viernes, 30 de noviembre de 2007

Balanzas fiscales y nacionalismo carca


Con los dineros del Estado, los nacionalistas cometen cuatro falacias. La primera es la más conocida, la de afirmar eso de que "España nos roba". La eterna cantinela catalanista. Esta matraca la hemos tenido que soportar durante años. Se suponía que Cataluña sólo aportaba al Estado y éste le devolvía una miseria. Mientras tanto, Madrid y el resto de España vivían a costa de los catalanes. Aunque parezca grosero, así se transmite y así se ha instalado en el inconsciente colectivo de millones de personas en Cataluña.

Tragado el sapo, ahora se disponen a explotarlo metabolizado en el dret a decidir (o sea, "derecho a decidir"). Este lema, inventado por los vascos para reivindicar la autodeterminación, ha sido adaptado por los catalanistas más independentistas con la chulería de quienes no necesitan dar razones ni cuentas a la ley. Pero con una sutil diferencia; mientras los vascos van de frente y exigen todo por el mero hecho de ser vascos, los nacionalistas catalanes lo empiezan a utilizar como señuelo para camelar el descontento social por las infraestructuras y montar manifestaciones con el "derecho a decidir". Ese será el lema de la del sábado en Barcelona. Y allí estarán todos los nacionalistas, más todos los que se crean que asistiendo a la manifestación estarán pidiendo decidir sobre las infraestructuras.

Es un error doble: el de confundir cualquier descontento provocado por una mala gestión con la forma del Estado (¿habremos de pedir la devolución de la seguridad al Estado porque la Generalitat la esté gestionando mal?) y el caer en la misma trampa de la transición. Y es que entonces, aprovechándose del rechazo generalizado al franquismo, el catalanismo abanderó las reivindicaciones nacionales como si fueran la antítesis democrática al régimen y, en una década, convirtieron las organizaciones políticas y sindicales en lacayos de una de las ideas más rancias del siglo XIX: el nacionalismo. En Cataluña no conocemos otro gobierno desde entonces.

Pues bien, con la publicación de las balanzas fiscales realizado por el BBVA, la falacia se desvanece: Madrid paga el doble que Cataluña; o sea, cada madrileño aporta 3.247 € a la caja común del Estado, frente a los 1.489 € que paga cada catalán, datos que corresponden al quinquenio económico 2001-2005.

La segunda falacia es el empeño de los nacionalistas en dar carácter de sujeto jurídico a lo que sólo es una realidad de geografía física (las regiones) o política (las comunidades autónomas) en cuestiones fiscales. Quienes pagan los impuestos son las personas físicas, y todas pagan exactamente lo mismo en cualquier lugar de España, dependiendo de su renta personal. Así, un catalán que gane 50.000 euros al año pagará exactamente igual que un madrileño, un gallego o un murciano que gane esa misma cantidad. No es, por tanto, su comunidad quien paga sus impuestos, sino cada uno de ellos, y por eso pagarán más las comunidades que tengan un mayor número de ciudadanos con rentas elevadas y afincadas muchas y grandes empresas. Es el caso de Madrid, Cataluña, Baleares y la Comunidad Valenciana, que son contribuyentes netas a la solidaridad interterritorial.

Hay en esta confusión un enorme error: España es una nación de ciudadanos concretos, libres, con iguales derechos y deberes; no un conjunto de comunidades cuyo imaginario sujeto jurídico suplanta esos derechos individuales.

La tercera falacia es que para definir la contribución de las comunidades al Estado para que éste distribuya dicha renta en función de las necesidades de cada una de ellas se ha impuesto el concepto de solidaridad. De ahí nacen todos los agravios. No es solidaridad, es justicia distributiva. No se trata de que unos se apiaden de otros, sino de que el Estado por el poder que le confieren las leyes distribuya esa riqueza recaudada de forma equitativa entre todos los españoles. De la misma manera que una empresa o un ciudadano individual no puede disponer ser solidario con el dinero que ha de aportar a Hacienda porque es una obligación legal hacerlo, no lo son las comunidades que, además, no aportan nada.

Si permitimos que se llame solidaridad a lo que es una obligación legal, se podrá llegar a exigir, como pasa ahora, por parte de las comunidades más ricas, que esa solidaridad sea ésta o la otra. Si hablamos de justicia distributiva, serán los responsables políticos de cada momento y las reglas legales que nos hemos otorgado entre todos los que decidan donde y en qué cantidad deben ir los dineros de todos.

Pero la cuarta falacia es la peor. Si la propaganda nacionalista hubiera tenido razón, es decir, si las balanzas fiscales concluyeran que era Cataluña la que más pagaba, no cambiaría nada. Porque de la misma manera que un rico paga más que un pobre y eso no le da derecho a exigir al Estado que sus calles estén mejor asfaltadas, las regiones económicas que más producen han de pagar, pero no por eso pueden exigir gestionar el montante total de lo que pagan. Porque si así fuera, todos los ricos querrían gestionar sus impuestos, es decir, ninguno pagaría nada, porque la gestión de lo que pagasen repercutiría de nuevo sólo en ellos. ¿Quién pagaría entonces la seguridad social de todos, el colegio público, los transportes, las carreteras, las fuerzas armadas etc.? Simplemente no habría Estado.

