lunes, 29 de octubre de 2007

Mal empieza el partido de Rosa Díez


Comunicado de F. de Carreras en el Pais.

Francesc de Carreras, (catedrático de Derecho Constitucional y afiliado a Ciudadanos) - Barcelona - 29/10/2007


En su edición del 26 de octubre, EL PAÍS informaba de que el nuevo partido, UPD, liderado por la ex socialista Rosa Díez, rechazaba ir a las próximas elecciones generales coaligado con Ciudadanos, entre otras razones, por mi posición sobre referendos ilegales en Cataluña y el País Vasco. Concretamente, en la nota oficial emitida por UPD, se me acusaba de "apoyar la celebración de referendos soberanistas con el argumento de que es lo que establece la Constitución del Canadá".

Dicha acusación no sólo carece de base alguna sino que, además, afecta a mi reputación profesional: no es cierto que apoye referendos ilegales y tampoco lo es que la Constitución del Canadá los permita. Por tanto, ambas imputaciones son falsas -así como también otras que el comunicado me atribuye- y debidas a simple ignorancia o mala fe, aunque probablemente a una mezcla de ambas cosas.

Mi posición en esta materia está clara en múltiples escritos míos, tanto periodísticos como académicos. Remito a un artículo reciente (El plan Ibarretxe II) publicado en el diario vasco El Correo y en otros periódicos de la cadena Vocento el pasado 29 de septiembre, justo el día siguiente de la última propuesta del lehendakari.

También a los trabajos publicados en las revistas Teoría y Realidad Constitucional, números 10-11 y Cuadernos de Alzate, número 27.

Mal empieza un partido que dice pretender regenerar la democracia y utiliza burdas mentiras para intentar justificar sus decisiones.

jueves, 25 de octubre de 2007

ENTREVISTA: STÉPHANE DION


"La secesión hace extranjeros a tus conciudadanos"
Jóse Luis Barberia - San Sebastián
El ministro de Relaciones Intergubernamentales de Canadá, Stéphane Dion, es una figura de referencia en el plano internacional por su protagonismo político ante el conflicto de Québec y su apasionada defensa de las identidades múltiples y de la unidad en la diversidad. Doctor en Ciencias Políticas, promovió la Ley sobre Claridad que ha encauzado el proceso del "soberanismo asociado" quebequés en el que se inspira actualmente el nacionalismo vasco. Tras participar en los actos de celebración del 25º aniversario de la Constitución española, el ministro canadiense ha aprovechado la visita para entrevistarse con los líderes políticos españoles. Su agenda incluye a los nacionalistas catalanes, pero no a los dirigentes del PNV ni a los representantes del Gobierno vasco. Aunque Stéphane Dion, 47 años, quebequés, evita pronunciarse sobre los asuntos internos de nuestro país, la entrevista se desarrolla en un terreno de paralelismos de fácil lectura en España.

Pregunta. Quisiera apelar a su condición de intelectual buen conocedor de la realidad española para preguntarle si, en su opinión, los españoles tienen verdaderos motivos para inquietarse por el plan soberanista del lehendakari Ibarretxe.

