia que, además, impide que el poder político, que precisamente se justifica porque asegura la libertad, la ausencia de dominación, se convierta él mismo en un poder arbitrario, en fuente de opresión.
El Noticiero de las Ideas03 julio 2007
Por Félix Ovejero Lucas, profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona (EL PAÍS, 28/06/07):

martes, 8 de enero de 2008

Mienten Como bellacos







El Govern de la Generalitat no escondió su desprecio absoluto a los 50.000 firmantes (entre los que me incluyo) de la Iniciativa Legislativa Popular para la enseñanza en lengua materna y el bilingüismo en las escuelas catalanas.

El desprecio a la sociedad civil catalana por parte de sus Políticos es abrumador. Antonio Robles en una intervención colosal en el Parlament llena de razones, rabia contenida e indignación, les dice la verdad con mayúsculas; MIENTEN. Le faltó acabar la frase y concluir con un, MIENTEN COMO BELLACOS, bellacos que son, del Poder.

Les cuelgo el video para que disfruten de lo que antes era impensable, poder razonar en el Parlament de una manera políticamente incorrecta, y en castellano.










El despotismo con que deciden cualquier tema que afecte a la sociedad civil es indignante y provocador: 80 Km hora, trazado AVE, Inmersión lingüística, normas ciudadanas abusivas, el afán por recaudar , oficinas de delación lingüísticas, Carnet de integración por puntos, adoctrinamiento en las escuelas, segregación de los niños inmigrantes que vienen de Hispanoamérica sabiendo como saben uno de los dos idiomas oficiales comunes en Cataluña, control audiovisual, subvenciones para tapar bocas o pedir votos, el derroche de nuestros impuestos en crear embajadas o para fomentar la idea de una patria catalana oprimida, intrusión en la vida privada. Y la acción más tremenda: sacarse un estatut de la chistera que según las encuestas sólo un 5% de los ciudadanos de Cataluña pidieron un estatut, mientras que un 90% de los políticos catalanes (la nueva clase social rica) lo impusieron para perpetuarse a si mismos en el poder alimentando el sentimiento nacionalista entre los ciudadanos que sean potencialmente receptores.

Me pregunto : ¿seguiremos poniendo el…… la otra mejilla? o ¿sacaremos el catalá enganyat que llevamos dentro del armario y dejaremos de votar a la izquierda nacionalista representada por el PSC e IC, o al nacionalismo transversal de CiU?.

Ahora hay una alternativa a esa seudo-izquierda burguesa deshonrosamente nacionalizada en nombre del socialismo. Y se llama Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía C-PC
Javier Casas

Es de izquierdas la política del PSOE? - lll



La diferencia contra la igualdad

En buen hacer estratégico, cabría pensar que esta doctrina sumariamente descrita debería inspirar el día a día de las intervenciones políticas de la izquierda. Las diversas actuaciones encontrarían justificación en la medida en que contribuyesen a materializarlas. Sólo en ese caso cabría decir que, realmente, la política se corresponde con lo que tradicionalmente identificó a la izquierda.

Pues bien, con esa vara de medir, resulta difícil calificar “de izquierdas” la acción de gobierno del PSOE. Nada lo muestra mejor que lo que ha constituido el eje de su acción política: la reforma de los estatutos. Los problemas del “nuevo Estado de las autonomías” son, por supuesto, de eficacia: mayores costes de transacción y de información, mercados cautivos, inoperancia de la política exterior (diez Luxemburgos pesan menos que una Francia), peores servicios públicos (las barreras lingüísticas impiden la llegada de los mejores profesionales). Pero lo son, y no menores, de igualdad, democracia y libertad. Los diversos estatutos pueden decorar sus preámbulos con proclamas progresistas, pero, cuando esas buenas palabras las intentan traducir en cambios reales, las cosas se complican. Por diversas razones que, en algún grado, debilitan cada una de las líneas estratégicas descritas.

1.Deterioro de la redistribución.