Si se fijan, ni las políticas más conservadoras de la derecha más rancia se atreverían hoy a defender ese egoísmo fiscal. Y sin embargo, hoy, en España, el Partido Socialista de Cataluña, ERC, CiU e ICV, defienden esa política fiscal: quieren gestionar "sus" impuestos. Quieren tener "derecho a decidir" sobre todas las rentas que son de todos los ciudadanos españoles. Lo que nadie se atrevería a exigir como persona individual, lo exigen como nación. Nunca un argumento había definido tan nítidamente lo que es un comportamiento ideológico carca.

A propósito, un día u otro habrán de desaparecer esas antiguallas medievales llamados Fueros. Con perdón.


Antonio Robles 30/11/2007

sábado, 24 de noviembre de 2007

Hasta la bandera

No le perdono a la derecha que se haya adueñado de la idea de España, ni a la izquierda que se lo haya permitido.

Arturo Pérez-Reverte

Ante tanta guerra de banderas, una no puede dejar de preguntarse cuánto tiene realmente de artificial el debate --por más que Zapatero diga que lo es-- y cuánto hay de verdades de fondo en lo que dicen unos y otros. Y de verdades a medias, claro. Y de mentiras descaradas.
Para alguien a quien las banderas no le importan demasiado, este tema parece sacado de quicio y de entrada habría que darles la razón a quienes dicen que todo esto es un invento del PP para arremeter contra el gobierno. Una excusa más. Pero ocurre que la reflexión pausada y sin prejuicios lleva a la mente por otros derroteros.

Dejando aparte la afición de cada cual a las banderas, agradecería que alguien me explicase por qué el gobierno de todos los españoles se resigna a dejar que no se cumplan las leyes (me refiero, claro está, a aquella maravillosa intervención de Bermejo) que exigen que la bandera nacional ondee con el resto en todos los ayuntamientos. Se pregunta una también por qué no se ven nunca banderas españolas en manifestaciones izquierdosas, mientras que es de lo más frecuente verlas de la Cuba dictatorial, de la ya extinta URSS --también muy democrática, como todos sabemos-- o de aquel régimen que se implantó en el solar patrio y que, buenas voluntades aparte, tuvo el dudoso buen gusto de ser patrimonializado por los primeros que en él ocuparon el poder --de algunos de los cuales, por cierto, también cabría dudar en lo que respectaba a su talante democrático--. Si es tan habitual que se porten todas estas enseñas en actos reivindicativos, determinada izquierda tendrá que dejar de alegar que es que no le gusta todo lo que implican las banderas. Habrá que pensar que lo que no le gusta es lo que implica la bandera española.

Y entonces volvemos a lo de siempre. El argumento peregrino de que es que "esa es la bandera de Franco" descalifica de entrada a quien lo usa, porque semejante incapacidad de abstracción --sí, son los mismos colores: ¿y qué?-- ante lo que no es más que un trozo de tela no dice demasiado en favor de nadie. Connotaciones sentimentales aparte --que las hay y son todo lo legítimas que es cualquier sentimiento, pero que no deberían estar en la base de actitudes políticas--, lo cierto es que la bandera constitucional representa al país y al conjunto de sus ciudadanos. Que optemos por no llevarla me parece muy respetable: de hecho, a mí difícilmente se me verá con una, porque no soy de las que andan reivindicando lo obvio. Salvo que un día me canse, claro. O que un día lo obvio deje de parecer tan obvio, como parece que ocurre en determinados círculos. Porque igual de respetable debería ser la opción de portar la bandera nacional; desde luego, lo que no se entiende es que en sí misma la enseña constituya un síntoma de ultraderechismo o de quién sabe qué terribles dolencias psíquicas, siempre según la misma gente que opina que son maravillosas algunas de las otras telas de colores ya mencionadas, a las que cabría sumar las ya cansinas senyera e ikurrina. (Nótese que mantengo la grafía de los idiomas respectivos, no vaya a ser que me acusen de fascista intransigente.)

La derecha se ha adueñado de la bandera, se dice. No deja de ser cierto, como lo es que Rajoy y sus compañeros de partido están aprovechando el tema para tener un reproche más que hacerle al gobierno. Pero he dicho que están aprovechando el tema, no que lo estén creando. Porque si es cierto lo anterior, no lo es menos que cierta izquierda parece tenerle alergia a la palabra España y a sus símbolos constitucionales, y que a juzgar no ya por la existencia o no de grandes gestos patrióticos (que son lo de menos), sino directamente por algunas de sus políticas concretas, el Partido Socialista Obrero Español quizá sea de todo menos Español (también es de risa aquello de que es Socialista y Obrero, pero bueno). O que al menos esto cabe opinar de quienes ahora mismo lo representan (sí, dicho sea de paso: creo que hay otro PSOE; lo que no sé es dónde está escondido). ¿Hasta qué punto es lícito quejarse de que la derecha ha patrimonializado los símbolos nacionales, si la izquierda los ha despreciado?

Lo malo es que la cosa no se queda en los símbolos. Los símbolos, al fin y al cabo, son lo de menos. Y conste --tal como andan las cosas, hay que dejar estas cosas claras-- que cuando hablo de España no me refiero a ese ente trascendental que una gran parte de la derecha identifica con el nombre (como una gran parte de la izquierda identifica otras banderas con otras nociones trascendentales: no tiene más sentido una cosa que la otra, ni es menos dañina). Cuando hablo de España me refiero a la nación de ciudadanos. Aquel invento de la Revolución Francesa. Aquello que en un pasado ni siquiera tan lejano era tan de izquierdas.