Respuesta. Agradezco sus esfuerzos, pero no puedo olvidar que soy ministro de Canadá y que no debo inmiscuirme en los asuntos españoles. Si me lo permite, sólo hablaré de la situación de mi país. Le dejo a usted la tarea de establecer los paralelismos pertinentes.
P. La propuesta del Gobierno vasco se asienta en la idea del soberanismo asociado de los independentistas quebequeses. ¿Qué efectos ha producido en su país la Ley sobre la Claridad?
R. Desde que aprobamos esa ley, que recoge los fundamentos del dictamen del Tribuna Supremo de Canadá, ninguna provincia puede separarse a menos que se demuestre que esa es la voluntad manifiesta de la población de esa provincia. Y la única manera de constatar esa supuesta voluntad secesionista es a través de una pregunta muy clara. No nos vale eso del soberanismo asociado, de nos separamos para luego unirnos. No se puede estar a medias dentro de un país: o se está dentro o se está fuera. Si los independentistas utilizan una fórmula confusa no habrá negociación alguna en Canadá. Y sin negociación con el resto de Canadá, no hay escisión posible.
P. ¿La Ley sobre la Claridad ha alterado sustancialmente el proceso desencadenado por el soberanismo quebequés?
R. Es una de las razones que explican su derrota electoral. Puedo decirles a los lectores de su periódico que la unidad canadiense se ha reforzado desde que hemos aclarado las cosas. La razón es que se ha visto que, en realidad, las dos terceras partes de los quebequeses quieren seguir siendo canadienses. Los jefes independentistas lo saben y por eso quieren ganar en la confusión y huyen de la claridad.
P. ¿Por qué no le vale a usted el 50% más uno de los votos de un referendo secesionista?
R. Porque es una decisión extremadamente grave y probablemente irreversible que afectaría también al resto de los ciudadanos del Estado. Lo que está en juego es el derecho de los quebequeses y de sus descendientes a ser canadienses. Pedir, luego, el reingreso en la federación sería muy difícil e improbable. Una decisión tan trascendental exige un consenso muy serio y no una mayoría ocasional que puede cambiar según sople el viento de la política o de la economía.
P. El conflicto ha entrado en España en la vía judicial a través de un primer recurso interpuesto por el Gobierno central. ¿Cree que es el primer camino a recorrer?
R. A nosotros nos parece lo más civilizado recurrir a los tribunales para clarificar los aspectos jurídicos. Pero si el Gobierno de Canadá solicitó el dictamen del Tribunal Supremo no fue con el ánimo de preguntarle si la secesión de Québec, que es un asunto político, estaba bien o mal. Lo hicimos para saber cómo podía llevarse a cabo la secesión desde el punto de vista jurídico, para saber si la escisión podía llevarse a cabo por la simple voluntad del Gobierno de esa provincia, que entonces era independentista. Lo que nos respondió el Tribunal Supremo fue que ni el derecho internacional ni el derecho canadiense avalaban esa pretensión porque Québec no es obviamente una colonia. También nos dijo que, de todas formas, el Gobierno de Canadá no debería retener contra su voluntad a una parte de la población y que si se acredita una voluntad clara de separación, todos los integrantes de la federación canadiense tendrían que entrar a negociar la forma más justa para todos de llevar a cabo la separación.
P. ¿Qué es lo que habría que negociar exactamente?
R. El reparto del activo y del pasivo, las modificaciones de las fronteras, los derechos y reivindicaciones de los pueblos aborígenes y la protección de los derechos de las minorías. Eso es lo que ya se especifica en el artículo 4 de la Ley sobre la Claridad, pero para avalar la separación habría que negociar muchísimas más cosas.
P. ¿En esa negociación debería garantizarse la posibilidad de que una parte de la población de ese nuevo Estado independiente pueda, a su vez, separarse?
R. Claro, el principio de que no se puede retener a nadie contra su voluntad tiene que aplicarse en todas las direcciones. Los secesionistas declaran la divisibilidad de Canadá, al tiempo que proclaman la indivisibilidad de su futuro Estado. Es una contradicción inherente a todos los secesionismos. Ellos tienen que saber que si entramos a negociar la escisión, tendrán que contar con la posibilidad de que una parte de su territorio opte por quedarse con Canadá. Hay que evitar las dos varas de medir.
P. Pese a sus reticencias ante los tribunales de justicia, los independentistas quebequeses, sin embargo, parecen haber aceptado el arbitrio del Supremo. No es algo que se pueda decir de un nacionalismo vasco que ha empezado a ignorar las resoluciones judiciales.
R. Pero la actitud inicial del anterior Gobierno separatista de Québec era la de no aceptar ese arbitrio. No habríamos hecho la Ley sobre la Claridad si ellos se hubieran comprometido a respetar los dictámenes judiciales.
P. ¿Resultaría concebible en su país que un Gobierno quebequés independentista lanzara un proceso soberanista con la presencia activa de un grupo criminal que ha asesinado a más de 800 personas y que mantiene bajo amenaza de muerte a los políticos e intelectuales no nacionalistas?
R. Comprenderá que no me atreva a especular con un horror semejante. En democracia, el voto debe expresarse fuera de toda coacción y de toda amenaza a la integridad física de las personas. Efectivamente, la gran diferencia es que en nuestro país no se utiliza la violencia política.
P. ¿Qué imagen se tiene del nacionalismo vasco en Canadá?
R. Una imagen desfigurada por una violencia y un terrorismo que nos resulta incomprensible. Están fomentando la aparición de otros nacionalismos y, contra lo que piensan aquellos que apoyan la violencia, el terrorismo no les aporta ninguna simpatía a su causa, sino todo lo contrario, suscita una gran simpatía por sus víctimas. La imagen del nacionalismo vasco está oscurecida por ese puño sangriento que nos llega de su país. Es una lástima, porque Canadá siente simpatía hacia el País Vasco. Ellos fueron los primeros pescadores de nuestras costas y todavía hay pequeñas poblaciones que se llaman "pueblo vasco" o lugares como "la isla de los vascos".
P. El hecho de que un Gobierno ignore las reglas de juego comúnmente establecidas ¿le invalida moralmente para plantear propuestas de ruptura?