El Gobierno catalán ha reclamado al Gobierno central la renuncia de la potestad que éste conserva de regular –y por tanto de impedir–las rebajas fiscales promovidas por los gobiernos autonómicos. Desde una perspectiva de izquierda, la petición era apreciable. Pero inútil. La responsabilidad es, en gran medida, del Gobierno catalán que desató la carrera de los estatutos. El aumento de las competencias de cada uno, en estos asuntos, tiene la paradójica consecuencias de que disminuyen las competencias reales de todos. La competencia entre las autonomías por atraerse las inversiones tiene una herramienta de fácil manejo en la eliminación de los impuestos. Fácil e inevitable. Muchas comunidades autónomas no desearían –quizá por eso reclaman el aumento de sus competencias, o simplemente, por no quedarse atrás— bajar los impuestos pero, ante el temor de que las de al lado lo hagan, la estrategia más racional es anticiparse ellos. Con esa acción confirman a los demás en sus temores y la carrera no tiene fin. Todos la alimentan aunque nadie la quiera. Ha sucedido con los impuestos de sucesiones y donaciones y sucederá con otros. De hecho, ya hay comunidades autónomas que en su publicidad institucional proclaman su “buena” disposición impositiva. Lo de “nuestros impuestos para nosotros” muy bien puede ser los impuestos de todos para nadie. Cuando un privilegio se extiende a todos, nadie tiene privilegios. Si todos llegamos a ser Navarra, Navarra dejará de crecer más que los demás. La batalla perdida de las deslocalizaciones nos lo recuerda. No deja de resultar llamativo que, a la vez que se multiplican los lamentos ante deslocalizaciones sobre las que poco se puede hacer, se configuran diseños institucionales que constituyen incentivos para la deslocalización.

2.Debilitamiento de los instrumentos de intervención.

Incluso si aceptamos la –a mi parecer, injustificada— equiparación entre descentralización y política autonómica, la descentralización no asegura soluciones más eficientes o más justas. En muchos casos, los sistemas descentralizados ahondan los problemas. Los retos políticos más importantes que tendremos que abordar (los problemas ambientales, el despilfarro de recursos, el terrorismo, etc.) tienen carácter planetario. Hacer frente, por citar un ejemplo “apolítico”, a la gripe aviar exige capacidad de intervenir y planificar, instituciones en condiciones de controlar desplazamientos humanos, aislar poblaciones, exterminar animales portadores, desplazar equipos, etc. Algo parecido sucede con las acciones terroristas o buena parte de las catástrofes naturales. Aunque presentan diferente naturaleza, todos esos retos comparten una cosa: su solución –o su gestión— necesita mecanismos centralizados de toma de decisiones, instrumentos poderosos capaces de coordinar información y acción. En ese tipo de situaciones, “el carácter residual del Estado” acaba por perjudicar a todos. Y si alguien se salva, si es que alguien puede hacerlo, nunca serán los de abajo, aquellos con menos poder, con menor capacidad de “aislarse” o huir de los problemas.

Aquí la apelación al mercado, como sistema descentralizado, está fuera de lugar. Incluso en aquellos ámbitos en que podríamos pensar en “soluciones de mercado”, en establecer derechos de propiedad que permitieran una gestión eficiente de ciertos recursos naturales, por ejemplo, se necesita una estructura política –un Estado—poderosa capaz de asegurar tales derechos, y eso siempre que las soluciones de mercado sean realmente aplicables, lo que pocas veces sucede en estos casos. (En realidad, el mercado, para cumplir sus (buenas) funciones, resulta incompatible con la dispersión de los poderes públicos y la multiplicación de barreras.)

3.La vaciedad de los derechos.

Los derechos son algo más que buenas palabras. Sin capacidad real de ejecución y recursos, los prolijos inventarios de derechos –tan discutibles, por otra parte, desde el punto de vista democrático, en la medida que escamotean territorios de decisión a los ciudadanos— de los estatutos son poco más que pirotécnica verbal. No sólo por los mencionados problemas recaudatorios. Un estatuto puede proclamar el “derecho a la paz mundial” pero no garantizar ese derecho. Dado el ámbito de gestión será un brindis al sol. En otros casos, la propia dinámica de competencia –a la baja— entre comunidades autónomas hace inefectivos los derechos. Un derecho a la jornada de 35 horas –los derechos de los trabajadores en general— o unas leyes ambientales muy exigentes, si no hay instituciones centralizadas que obliguen a todos, acaban por expulsar las inversiones y, al final, resultan irrelevantes. De poco les sirve a los habitantes de un pueblo proclamar su derecho a “un aire respirable” si el ayuntamiento vecino autoriza la instalación de una papelera.