Qué tiempos aquellos.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

“Derechos y privilegios”


La mayoría de la izquierda reconvertida ahora en nacionalista, incluso la que aún se declara internacionalista, utiliza un último recurso dialéctico en la discusión sobre la cuestión nacional, que se manifiesta como una doble pregunta dirigida al inter-locutor: ¿Es que se niega el derecho de autodeter-minación? ¿No es más democrático que el pueblo se exprese libremente en un referéndum, tanto quienes se consideran nación o quienes no, lo mismo si quieren separarse de España o prefieren quedarse dentro?

Empecemos por la segunda pregunta. Al reclamar un referéndum en una parte del territorio nacional español, y sólo en ella, están en realidad reclamando un privilegio. ¿Por qué habrían de votar sólo ellos, y no el resto de los españoles? Es evidente que el resultado de cualquier decisión tomada en un referéndum así, tanto si fuera vinculante como si no, afectaría a todos los españoles. Eso lo reconocen, pero arguyen que dicha afectación es algo aproximadamente equivalente a que se vean afectados el resto de los europeos: algo de importancia mayor o menor, según se considere, pero nunca equiparable con el presunto derecho de su pueblo digamos, catalán o vasco a expresar su identidad por medio de un autogobierno pleno.

Veamos. Ellos son españoles de momento, y lo que reclaman es un referéndum que debería organizar el Estado español al que no reconocen como su Estado o sólo reconocen provisionalmente de acuerdo con leyes de ese Estado al que todavía pertenecen y a cuya aprobación contribuyen normalmente. ¿Por qué no debe atender el Estado español a todos los ciudadanos de la nación española que le sirve de base? Hay que recordar que la clase capitalista española ha sido siempre, fundamentalmente, burguesía vasca y catalana, a la que se han ido uniendo con el tiempo la de otros lugares como Madrid. Esa burguesía ha participado siempre, de forma sobresaliente, en la estructura y la política del Estado español, al que han pertenecido activamente a lo largo de cuantos regímenes se han sucedido desde Fernando VII, incluido el franquista.

Es curioso que estos nacionalistas periféricos, «internacionalistas» incluidos, repitan una y otra vez que el régimen de Franco acabó con, o mermó, sus libertades políticas, lingüísticas y culturales. Quiero decir: que lo repitan como si fuera eso lo único o más importante que hizo el régimen franquista, o como si los políticos catalanes de entonces hubieran sido menos franquistas que el resto de los franquistas. Durante el régimen de Franco, fueron las clases populares de toda España las que sufrieron al Estado, además de al capital, pero la población del País Vasco y de Cataluña siguió gozando de un ritmo de crecimiento de su nivel de vida superior al de las demás regiones. Por supuesto, el fenómeno se explica por el mayor ritmo de acumulación de capital en las regiones de origen de una burguesía española predominantemente vasca y catalana, que invertía e invierte donde se ha tejido históricamente la mayoría del aparato industrial español.

Aun reconociéndolo, estos nacionalistas replican que la población de sus regiones no se compone sólo de capitalistas, sino de ciudadanos de todas las clases sociales e ideologías. Y que todos ellos tienen derecho a expresar libremente su opinión y, en su caso, a separarse del resto de España, con igual título que, en un matrimonio, el de la parte que no quiere seguir ligada a la otra por medio del vínculo matrimonial. Argumentan que si el Estado español no reconoce a su «pueblo» el «derecho» al referéndum, ese pueblo tendrá que materializar su voluntad mediante «hechos», no sólo con declaraciones y buenas formas políticas.

Agregan que ni el País Vasco ni Cataluña se reducen a una parte del territorio español, sino que se extienden, más allá de nuestras fronteras, hacia Francia y quizás otras regiones españolas como Navarra o los «países catalanes». Pero si esto es así, estos «pueblos» sólo podrían expresar libremente su opinión cuando toda su población pudiera votar simultáneamente, es decir, cuando, junto al Estado español, también el francés estuviera de acuerdo en montar un referéndum así (junto a los parlamentos, quizás, de esas regiones españolas a las que desean implicar).

Este tipo de estrategias parece olvidar que también Hitler acaparó en su momento la libre opinión mayoritaria del electorado alemán, y por eso no les inquieta que la voluntad fáctica que propugnan pueda superar los límites de la razón política. Lo que ya ocurre en el País Vasco tiene todos los visos de reproducirse tarde o temprano en Cataluña. No negaremos nosotros que los Estados burgueses no son realmente democráticos, pero ¿acaso el nuevo Estado que propugnan va a dejar de ser burgués? ¿No van a tener una constitución burguesa como la española y las europeas? Si reclaman sus derechos y voluntades como principio superior a las libertades constitucionales burguesas, eso equivale a defender el empleo de poderes fácticos, en buena tradición revolucionaria, allende los poderes legales, con tal de llevar a cabo el deseo «popular», cueste lo que cueste.

¿Pero de qué pueblo hablamos: de la clase o de la nación? Aquí reside el núcleo del problema y se decide el contenido de las dos posturas en litigio. Según los internacionalistas de siempre, siguiendo un análisis de clase inspirado en los intereses obreros, el recurso al poder fáctico contra los poderes fácticos del capital, que puede llegar incluso a la guerra civil de clase contra clase, sólo debe aplicarse cuando hay probabilidades serias de avanzar en la lucha por el socialismo. Para ello cuentan con la participación activa de la clase obrera consciente, la única con interés genuino en esa transformación social. En cambio, los «internacionalistas nacionalistas» creen preferible aliarse a otras clases, incluidos los sectores burgueses, en su reivindicación interclasista y socialmente neutra de un autogobierno nacional.