R. Si envía a sus ciudadanos el mensaje de que se puede burlar la ley, ¿cómo conseguirá luego que esos mismos ciudadanos acaten sus leyes? Es el problema de la secesión unilateral. ¿Se puede situar fuera de Canadá a millones de quebequeses que desearían seguir siendo canadienses y hacerlo burlando las leyes constitucionales? Esos ciudadanos podrían denunciar a ese Gobierno ante los tribunales. ¿Y el Gobierno de Canadá tendría que ignorar esa tentativa ilegal de secesión o debería quedarse responsablemente, pacíficamente, en territorio quebequés? ¿Qué podría hacer el Gobierno independentista? ¿Utilizar a la policía? Es una locura. No es así como se funciona en la democracia. Tenemos que regirnos por el derecho. Si hay que negociar la separación, lo haremos, por muy triste y lamentable que sea, pero siempre de acuerdo con la ley y en el respeto a todas las partes.
P. ¿Cree que la dinámica secesionista es difícil de conciliar con la democracia?
R. En la democracia caben necesariamente todos los ciudadanos. No se puede relativizar la solidaridad en función de la lengua, la religión o la pertenencia territorial. La secesión, por el contrario, obliga a elegir entre tus conciudadanos, a optar entre los que consideras los tuyos y los que quieres transformar en extranjeros. Nadie tiene vocación de extranjero en una democracia.
Y por eso no ha habido secesiones en las democracias bien establecidas. Eso es algo que únicamente se ha producido en los contextos coloniales o en la transición a la democracia de un régimen totalitario.
P. Pero también hay algún ejemplo reciente de países independizados por procedimientos legales...
R. Bueno, el caso de Checoslovaquia, pero hay que recordar que la división se produjo a la salida del régimen comunista y que fue una decisión tomada por los primeros ministros de las dos regiones, sin consultar a la ciudadanos que, según algunos sondeos, estaban mayoritariamente por continuar unidos.
P. ¿Desde el punto de vista económico es viable la secesión en un país desarrollado?
R. Podría ser viable. El eslogan de los separatistas de Italia del norte era que si permanecían unidos al sur se convertirían en África y que si se independizaban serían Suiza. Pero los italianos del norte quisieron seguir siendo italianos y eso les honra. Además, la historia está llena de ejemplos de regiones que han pasado de ser ricas a pobres o menos ricas y viceversa. La vida de los Estados es muy larga y las cosas cambian. Si empezamos a elegir en función de la riqueza, siempre encontraremos a otras regiones más ricas. Pero la idea sobre la que descansa un Estado democrático es la solidaridad entre ciudadanos y entre regiones.
P. ¿Qué diferencias ve entre los modelos de Canadá y de España?
R. Nosotros somos una federación y hay una igualdad constitucional entre las diferentes provincias y el Gobierno federal, aunque también bastante flexibilidad. Suiza, EE UU, Alemania o Australia son igualmente federaciones. En mi opinión, también el modelo español del Estado de las autonomías tiene trazos de federación, aunque no se denomine como tal. No sé, puede ocurrir que los españoles lleguen a convertirse en una federación, casi sin darse cuenta.
P. ¿Y qué puntos comunes observa?
R. El elemento común es que ambos Estados, Canadá y España, tenemos identidades plurales. Se puede ser español o canadiense de maneras diferentes. Muchos ciudadanos de Ontario le dirán que para ellos su provincia es sólo una dirección, porque se sienten exclusivamente canadienses, mientras que no conozco a convecinos míos quebequeses que puedan decir lo mismo. Quizás ocurre lo mismo con un madrileño, por ejemplo, en contraste con un vasco o un catalán. Un país debe ser suficientemente flexible como para permitir la convivencia entre diferentes identidades, debe esforzarse para conseguir que todo el mundo se sienta lo más cómodo posible dentro de una relación de lealtad mutua. No puedo hablar por España, pero para mí está claro que el deber de Canadá es mostrar al mundo que esa convivencia no es solamente posible sino también enriquecedora porque nos hace mas tolerantes, más solidarios, mejores ciudadanos. Lejos de ser un problema, la diversidad de lenguas, culturas y referencias históricas es un valor, una fuerza del Estado. Cuanto más quebequés me siento, más canadiense soy. Me parece que hay un paralelismo con España, pero se lo dejo hacer a usted (risas).
P. ¿Diría que los quebequeses están hartos de referendos soberanistas por lo que conllevan de crispación y enfrentamiento?
R. Desde luego, ha sido un período bastante traumático. Pero, por encima de la fatiga de los referendos, lo que ha pasado es que una amplia mayoría ha visto que, en el fondo, quería seguir siendo canadiense, que quiere un Québec sólido en su identidad, pero canadiense.
P. Usted ha dicho que al nacionalismo no se le calma con nuevas concesiones, sino que se le combate ideológicamente.
R. Una precisión antes de nada. El nacionalismo no es lo mismo que el separatismo. Los quebequeses francófonos son todos nacionalistas en el sentido de que queremos conservar nuestra lengua y nuestra cultura, pero mantener esa solidaridad entre nosotros no es incompatible, en absoluto, con mantener la solidaridad con los otros canadienses. Hay canadienses, por cierto, muy orgullosos de financiar con sus impuestos el mantenimiento de la lengua francesa, aunque ellos no la hablen, porque piensan que es una manera de enriquecer a Canadá. Lo que yo combato es el secesionismo, sin perder de vista que hay, efectivamente, nacionalismos muy peligrosos.
P. ¿Y cómo los combate usted?
R. Demostrando que la separación es un grave error, tratando de convencer a la gente de que somos complementarios, de que las identidades no se restan, se suman; que ser quebequés y canadiense es maravilloso y que si me quitan a Canadá mutilan algo mío, porque hay una dimensión canadiense en mi pertenencia quebequesa.
P. ¿La actitud de conciliación es eficaz?
R. Parto de la idea de que un conciudadano partidario de la separación no es, en absoluto, mi enemigo. Busco dialogar con él y convencerle. En estos ocho años de ministro yo he sido insultado y caricaturizado por determinados secesionistas, pero nunca he respondido en el plano personal. A la injuria no se le combate con la injuria, que no deja de ser el arma del débil. Se le combate con argumentos y con la pasión de la razón desde el respeto más escrupuloso y la máxima cortesía. Además, nuestros argumentos son muy poderosos.