4.La desigualdad de derechos.

Resulta difícil entender cómo aquellos que nacieron para luchar contra los privilegios “de origen” han acabado siendo fundamentados en función de “derechos históricos” o, lo que viene a ser lo mismo, condicionados a la existencia de “hechos diferenciales” para justificar tratos privilegiados, para exigir competencias especiales o para reclamar paquetes especiales de derechos. El problema no es que, en virtud de ciertas circunstancias, haya lugar para un conjunto de leyes o de políticas públicas que en otro caso no tendrían lugar. Es razonable que Extremadura no tenga competencias sobre el uso de lenguas públicas del mismo modo que no la tiene sobre las playas ni sobre las estaciones de montaña. En tal caso no se violan los principios generales de justicia, sino que sencillamente no cabe actividad legislativa sobre ello, del mismo modo que ningún país tienen reglamentación sobre cómo deben circular los platillos volantes. No supone ninguna diferencia de principio. Otra cosa es cuando “las diferencias” sirven para aplicar principios especiales. Ésa es la novedad de los derechos asimétricos: justifican un trato privilegiado, esto es, que, por definición, no se debe extender a todos. En la práctica, la apelación a las diferencias –por lo general, insostenibles empíricamente-- quiere decir: si algo se generaliza (“el café para todos”), hay que volver a empezar y dar algo más a “los diferentes”.

La insistencia en “las diferencias” ha servido también para justificar desigualdades de derechos entre los ciudadanos del Estado. Es cierto que, como dije, en razón de los principios compartidos de justicia, puede estar justificado aplicar ciertas medidas protectoras para personas pertenecientes a grupos sociales que han sufrido discriminación. Sucede ejemplarmente con mujeres o minorías étnicas. La existencia de barreras institucionales o sociales que hacen que determinados individuos que participan de ciertos rasgos comunes (biológicos, sociales, culturales) vean disminuidas sin razón sus probabilidades de acceso a ciertas posiciones sociales se ha combatido de diversa forma. Además de eliminar las barreras, a través de las medidas de discriminación positiva, se intenta asegurar la presencia de miembros de tales grupos en proporciones tentativamente similares a su presencia estadística en el seno de la población.

Pero no es ese el caso de las propuestas estatutarias. Al revés, en ellas las diferencias se convierten en motivos de discriminación. El caso de los representantes políticos resulta particularmente elocuente. En Cataluña, mientras el 51, 9 % de los ciudadanos tiene como primera lengua el castellano, al lengua franca de todos, y el 39,9 % el catalán, entre los parlamentarios esas proporciones son, respectivamente, del 17, 9 y el 73, 2 %. En tales casos, lo que mandaría la política progresista es modificar los obstáculos, eliminar las circunstancias discriminatorias, los filtros lingüísticos, o, incluso, adoptar medidas de discriminación positiva para otorgar presencia a los excluidos. Pero nada de eso es lo que ha sucedido. Con un uso torticero de la noción, se echa mano de una singular “discriminación positiva de las lenguas minoritarias” para reforzar los filtros. En lugar de modificar las instituciones, para que las personas tengan la misma probabilidad de acceder a las posiciones de poder, se les exige que cambien “de identidad”. Por supuesto, ello se traduce en una refuerzo de la discriminación, no justificada por la tarea a realizar, perfectamente ejecutable en la lengua común de los ciudadanos.

5.La disminución de la calidad democrática.

La democracia tiene que ver, muy fundamentalmente, con la igual capacidad de influencia política (“un hombre, un voto”) y con la efectividad del control democrático. Dos exigencias que el nuevo modelo autonómico está lejos de mejorar. El deterioro de la igual capacidad de influencia política se refleja en la violencia del principio de “comunidad relevante”, según el cual, sólo participan en las decisiones aquellos que se ven afectados por las decisiones. Las comunidades autónomas que disponen de competencias legislativas exclusivas –y “blindadas”-- que otras no tienen, votan dos veces: lo suyo y lo de todos. Votan sobre decisiones que no les afectan, mientras los demás nada tienen que decir sobre lo de ellos. No sólo eso. Esa doble capacidad de influencia contamina la calidad democrática de todas las decisiones, no sólo de las que atañen a la competencia exclusiva: un voto sobre asuntos que no tiene consecuencias para el que lo ejerce, se convierte en un voto irresponsable –incluso se podrá optar para los otros por propuestas opuestas a las que se creen correctas para sí mismos-- que se mercadeará al mejor postor, al que esté dispuesto a ofrecer más.