¿Realmente merece la pena que la izquierda dé la batalla en ese frente, hasta el punto de asumir una potencial guerra civil que a la larga dejaría las cosas como están, o peor? Porque si consiguen el derecho y/o el poder para convocar ese referéndum aunque si lo consiguen por la fuerza, no les haría falta ya ese recurso, nunca lo podrán negar legítimamente a cualquier territorio interior a sus fronteras que reclame, con apoyo de gran parte de su población, los mismos «derechos» que ellos pusieron antes en práctica. Así veríamos que Álava, el Valle de Arán o Navarra querrían un referéndum para separarse de los nuevos Estados vasco y catalán. A su vez, si Navarra se independizara del País Vasco, el territorio euskaldún del oeste navarro podría querer separarse del nuevo Estado navarro… Todo ello desembocaría en una huida hacia delante sin fin, que no tendría otra consecuencia que la fragmentación de los actuales Estados hasta volver al maravilloso mapa medieval de los reinos de taifa.

Además, ¿qué clase de internacionalismo sería ese que no se preocupa más que de su propia nación, y deja de lado lo que piensan sus actuales connacionales o el resto de los Estados del mundo? Si se les pregunta si también las regiones que componen sus respectivas naciones y Estados tienen derecho a separarse de Francia, Alemania o los Estados Unidos, responden que eso nada les importa.

Ellos, al parecer, son como los liberales y piensan que la mejor manera de contribuir al interés general es perseguir egoístamente el interés particular. Lo que ocurra a otros, a ellos les importa un bledo si consiguen su ansiada identidad nacional en lo espiritual y lo fáctico. Juzguen ustedes, en consecuencia, qué tipo de internacionalismo es más auténtico.

Pero aún no hemos respondido a la segunda pregunta: ¿Qué ocurre con el derecho de autodeterminación que reclamaron los internacionalistas históricos, desde Marx, Engels y Bakunin a Lenin? Pasa sencillamente que, con tal de hacer pasar por derechos lo que son puros privilegios, estos nacionalistas están dispuestos a tergiversar, no sólo la historia material sino también la intelectual, todo cuanto haga falta. Y es que Marx, Engels o Rosa Luxemburgo nunca defendieron el derecho a la autodeterminación de los pueblos y regiones sin Estado, sino el de las colonias sometidas al sojuzgamiento imperial. Cuando Lenin reclamaba el derecho de autodeterminación de los pueblos rusos, estaba pidiendo terminar con las colonias del imperio ruso (en este caso situadas geográficamente junto al territorio metropolitano) y con la situación discriminatoria de sus poblaciones en relación con la metrópoli.

Pero en el caso español, la mayoría de sus colonias había conseguido la autodeterminación en la primera mitad del siglo XIX, mientras que Cuba, Puerto Rico y Filipinas la consiguieron en 1898, y las colonias africanas, excepto Ceuta y Melilla, a lo largo del siglo XX. Lo que los clásicos del marxismo reclamaban, en el caso español se logró hace mucho tiempo. Pero lo que reclaman ahora los nacionalistas periféricos españoles no tiene nada que ver con lo que reclamaba el marxismo, por mucho que a los intereses de la burguesía y la pequeña burguesía nacionalistas se hayan sumado ahora los partidos políticos de izquierda que alguna vez fueron marxistas.

Diego Guerrero - 4 de octubre de 2005

Profesor de Economía Aplicada Universidad Complutense de Madrid

sábado, 17 de noviembre de 2007

Jornada de Conferencias


Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía ha organizado una Jornada de Conferencias y debates que bajo el título de “sociedad.es” se celebrará en Madrid el día 24 de Noviembre en el auditorio del INEF de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte en la Universidad Politécnica de Madrid.

La razón no es otra que la de abrir una vía de reflexión y debate sobre los modelos de Estado.

¿Cuál es el modelo de sociedad que garantizaría la mejor relación de igualdad, libertad y solidaridad entre sus integrantes? Tras la caída del Muro de Berlín ¿ya está dicho todo sobre el tema? ¿Cabe todavía la posibilidad de generar un nuevo modelo democrático de sociedad que supere el esquema estereotipado izquierda/derecha
comunitarismo/individualismo, que asuma la pluralidad y la diferencia sin mermar la igualdad de oportunidades, la libertad individual y la justicia social? ¿Es anacrónico el actual modelo de representación parlamentaria? ¿Es ya posible la participación activa y directa del ciudadano en la toma de decisiones políticas? ¿En qué medida?

“Estado de las Autonomías”, ¿es éste el comienzo de la fragmentación del Estado?

¿Favorece el actual modelo el reparto igualitario y solidario de los recursos del Estado o pone en peligro su capacidad para regular y prevenir posibles abusos y disfunciones?

¿Vamos a resignarnos a seguir pasivos frente al poder político? ¿Cómo incentivar la responsabilidad del ciudadano sobre los asuntos públicos?

¿Es el actual modelo educativo el que mejor prepara y estimula al alumnado para desarrollar todas sus potencialidades ¿o es un modelo anacrónico y al servicio exclusivo del adoctrinamiento?