Manipulación Grosera.


Ante el lamentable y descorazonador comunicado de UPD he de matizar y explicar algún punto, sobre todo la grosera manipulación de las palabras de Francés de Carreras a sabiendas, pues, en UPD conocen muy bien la lucha que ha mantenido Carreras y mantiene contra el nacionalismo agobiante en Cataluña y su lealtad con la constitución española.

Según dicen,…… dijo UPD:

Francesc Carreras dirigente de C´s se mostró favorable a la posibilidad de celebrar referéndums nacionalistas-algo a lo que Rivera no se opuso publicamente- y que se considera un gran "error de bulto".



He de decir con criterio, que todo es una manipulación grosera.

Carreras dijo lo que dijo al final de un debate en 8TV cuando estaba muy agobiado y crispado por el ambiente nacionalista de la mesa. En ningún momento lo dijo como representante de C's, sino a título personal y en un determinado contexto (hay vídeos en Youtube).

Con posterioridad, el partido se desmarcó de estas declaraciones de Carreras, que desafortunadas hay que entenderlas en el contexto preciso. Es evidente que UPD no tenía ningún interés en ir con nosotros a las elecciones, el comunicado de hoy por extenso hace días que estaba redactado, los personalismos de los que marcharon de C's han podido más que las ganas de armonía.

Proximamente colgaremos una entrevista con : STÉPHANE DION - Ministro de Relaciones Intergubernamentales de Canadá que explica los efectos que ha producido en su país la Ley sobre la Claridad. Y como esa ley nunca se podría extrapolar o aplicar en España, debido al diferente contexto y la existencia de terroristas. Ley, a la que aludió Carreras en el programa.

El Extranjero

En homenaje a la chica agredida por un xenófobo en el Metro de Barcelona. En homenaje a todos los inmigrantes que se buscan la vida honradamente y por derecho. En homenaje a todos los inmigrantes españoles que fueron a buscarse la vida a América del sur, del centro y del norte, que fueron a Alemania, Bélgica, Francia, etc., en otros tiempos no muy lejanos.

El Extranjero

No me llames extranjero, por que haya nacido lejos,
O por que tenga otro nombre la tierra de donde vengo
No me llames extranjero, por que fue distinto el seno
O por que acunó mi infancia otro idioma de los cuentos,
No me llames extranjero si en el amor de una madre,
Tuvimos la misma luz en el canto y en el beso,
Con que nos sueñan iguales las madres contra su pecho,
No me llames extranjero, ni pienses de donde vengo,
Mejor saber donde vamos, adonde nos lleva el tiempo,
No me llames extranjero, por que tu pan y tu fuego,
Calman mi hambre y frío, y me cobije tu techo,
No me llames extranjero tu trigo es como mi trigo,
Tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego,
Y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño,
Y me llamas extranjero por que me trajo un camino,
Por que nací en otro pueblo, por que conozco otros mares,
Y zarpé un día de otro puerto, si siempre quedan iguales en el,
Adiós los pañuelos, y las pupilas borrosas de los que dejamos,
Lejos, los amigos que nos nombran y son iguales los besos,
Y el amor de la que sueña con el día del regreso,
No me llames extranjero, traemos el mismo grito,
El mismo cansancio viejo que viene arrastrando el hombre,
Desde el fondo de los tiempos, cuando no existían fronteras,
Antes que vinieran ellos, los que dividen y matan,
Los que roban los que mienten los que venden nuestros sueños,
Los que inventaron un día, esta palabra, extranjero.
No me llames extranjero que es una palabra triste,
Que es una palabra helada huele a olvido y a destierro,
No me llames extranjero mira tu niño y el mío,
Como corren de la mano hasta el final del sendero,
No me llames extranjero ellos no saben de idiomas,
De límites ni banderas, míralos se van al cielo,
Por una risa paloma que los reúne en el vuelo,
No me llames extranjero piensa en tu hermano y el mío,
El cuerpo lleno de balas besando de muerte el suelo,
Ellos no eran extranjeros se conocían de siempre,
Por la libertad eterna e igual de libres murieron,
No me llames extranjero, mírame bien a los ojos,
Mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo,
Y verás que soy un hombre, no puedo ser extranjero.