No andan mejor las cosas en lo que atañe al control democrático, supuestamente ahondado por la “proximidad” al poder político de los ciudadanos en las comunidades autónomas. Algo discutible. La proximidad relevante, y menos en el siglo XXI, no se mide en metros. Que la sede del Gobierno autonómico esté más cerca de mi casa que la del Gobierno central no me asegura un mayor control sobre el primero que sobre el segundo. Sucede con la democracia como con las recetas de cocina: si no están todos los ingredientes, no sirven. La cercanía geográfica no es la política. Es más, sin independencia de poderes o sin trasparencia, deteriora la calidad de la democracia. La proximidad ha producido el caciquismo, la connivencia con los poderosos, la corrupción y la asfixia de los discrepantes. La independencia se dificulta y el sistema de pesos y contrapesos, de mutua vigilancia, se entumece. No es historia antigua. Basta la experiencia catalana de apenas un mes (un presidente del Parlament –entre otros— que amenaza al Tribunal Constitucional con una crisis de Estado si sus resoluciones no le gustan; el rechazo de mociones parlamentarias que piden el cumplimento de la ley; dos propuestas de referéndum ilegales en el Parlamento), para reconocer señales inequívocas de empeoramiento de la democracia, de falta de control, de escrutinio y de responsabilidad. En buen hacer democrático ese tipo de sucesos darían lugar a la exigencia de cuentas políticas y dimisiones o, cuando menos, a la crítica a los poderes públicos por parte de “la sociedad civil”. Nada de eso ha sucedido, ni ahora ni antes, con casos no menos graves. La proximidad del poder tiene mucho que ver con ello. Así, unos medios de comunicación controlados de diversa forma por los poderes públicos –por públicos, por dependencia económica, o por simple trama social-- describen la situación política como un “oasis” y tales actuaciones ni siquiera son objeto del debate público, cuando no se descalifica a quienes recuerdan –sobre todo si “son de fuera”-- que suceden tales cosas u otras no menos graves, como las diversas formas de penalización (comercios, escolarización) lingüística, hasta el punto de que se considera un problema no lo sucedido, sino la noticia (“crispadora”) sobre lo sucedido.

***
La acción de gobierno del PSOE se ha revestido de grandes palabras. Se ha presentado como resultado de una genuina renovación estratégica y se han invocado tesis de supuesta hondura política (la “España plural”, por ejemplo) o filosófica ( “el multiculturalismo”). Una mirada atenta a la secuencia de los acontecimientos seguramente mostraría que, en realidad, hay menos planificación que improvisación, tanto en el origen (la oferta de la reforma estatutaria busca romper los pactos políticos entre CiU y el PP como en lo que ha venido más tarde (la carrera de los estatutos). Más allá de la hojarasca decorativa, el “proyecto” no parece responder a ninguna consideración estratégica medianamente vertebrada normativamente. Sólo necesidades de supervivencia política, alianzas circunstanciales, ingeniería electoral y mercadotecnia política.

En principio, no hay nada nuevo en ello. En política, como en la vida, es común revestir como decisiones meditadas lo que responde a simple oportunidad. Lo malo es que en ese juego se han tomado decisiones importantes, difícilmente reversibles y que han acabado por debilitar la realización de cualquier proyecto socialista, incluido el más tibio. Con todo, acaso no sea eso lo peor, sino la falta de limpieza intelectual con la que se ha abordado la operación. Uno se puede desviar del camino, pero a sabiendas, sin ignorar lo que en ello hay de resignación o de tregua, sin olvidar adónde quiere ir. Pero eso resulta imposible cuando se recrean y dignifican la debilidad y el desnortamiento. Es lo que ha sucedido con un PSOE para el que los principios no inspiran la política de alianzas sino que los principios se han modificado para justificar las alianzas. No es extraño entonces que, al final, de tanto repetirla acabe por convencerse de su propia fanfarria.