Con la participación de todos, existe la posibilidad real de un cambio que nos devuelva la ilusión por la vida colectiva y de que nos haga sentir lo que ya somos: ciudadanos libres.

jueves, 15 de noviembre de 2007

El constante expolio al que se nos somete a los catalanes

Jordi Pujol -accionista de la patria catalana- un determinado día señaló a "Madrid" y montó un negocio: el oasis catalán. Vivió de esas rentas algo más de dos décadas y, ahora, sus herederos siguen vigilando que el dedo apunte a su sitio, no fuera a ser que se descubriese el engaño. Los nacionalistas catalanistas suelen decir que los catalanes estamos sometidos a un expolio fiscal constante y, limitándonos a esas palabras, podríamos decir que es cierto. Lo que ocurre es que mienten al señalar a los ladrones: son ellos mismos.

Y es que podemos encontrar ejemplos del expolio en la subvención de 1.119.000 euros en 2006 a la Plataforma Pro-Seleccions Esportives Catalanes o el 1.342.991 euros que este año se destina presupuestariamente a entidades como la Associació d'Amics de la Bressola o la Institució Cívica i del Pensament Joan Fuster i Acció Cultural del País Valencià. Compararemos cifras. El presupuesto para obras hidráulicas de la Generalidad es de 1.238.538 euros, 100.000 euros menos que lo que cuesta la Plataforma Pro-Seleccions. También es significativo saber que los medios de comunicación públicos catalanes disponen de un presupuesto de importe consolidado que alcanza los 504.052.000 euros (más de 4 veces que los medios públicos de la Comunidad de Madrid) mientras que el Servei Català de Salut dispone de una partida presupuestaria de 205.992.500 euros de inversión real.

Jordi Pujol fue un gran vendedor: su doctrina ha tenido efectos transversales. Vendió bien a una buena parte de la sociedad catalana que los partidos nacionalistas, por su condición regional, son los que mejor pueden defender los intereses de los catalanes. El PSC no dudó en sumarse al carro con tal de chupar del bote; no ha querido ser un partido socialista, sus prioridades son otras. Gracias a la doctrina de Pujol como lugar común, Felip Puig pudo decir no hace mucho en un programa de televisión que "la independencia hay que tenerla siempre en la cabeza, pero no hay que hablar mucho de ella" sin que nadie le reprochase lo que oculta tras esa frase aparentemente inofensiva. ERC no se oculta y afirma trabajar cada día por la "independencia". Y Montilla emula a Pujol yendo a Madrid a hablar de la desafección de "Cataluña con España", como si Cataluña fuese una señora y España otra que se pelean en la cola del supermercado.

Tras esta breve exposición parece quedar claro que el constante expolio al que se nos somete a los catalanes tiene por nombre construcció nacional. No cabe duda, necesitamos independizarnos, pero del nacionalismo: gastan nuestros tributos en chorradas y lo hacen en detrimento de, por ejemplo, la sanidad, la educación y las infraestructuras. Por no hablar del menoscabo de la igual libertad entre los catalanes, pero también entre todos los ciudadanos de España en un tiempo donde en lugar de construir feudos hay que construir una Unión Europea política que supere a la simple Unión Europea mercado.

Sergio Sanz. Miembro del Consejo General de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía y responsable de la Comunicación de la agrupación de Jóvenes del partido.

martes, 13 de noviembre de 2007

¿CUÁNTO NOS CUESTA SABER QUIÉNES SOMOS?


¿Que hicieron con nuestros impuestos? ¿Por qué no invirtió en infraestructuras el primer Tripartito y ahora se quejan del caos en las comuniaciones urbanas, de cercanias, de los problemas que da el AVE, etc.?

Para saber eso,……. hay que saber contestar otra pregunta:


¿CUÁNTO NOS COSTÓ SABER QUIÉNES SOMOS DURANTE ESE
PERIODO? (2003-2006)


Algunos gastos ciertamente útiles, para el bienestar de los ciudadanos catalanes, que realizó nuestra administración autonómica:


ENTIDAD
IMPORTE
FINALIDAD DE LA SUBVENCIÓN
Kipus Esal
9.500 €
Para los gastos de organización y realización de la ofrenda foral al monumento de Casanovas el 11 de septiembre de 2003
Consorci Casa de les Llengües
2.399.990 €
Suma de dos transferencias correspondientes al año 2006
Consorci Casa de les Llengües
750.159 €
Para el desarrollo de las aplicaciones TIC en la Casa de las Lenguas
Xarxa d'Entitats Cíviques i Culturals dels Països Catalans pels Drets i les Llibertats Nacionals
430.000 €
Coleccionables y suplementos del semanario El Temps
Plataforma Proseleccions Esportives Catalanes
90.000 €
Prtomoción de las selecciones deportivas catalanas en los medios de comunicación
Centre Internacional Escarré per a les Minories Ètniques i les Nacions (CIEMEN)
38.000 €
Actividades en favor de los derechos lingüísticos, culturales e identitarios
Associació Cultural del País Valencià
60.000 €
Creación de una oficina de política lingüística en la Comunidad Valenciana
Enciclopèdia Catalana, SA
10.000 €
Edición del diccionario sánscrito-catalán
Associació Racó Català
30.000 €
Proyecto para ampliar la capacidad de racocatala.com
Comissió de la Dignitat
32.000 €
Proyecto de la reclamación de los papeles de Salamanca
Joventuts d'Esquerra Republicana de Catalunya-JERC
22.000 €
Acampada joven 2005
Cercle per a la Defensa i la Difusió de la Llengua i la Cultura Catalanes
3.000 €
Edición de un missalet como instrumento digno en alguerés para el uso de los feligreses


Les dejo un documento en formato Excel, que recoge detalladamente y en resúmenes, casi todos las subvenciones otorgadas por la generalitat durante el gobierno del primer Tripartito. Todos los datos recogidos en este Excel, están extraídos literalmente de las publicaciones del "BOE Catalán"