RAFAEL AMOR

miércoles, 24 de octubre de 2007

Barcelona versus Madrid


Se acaba de hacer público un estudio sobre los kilómetros de Metro construidos en Madrid y Barcelona en los últimos cinco años. Y la comparación resulta, cuando menos, llamativa: en este periodo de tiempo la Comunidad de Madrid ha inaugurado 135 nuevos kilómetros, y el Gobierno catalán, apenas 30. Los datos sorprenden aún más si se tiene en cuenta que la Comunidad de Madrid cuenta con una financiación de sólo 20.000 millones de euros, mientras que el Gobierno catalán supera los 32.000 millones, un 60 por ciento más. Es decir, el Gobierno autonómico de Madrid, con poco más de la mitad de recursos económicos, ha realizado cuatro veces más kilómetros de Metro que la Generalidad catalana.
Mientras algunos políticos se dedican a construir realidades tangibles que benefician a los ciudadanos, otros se dedican a dilapidar sus cuantiosos recursos en selecciones deportivas, imposiciones lingüísticas, embajadas y demás obsesiones identitarias.


Raquel C. Cañellas. Barcelona

Cartas al director, ABC, 24 de octubre

lunes, 22 de octubre de 2007

Instruir y adoctrinar


Ante el comienzo del curso escolar, arrecia la polémica sobre la implantación de la nueva asignatura de educación para la ciudadanía. Ya argumentamos en un artículo (La Vanguardia,7/ V/ 2007) que la introducción de esta asignatura nos parecía conveniente siempre que no sirviera para adoctrinar. Por otro lado, es jurídicamente inadmisible la objeción de conciencia que recomienda algún sector de la patronal de colegios privados y en eso la posición del ministerio es la única correcta: la ley debe cumplirse sin excepción alguna.

Ahora bien, en los últimos días la prensa refleja signos inquietantes que incitan a pensar que la asignatura en cuestión no va a cumplir con sus objetivos. Por un lado, desde el mismo ministerio se admite que la asignatura se puede enseñar desde el punto de vista de los valores cristianos. Mala señal que una asignatura sea susceptible de ser enseñada desde unos valores determinados y no a partir de criterios objetivos. Por otro lado, diversos periódicos, entre ellos La Vanguardia del pasado lunes, han dedicado sus páginas a recoger fragmentos de algunos manuales preparados expresamente para estudiar dicha asignatura. La lectura de estas crónicas refuerza esta sensación de subjetividad que fácilmente puede derivar en adoctrinamiento. Por tanto, tengo muchas dudas sobre si los legítimos objetivos que se pretendían llegarán a conseguirse y empiezo a pensar que la asignatura será contraproducente, mero adoctrinamiento y un constante foco de conflictos.

¿Cuáles son, a mi modo de ver, estos objetivos legítimos? Por su título, por el decreto que desarrollaba sus contenidos y por la misma intención del legislador expresada en los debates parlamentarios de la nueva ley de Educación, la intención era que los alumnos de secundaria terminaran sus estudios habiendo aprendido algunas nociones básicas sobre los fundamentos y consecuencias de su condición de ciudadanos, esto es, de los derechos y deberes que tal condición les exigía. Algo, en definitiva, conveniente y razonable.

La noción de ciudadano puede abordarse desde muchos puntos de vista: desde la filosofía, política, historia, cultura, entre otros. Ahora bien, el vacío que tal asignatura viene a cubrir debe ser eminentemente jurídico: los derechos y deberes a que nos referimos no son éticos sino jurídicos, es decir, los contemplados en las leyes vigentes. No se trata de explicar cómo debe comportarse un buen ciudadano - cuestión eminentemente moral y, por tanto, discutible-, sino cuáles son sus derechos y deberes, es decir, cuáles son los límites que las leyes imponen a su libertad personal precisamente para convertirlos en ciudadanos, en personas libres que deben respetar la libertad de los demás en virtud del principio de igualdad.