El Noticiero de las Ideas
03 julio 2007

Por Félix Ovejero Lucas, profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona (EL PAÍS, 28/06/07):

domingo, 6 de enero de 2008

La ley de Dios










A propósito de la condena eterna al infierno de los homosexuales, que anunciaron los obispos que se concentraron en un acto litúrgico con la presencia del Papa, dejo la respuesta que da un residente en Estados Unidos, en una carta abierta dirigida a Laura Schlessinger, conocida locutora de radio que tiene un programa en el que da consejos en directo a los oyentes que llaman por teléfono.

Recientemente saltó la polémica (y más cuando se mezclan temas de religión y homosexualidad, donde cada persona interpreta lo que dice Dios y la Biblia de una manera distinta), cuando la presentadora atacó a los homosexuales.

Esta locutora dijo recientemente que la homosexualidad es una abominación, ya que así lo indica la Biblia en el Levítico, versículos 18:22, y por tanto no puede ser consentida bajo ninguna circunstancia. Más o menos, lo que dice esta Iglesia Católica que representan estos obispos ultracatolicos que niegan el derecho a la diversidad familiar.


Querida Dra. Laura: o lo que es lo mismo. Queridos Obispos:


Gracias por dedicar tantos esfuerzos a educar a la gente en la Ley de Dios. Yo mismo he aprendido muchísimo de su programa de radio e intento compartir mis conocimientos con todas las personas con las que me es posible. Por ejemplo, cuando alguien intenta defender el estilo de vida homosexual me limito tan sólo a recordarle que el Levítico, en sus versículos 18:22, establece claramente que la homosexualidad es una abominación. Punto final.

De todas formas, necesito algún consejo adicional de su parte respecto a algunas otras leyes bíblicas en concreto y cómo cumplirlas: Me gustaría vender a mi hermana como esclava, tal y como indica el Éxodo, 21:7. En los tiempos que vivimos, ¿qué precio piensa que sería el más adecuado?

El Levítico, 25:44, establece que puedo poseer esclavos, tanto varones como hembras, mientras sean adquiridos en naciones vecinas. Un amigo mío asegura que esto es aplicable a los mejicanos, pero no a los canadienses. ¿Me podría aclarar este punto? ¿Por qué no puedo poseer canadienses?

Sé que no estoy autorizado a tener contacto con ninguna mujer mientras esté en su período de impureza menstrual (Lev 5:19-24). El problema que se me plantea es el siguiente: ¿cómo puedo saber si lo están o no? He intentado preguntarlo, pero bastantes mujeres se sienten ofendidas.

Tengo un vecino que insiste en trabajar en el sábado. El Éxodo 35:2, claramente establece que ha de recibir la pena de muerte. ¿Estoy moralmente obligado a matarlo yo mismo? ¿Me podría apañar usted este tema de alguna manera?

En el Levítico 21:20, se establece que uno no puede acercarse al altar de Dios si tiene un defecto en la vista. He de confesar que necesito gafas para leer. ¿Mi agudeza visual tiene que ser del 100%? ¿Se puede relajar un poco esta condición?

La mayoría de mis amigos (varones) llevan el pelo arreglado y bien cortado, incluso en la zona de las sienes a pesar de que esto está expresamente prohibido por el levítico, 19:27. ¿Cómo han de morir?

Sé gracias al Levítico, 11:6-8, que tocar la piel de un cerdo muerto me convierte en impuro. Aún así, ¿puedo continuar jugando al fútbol si me pongo guantes?

Mi tío tiene una granja. Incumple lo que se dice en el Levítico 19:19, ya que planta dos cultivos distintos en el mismo campo, y también lo incumple su mujer, ya que lleva prendas hechas de dos tipos de tejido diferentes (algodón y poliéster). Él, además, se pasa el día maldiciendo y blasfemando.

¿Es realmente necesario llevar a cabo el engorroso procedimiento de reunir a todos los habitantes del pueblo para lapidarlos? (Lev 24:10-16).

¿No podríamos sencillamente quemarlos vivos en una reunión familiar privada, como se hace con la gente que duerme con sus parientes políticos? (Lev 20:14). Sé que usted ha estudiado estos asuntos con gran profundidad, así que confío plenamente en su ayuda.

Gracias de nuevo por recordarnos que la palabra de Dios es eterna e inmutable