Todas las cantidades están reflejadas, como no podía ser de otra manera, en el Documento Oficial de la Generalidad de Cataluña (DOGC), entre los años 2003 y 2006, con la firma correspondiente del secretario autorizado: Carles Duarte i Montserrat, Ramon García-Bragado i Acín, Raimon Carrasco i Nualart o Xavier Vendrell i Segura.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Pujol y el victimismo

El ex presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol se lamentaba el pasado día 30 de octubre en el artículo Intoxicación. Y consistencia de la catalanofobia de España a Cataluña:

Ahora Catalunya tiene mala prensa en Madrid. Y en toda España. Nunca como ahora la opinión pública española, es decir, no sólo los políticos, sino también los medios de comunicación –prácticamente sin excepción– y la gente de a pie, se había expresado en términos tan negativos hacia Catalunya. En la época de Franco el Régimen era muy hostil hacia Catalunya, era perseguidor y opresor. Pero la gente no tenía un grado tan alto de animadversión como tiene ahora.

Y tiene razón el ex presidente de la Generalitat. Recuerdo con nostalgia la envidia sana que el resto de españoles nos tenían en los años setenta por vivir en Barcelona. Mientras Madrid arrastraba la leyenda de ciudad de funcionarios y centro de poder franquista, Barcelona aparecía como la ciudad cosmopolita y culta. Como al París de principios de siglo, allí recalaban bohemios y creadores, escritores y activistas contra el régimen, seguros todos de llegar a la ciudad de la libertad. Esa superstición recorrió todos los rincones de España; la extendíamos los inmigrantes nacidos en otras tierras de España en cada viaje de retorno de vacaciones a nuestros lugares de nacimiento. Nunca tantos españoles se hicieron seguidores del Barça. Hay toda una generación de progres que metían libertad, Barcelona y Barça en el mismo saco. Simplificaciones muy humanas en tiempos sedientos de nuevos referentes. Rodríguez Ibarra o Rodríguez Zapatero son algunos ejemplos.

Fueron esos tiempos los mejores para la lengua catalana. Nunca tuvo tanta comprensión y defensa. Tenía menos hablantes y no regía como única lengua de las instituciones catalanas, pero contaba con el amor incondicional de todos. Precisamente lo que ahora reclaman.

A la vuelta de dos décadas, el hombre que heredó ese maravilloso legado, se queja de que España ya no nos quiere, o nos quiere menos. Se debía preguntar por qué, pues en él encontraría la causa de todas la causas.

Nada más acceder a la presidencia de la Generalitat puso en marcha el sueño nacionalista que acabaría siendo la pesadilla de quienes no lo compartíamos. Si a una persona negra no le reconoces su color de piel como atributo inseparable de su persona, es posible que tal ciudadano se sienta menospreciado en parte de sus derechos; si a un homosexual no le reconoces y respetas su opción sexual, es posible que acabe por adquirir mecanismos de defensa contra las instituciones o la sociedad que lo avergüenzan; si a un castellanohablante le excluyes su lengua en instituciones, escuela y medios públicos de comunicación, puede que acabe por sentirse excluido de derechos y menospreciado. Como el negro, como el homosexual. Sin ir más lejos, como usted se sintió menospreciado cuando en otros tiempos excluyeron la lengua de su madre. Lo terrible es que haya que explicar tal obviedad.

Nada más llegar a la presidencia de la Generalitat, ordenó una limpieza lingüística en el callejero municipal, subvencionó el cambio de idioma en letreros comerciales, obligó a cambiar de lengua a miles de maestros (14.000 se fueron de 1983 a 1985), fundó TV3 y Cataluña Radio sólo en catalán y, sobre todo, nos contagió a todos de un victimismo enfermizo respecto a Madrid que ha acabado por convertirse en un mecanismo de defensa ante cualquier responsabilidad política que habríamos de asumir y no hacemos.

Tiene también razón Pujol en su artículo al recordar que Cercanías y Red Eléctrica son responsabilidad del Gobierno de España:

¿Cómo se puede afirmar que el mal funcionamiento y la falta de planificación y de inversión son culpa de la Generalitat y, por lo tanto, de Catalunya?

Repito. Decir esto es faltar gravemente a la justicia, a la verdad, al respecto de la gente y al respeto a Catalunya. Y cuando, prácticamente, todas las fuerzas políticas españolas, y cuando, prácticamente, todos los medios de comunicación españoles participan de esta maniobra o no la contradicen y dejan que el rechazo, el desprecio, el resentimiento o, a veces, el odio se desperdiguen, hace falta decir que en España hay un fallo.

¡Cuánta razón tiene Pujol! Lástima que esa proyección para descargar en otros las culpas o inventar agravios sea la obra mejor acabada de su práctica política. Durante años la ha practicado con nocturnidad y alevosía. Él la inventó. Recuerdo durante cuántos años logró engañar al pueblo de Cataluña afirmando que la educación y la sanidad no funcionaban porque Madrid no traspasaba las competencias, cuando ya las tenía todas. Todavía hay gentes en Cataluña que creen que la culpa de todo la tiene Madrid porque Cataluña es una colonia de España. Recuerden las balanzas fiscales o los peajes que sus gobiernos renovaron. Nadie mejor que él ha practicado esa política de "resentimiento" y "odio". Él es el arquitecto. Aplíquese, por tanto, su propia acusación a sí mismo.