En síntesis, lo que se debe explicar son, simplemente, las ideas jurídicas de libertad e igualdad de las personas según nuestra democracia constitucional, lo cual dicho de esta manera parece muy sencillo y elemental pero que, dadas sus implicaciones, resulta bastante más complejo de lo que aparenta. Desde la perspectiva jurídica, ello es perfectamente objetivo; desde la ética o la política, se convierte en un pozo de subjetivismo que, efectivamente, sólo puede desembocar en adoctrinamiento.

En un tipo de enseñanza cuyo fin sea suministrar una educación para que las personas sean libres, autónomas y responsables, con criterio propio a la hora de tomar sus propias decisiones en la vida, las distintas asignaturas deben, antes que nada, instruir sobre las materias de las que tratan. Instruir significa, o bien enseñar algo sobre lo que no caben dudas razonables (como, dos más dos suman cuatro, Aristóteles era un filósofo griego, la Segunda Guerra Mundial acabó en 1945); o bien, en aquellas cuestiones que pueden suscitar dudas, instruir significa explicar las razones de las mismas y las posiciones más relevantes que intentan resolverlas. En ambos casos se instruye, incluso en el supuesto de que el libro o el profesor, en las cuestiones dudosas, tras explicar las distintas posiciones, muestre MESEGUER su posición de forma argumentada. Instruir - dar los instrumentos necesarios para que piense en libertad- es la misión fundamental de todo profesor.

El mal profesor, en cambio, se dedica a una cosa bien distinta, se dedica a manipular, es decir, a inculcar en los alumnos ideas controvertidas ofreciéndolas como indubitables, de tal manera que el alumno, en su ignorancia, piense que la opinión del profesor es la única verdad aceptable. Manipular no es educar para formar una persona libre, autónoma y responsable, sino que es adoctrinar, es decir, intentar que el alumno quede sujeto a dogmas en cuestiones que, en sí mismas, son discutibles.

La manipulación es el gran peligro de la nueva asignatura de educación para la ciudadanía. Aunque quizás deberíamos desdramatizar este asunto. La influencia de un libro o de un profesor puede ser grande pero nunca, ni mucho menos, resulta ser absoluta. Afortunadamente. En una sociedad abierta, las posibilidades de aprender son muchas y la influencia de una asignatura no deja de ser relativa. Quizás lo más grave que sucedería en el caso de que esta asignatura sólo sirviera para adoctrinar y manipular las conciencias es que no se habría conseguido el objetivo: no se estaría formando ciudadanos sino súbditos, es decir, se estaría formando lo contrario de lo que se pretendía.


06 septiembre 2007, La Vanguardia, Francesc de Carreras

lunes, 15 de octubre de 2007

España como ciudadanía



" ... estar en contra del nacionalismo catalán implica -sensatamente-estar también contra el nacionalismo español, no menos indeseable." Iván Tubau

"España no es una idea. Es una acción. Es un Estado de Derecho. Es un pacto constitucional ( . .), es un plebiscito diario, a la manera de Renan y el republicanismo. Pero España, sobre todo, es una acción diversa." Arcadi Espada



La génesis de Ciutadans corresponde a la cristalización de un malestar creciente en la sociedad catalana con un imaginario nacionalista, cada vez más opresivo, en el que Cataluña se define como un cuerpo que trasciende la mera agregación de los ciudadanos que la forman para constituir una entidad dotada de personalidad e identidad propia, titular de derechos y libertades colectivas en nombre de las cuales el nacionalismo lleva a cabo una política abiertamente hostil, en algunas ocasiones, con los derechos y las libertades individuales.

Frente a este paradigma, Ciutadans opone un modelo de Cataluña y de España netamente no-nacionalista, es decir, que rechaza explícitamente las naciones y las comunidades de base identitaria (una lengua, una historia, unas costumbres, un territorio) para lanzar en su lugar una idea de nación cívica, vinculada a un Estado garante de los derechos y las libertades individuales y engarzada en el concepto de ciudadanía. Ahí radica una de las peculiaridades del movimiento que ha dado lugar a C's: Ciutadans es un proyecto catalán que tiene un modelo nacional de España, un proyecto cívico y nacional, explícitamente no-nacionalista, para España y, por tanto, también para Cataluña. O, en palabras de uno de los promotores, "Ciutadans nació precisamente como un proyecto catalán, sí, pero sólo en la medida en que todo proyecto catalán es un proyecto español".

En ese sentido, rechazamos la mitología nacionalista española de igual manera que rechazamos la mitología vasca, catalana o de cualquier otro tipo. El nacionalismo español, cuyo última expresión institucional y organizada desapareció con el franquismo, es, ante todo, un nacionalismo, y como tal, equiparable a los nacionalismos denominados periféricos. En todos ellos late una identidad excluyente que se construye y se concibe contra algo o contra alguien, una identidad con base lingüística, étnica, religiosa o histórica que se emplea como combustible de una patria soñada homogénea y considerada sujeto de derechos en competencia y con prioridad sobre los únicos titulares de derechos y libertades que Ciutadans reconoce: los ciudadanos.