A menudo me pregunto qué tendrán los culturgenes de la cultura nacionalcatalanista para dejar fuera de su comprensión de la realidad el principio de no contradicción. ¿Cómo no ven que la pluralidad, comprensión, tolerancia, etc. que exigen a España no la practican ellos en Cataluña? Hace unas semanas tenían la oportunidad de ejercerla en la Feria del Libro de Frankfurt, pero prefirieron excluir a todos los escritores catalanes en lengua castellana. ¿Qué autoridad moral pueden tener discursos que boicotean productos españoles por el mero hecho de ser españoles (esta estupidez la iniciaron web nacionalistas y fueron contestadas por otras estupideces desde el otro lado del espejo)? ¿Qué autoridad moral pueden tener quienes se mofan de símbolos españoles por el mero hecho de ser españoles? ¿Qué autoridad moral pueden tener quienes apuestan contra la candidatura a los Juegos Olímpicos de Madrid, cuando toda España apoyó con entusiasmo la de Barcelona?

Estas y otras muchas paradojas y contradicciones no son obra directa del ex presidente de la Generalitat, pero todas han nacido de su doctrina victimista. 23 años de nacionalismo moderado nos han legado una generación de radicales con los que tenemos que lidiar todos los días. Él es el máximo responsable.

Tiene usted razón, señor Pujol, hoy nos quieren menos. Pero escuche la estrofa del uruguayo Jorge Drexler:

Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma.

31 octubre 2007, C's Antonio Robles

sábado, 3 de noviembre de 2007

UPD: las preguntas incómodas

Dos artículos de Félix Ovejero analizando la transversalidad, su ambigüedad, la política, la Ley Electoral, a UPD, y las elecciones generales de marzo. En resumen, dos artículos que no hay que dejar pasar sin leer.

UPD: las preguntas incómodas
por Félix Ovejero Lucas








Esta temporada, Sarkozy

Según parece, todos queremos ser Sarkozy. Con la extendida disposición a identificar tendencias -algo que sólo debería estar permitido a unos pocos en condiciones de hacer prognosis medianamente fundadas, si acaso, a los demógrafos- a partir de cuatro datos espigados aquí y allá, se presenta al presidente francés como un nuevo fenómeno político. Otro más.

Como es costumbre, cada uno lo ilumina con su particular foco para que el resultado final se acomode a la lección que quiere extraer. La que traía aprendida desde casa, claro. Entre ellas, una de las más repetidas consiste en empaquetar bajo el sello de "transversalidad" tanto a Sarkozy, que se describe a sí mismo como "de derechas, pero no conservador", como a Angela Merkel, que encabeza en Alemania un Gobierno de coalición, y también al Partido Demócrata Europeo, que aspira a acoger en su seno a la izquierda y a la derecha.

Entre nosotros, Pascual Maragall ha reclamado la necesidad de dar el finiquito al PSC, de disolverlo dentro de un partido demócrata catalán. Maragall es pionero en ocurrencias, pero esta vez su originalidad es menor. A Perón lo que es de Perón. En realidad, su partido no sería más que la presentación pública de lo que se ha dado en llamar el PUC, el Partido Unificado de Cataluña, que tuvo su acto fundacional en el Parlament a cuenta del 3%, y su manifiesto ideológico en la recomendación de "dejar reposar el soufflé, porque si no nos haremos daño unos y otros y no sacaremos nada bueno".

No sorprende el entusiasmo por la "transversalidad" del transitorio presidente de la Generalitat. El primer mandamiento de los nacionalistas es escamotear los problemas de las gentes en nombre de la patria... y achacar a los otros los problemas de la patria. En Cataluña la apelación al expolio fiscal por "España" es la formulación más tramposa y eficaz de esa falacia. Pareciera que los catalanes no pagamos los impuestos según nuestros ingresos, cada cual según los suyos, sino en una suerte de declaración conjunta, como pueblo. Una contabilidad que debería llevar a Marbella a considerar la hipótesis de su independencia. Dada la cantidad de ricos que por allí paran, su balanza fiscal debe ser estremecedora. E identidad propia no les falta según confirman semanalmente esos insuperables documentos antropológicos que son las revistas de las peluquerías.

Desde una perspectiva diferente, más cabal, como corresponde a las circunstancias y a la calidad de sus promotores, la "transversalidad" ha aparecido también al rotular a Unión, Progreso y Democracia (UPD), el partido encabezado por Rosa Díez. La argumentación sostiene que la distinción entre izquierda y derecha no se sabe muy bien qué significa cuando vemos partidos de izquierda suscribir proyectos tradicionalmente defendidos por la derecha más reaccionaria. La "transversalidad" superaría la vieja distinción, bien porque se situaría más allá de ella, bien porque la fagocitaría al acogerla en su seno. Los partidos "transversales"

Poco que añadir a la crítica a nuestra izquierda. Están a la vista las consecuencias de su proyecto más importante, la política territorial: identidades recreadas que son fuente de discriminación, desigualdades distributivas entre los ciudadanos, prioridad de las buenas aldabas sobre el debate democrático, atrofia de los instrumentos públicos de intervención y vaciamiento de los derechos sociales como resultado de la competencia entre comunidades autónomas. Poco que ver con los ideales clásicos de la izquierda, con la igualdad, la extensión del control democrático y la erradicación de las diversas fuentes de despotismo.

En lo que cuesta coincidir es en la conclusión "transversal". Como recordó madame Roland camino de la guillotina ("Ô Liberté, que de crimes on commet en ton nom!"), el maltrato de las palabras deja intactos los conceptos. La República Democrática Alemana no ensució la democracia, y la idea de progreso no la deciden los contenidos de El Plural. Periódico digital progresista. En realidad, la crítica de UPD, cuando pone a nuestra izquierda ante el espejo de las ideas de izquierda, confirma que esas ideas tienen contenido.

La propia tesis de la "transversalidad" depende de la distinción que pretende superar. Al igual que "centro" es una noción subordinada, sin contenido propio. No hay "centro" si previamente no hay izquierda y derecha. Si en la "transversalidad" caben la izquierda y la derecha, se puede distinguir entre izquierda y derecha. Pero para escoger "lo mejor de cada casa" necesitamos un punto de vista. Ese punto de vista, al final, tiene que ver con ciertas ideas, con un ideario. No hay soluciones incondicionalmente mejores, sino mejores conforme a un conjunto de principios.

Un partido no es un Parlamento. No todo cabe. Aunque los miembros de un partido no tienen que compartir una concepción del mundo, sí han de compartir un ideario y unas propuestas institucionales que lo precisan. Los partidos no recogen los puntos de vista presentes en la sociedad, sino que dotan de coherencia los distintos puntos de vista. Más tarde, en los foros públicos, articulados en forma de propuestas, se debaten. Es la democracia. Cuando estas cosas se descuidan, las organizaciones políticas acaban en patios de monipodios. Se discuten a la vez los grandes principios y las propuestas, sin que los primeros sirvan para cribar las segundas. No hay modo de saber a qué atenerse y las disputas se multiplican sin que exista forma de resolverlas, al menos en escalas temporales humanas. Podemos reunirnos muchos "para practicar un deporte", bastantes más "para realizar una actividad", o un mayor número aún "para reunirnos". Pero de poco servirá. Si queremos jugar al fútbol, podemos ponernos de acuerdo en la táctica, pero no hay modo de ponerse de acuerdo si, a la vez, estamos decidiendo el deporte a que jugamos.

En política hay pocas cosas que inventar. Lo más antiguo del mundo es la "ilusión de la novedad", de hacer las cosas "como nadie lo ha intentado hasta ahora". Podemos intentar cambiar las reglas. Pero ésa es otra liga, que exige apuestas fuertes, con éxito improbable y que, además, requiere incluso mayor cohesión ideológica. Entretanto, podemos hacer pocas cosas, muy pocas. Entre las pocas que podemos hacer, y que debemos hacer, está el de procurar conservar el exacto sentido de las palabras. Es posible que "las palabras puedan modelarse hasta volver irreconocibles las ideas que vehiculan". Es posible. Pero hay que resistirse. Eso lo dijo Goebbels y quería hacer trampas.

03 noviembre 2007, El Pais.com.
Félix Ovejero Lucas es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.

Hacia la independencia en AVE

Propuesta de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía para el trayecto Barcelona-Sants s Barcelona-Sagrera del AVE


Hacia la independencia en AVE
La estación de Gavà es un hormiguero de personas, autobuses, informadores, megáfonos y policías. El dispositivo preparado para cuidar del itinerario alternativo al tren de cercanías, que hasta hace unos días realizaba el trayecto Gavà-Barcelona, es realmente espectacular y ahora funciona razonablemente bien, después de la improvisación inicial. Cada día, unas setenta mil personas son trasladadas desde este municipio a la Plaza de España de Barcelona, en un trayecto que dura unos cuarenta y cinco minutos, media hora más del que tardaban en tren. Todas estas personas pierden tiempo de sueño y ocio, y el cansancio las puede afectar, a veces, mucho, -ayer, mientras visitaba la estación, una mujer no pudo más y se desmayó-. Por su parte, el incremento de autocares en un perverso efecto cadena da lugar a un colapso circulatorio que paraliza miles de vehículos mañana y tarde.

Una desastrosa política de infraestructuras es la causante de este disparate del cual son corresponsables casi todos los partidos políticos catalanes: el AVE va camino de Sants por la tozudez de CIU, PSC, ICV y ERC y la debilidad del PP, que aprobaron un trazado para hacer que llegara al aeropuerto y finalmente no ha sido así. Ahora, la obra se encuentra encajonada entre túneles de Cercanías y FGC y con un suelo con la firmeza de un flan. Millones de euros se han destinado a cubrir un proyecto que ha causado retrasos (estaba proyectado para el 2004), siniestralidad laboral y ahora, como final de fiesta, atascos, desperfectos en viviendas y molestias generalizadas.

Es hora de protestar y pedir soluciones rápidas y eficaces, y la Plaza de Sant Jaume ha servido para escenificar las prioridades de los ciudadanos y de algunos partidos políticos. Los ciudadanos expresan su indignación y otros, en cambio, se aprovechan de las circunstancias para hacer apología del independentismo. Son los mismos que hace unos días decoraban hábilmente con las estrellas los gritos de un grupo de inmigrantes ecuatorianos que cantaban en perfecto castellano: "No al racismo". Ahora, en el mismo lugar escenifican la comedia de la confusión queriendo hacer ver que el Baix Llobregat es "independentista". Éste es el tipo de individuos que, enfrente del agujero del Carmelo por el hundimiento del túnel, focalizaban su atención en el letrero del establecimiento comercial porque estaba en castellano y se afanaban por reeducar al propietario mediante la correspondiente denuncia lingüística. Su prioridad ante los siniestros no es mejorar las condiciones de vida, sino construir la "nación". ¡Qué gente!
octubre 2007, e-noticies, José Domingo