La nación española que abandera Ciutadans es, en consecuencia, una nación cívica, de ciudadanos libres. Tiene su base y su origen en el pacto constitucional que refrendaron los españoles en 1978, se plasmó en la Constitución vigente y se ha desplegado en un Estado social, democrático y de Derecho que garantiza nuestra ciudadanía y protege los derechos y las libertades que de ella se derivan. España es una nación de ciudadanos, o nación política, porque tal fue la voluntad de los españoles en 1978 y tal sigue siendo. España es una nación porque cuenta con un Estado con vocación de permanencia.

España es un país complejo, que alberga en su seno realidades e identidades culturales y lingüísticas muy diversas. Hay, por ejemplo, regiones con una única lengua oficial, el castellano, y regiones bilingües, en el que el castellano comparte cooficialidad con el catalán, el gallego o el vascuence. En Ciutadans somos conscientes de esa diversidad, la respetamos y consideramos que la nación española, y por tanto el Estado y todas sus instituciones deben comprometerse en su protección desde un laicismo inclusivo entendido como neutralidad y respeto, aplicable a todo a las identidades privadas, ya sean lingüísticas, religiosas o culturales, que alberga el país. Precisamente por ser una nación cívica, España no puede tomar partido por unas identidades sobre otras y debe ampararlas todas, puesto que todas son igualmente españolas o, lo que es lo mismo, propias de ciudadanos españoles. En ese sentido, consideramos que la riqueza cultural y lingüística de España es patrimonio de todos los españoles, sin distinción. Esta convicción de que la pluralidad es un valor de todo el país y de cada una de sus regiones ha llevado a Ciutadans a defender el bilingüismo en Cataluña, y llevará al partido a hacer pedagogía de esa pluralidad y de esa riqueza en cualquier punto de España. La aspiración de una Cataluña oficial reconciliada con la pluralidad de la Cataluña real que guió nuestro primeros pasos se articula a nivel nacional en una apuesta decidida por una España consciente de sí misma, de la diversidad que encierra y de su naturaleza nacional, cívica y política.


Apuntes sobre consideraciones relativas a orientación política en C's.

Juan Antonio Cordero.

sábado, 13 de octubre de 2007

EL NACIONAL CAPITALISMO


Hace un año de este artículo, pero como si fuera hoy. Tenemos una nueva clase social: la nacional-capitalista y tal vez explica lo que ha sucedido y sucede con Renfe y el Aeropuerto del Prat durante todo este año.

Publicado en “Chispas” número 42 (Septiembre, 2006)

José Castellano. Miembro de Ágora Socialista.


Gramaticalmente la combinación de nacionalismo y socialismo sería nacionalsocialismo, un vocablo de tan terrible significado que nunca quise aplicar al partido socialista por las actitudes y políticas en las que lleva tanto tiempo instalado y que lamentablemente dieron como resultado la hegemonía electoral y social del nacionalismo de derechas (CiU) con el acompañamiento de la pseudo izquierda independentista (ERC) y el sometimiento complacido y doloso de la otrora potente izquierda catalana (el propio PSC e Iniciativa per Catalunya, la irreconocible heredera del PSUC).

Pero al fin creo haber hallado la expresión adecuada utilizando los términos nacional-capitalismo que sin tener tan terribles connotaciones viene a resumir claramente la realidad de una constante degeneración ideológica y de renuncia al espacio del socialismo democrático para acabar revolcándose junto con las demás fuerzas políticas del nuevo régimen catalanista en las turbias aguas del nacionalismo, enfrascadas todas en una alocada espiral reivindicativa que no sabemos como acabará porque la avaricia y la deslealtad institucional fueron siempre consustanciales al nacionalismo tal como ha quedado sobradamente demostrado desde los comienzos del desarrollo autonómico hasta nuestros días.

Así, podemos ver como ahora mismo, sin ni siquiera esperar al despliegue de un Estatuto de Autonomía tan desmesurado como el recientemente aprobado, y traicionando lo acordado con el resto de España y con los propios ciudadanos catalanes, todas las fuerzas políticas (salvo el aquí irrelevante Partido Popular) se han lanzado a reivindicar en su globalidad el proyecto aprobado en Cataluña antes de su paso por las Cortes Generales empezando por exigir de manera particular e inmediata el traspaso de los aeropuertos de El Prat, Reus, Gerona y Sabadell, competencias muy representativas de lo que he dado en llamar nacional-capitalismo, un capitalismo en nombre de la nación que mediante la depredación de los activos del estado o de las compañía titulares y por lo tanto sin arriesgar ni un euro de sus propios bolsillos abre paso al manejo de ingentes recursos y al disfrute de todas las ventajas de la gestión y del poder, poder de usufructo y poder para dar y repartir utilizando empleos, chollos y prebendas para satisfacción de las elites estabuladas y para mantener y ampliar la numerosa clientela.

Asimismo, el nacional-capitalismo ha planteado otra gran batalla para controlar las líneas de cercanías de RENFE exigiendo además que el traspaso venga acompañado de una dote de seis mil millones de euros, un billón de las antiguas pesetillas con las que la Generalitat pretende expoliar tan valiosas infraestructuras y que además sean otros quienes paguen las inversiones millonarias durante unos cuantos años. En todos estos casos y en otros muchos que lo fueron y los numerosos que todavía llegarán queda patente el ansia infinita de poder, el acaparamiento de competencias a pesar de la muchas veces demostrada incompetencia, la exigencia de un pastel cada vez mayor a costa de los demás y el acuerdo tácito para usufructuarlo quienes aquí mangonean lo público y condicionan lo privado porque todo ello permite el encumbramiento y la perpetuación de una nueva clase, la nacional-capitalista que salvo en el origen aparentemente democrático es asimilable a la nomenklatura que durante tantos años se benefició del capitalismo de estado hasta la desaparición de la Unión Soviética.

El burro es más listo que el nacionalista


En otra ocasión Lu Tao que era director músico en la corte de Ming Yi, en el reino de Quin, ofreció una velada de hu-chin a la princesa Ho Sa Nian. Al finalizar, la princesa interrogó así a su músico jefe.

— Lu Tao, eres un ser extraño. Cualquier persona siente amor por su país y estaría dispuesto a dar la vida por su Patria, por sus antepasados, por sus costumbres... En cambio tú miras con indiferencia el estandarte imperial pese a todas mis advertencias. ¿Por qué no tienes el orgullo de Quin? Habla libremente Lu Tao.

— Princesa, un burro nacido en Quon no se siente orgulloso por pertenecer a esa nación. Lo mismo le ocurre a un burro nacido en Quin.

— ¿Te comparas con un burro Lu Tao? Explícate.

— La cuestión es, princesa Ho Sa Nian, que si mañana invadiésemos el reino de Quon y liberásemos a ese burro que os he mencionado del yugo de su Emperador, ¿dejaría por ello el burro de cargar leña?

La princesa le miró inescrutable. Con su blanca mano le animó a proseguir.

— He aquí por qué el burro no siente orgullo por pertenecer a un reino o a otro. Y en ese sentido, un burro es infinitamente más inteligente que un patriota.

Entiendo Lu Tao —respondió Ho Sa Nian.

viernes, 12 de octubre de 2007

La enfermedad infantil de la ignorancia



De vez en cuando recuerdo que los dos males supremos de la sociedad española son la inexistencia de un sistema judicial razonable y la destrucción educativa. Todo lo demás, el encaje de bolillos de las autonomías, la financiación estructural, las alegres subvenciones y otros asuntos, son tan solo negocios. Mejores para unos, peores para otros, pero negocios. Justicia y educación, por el contrario, no son negocios: requieren inversiones gigantescas sin beneficios contables. Por eso siempre han sido reivindicaciones de la izquierda clásica, la extinguida. La que a su manera están adaptando a Europa gente como Blair, Brown, Sarkozy o Angela Merkel. Una derecha que se apropia del cartel gracias a la decadencia de la izquierda apoltronada.

A MI MODO de ver y mientras la sanidad pública funcione razonablemente, como es el caso, no hay mayor calamidad en nuestro país que los sistemas judicial y educativo. Nada puede compararse en términos de aplastamiento de los débiles y privilegio de los fuertes. La nulidad jurídica y educativa perjudica, como no puede ser de otra manera, a quienes carecen de recursos para protegerse, sea mediante abogados y propinas, sea mediante colegios privados y clases particulares. Es evidente que el franquismo no habrá concluido mientras subsista el desprecio a los ciudadanos en dos aspectos esenciales: la defensa jurídica del débil y la preparación de los jóvenes contra la desigualdad competitiva.
Dejo de lado el sistema judicial, aunque comparto la extendida opinión de que su ineficacia está protegida por la Administración ya que en los conflictos jurídicos ella es el primer cliente y puede esperar plácidamente 10 años o 20 a que "se haga justicia". El segundo cliente son los poderosos, a los cuales favorece una justicia incompetente. Pero me gustaría compartir con los lectores algunos aspectos de la educación que se me presentan cada año en cuanto comienza el curso y me veo inerme delante de cientos de alumnos que querrían saber, pero que quizás han llegado tarde.
Me baso en la información contenida en el excelente artículo de Fernando Eguidazu Viva la ignorancia (Revista de Libros, septiembre 2007). Algunos datos son del dominio público: que España se mantiene desde hace años en el peor lugar de la clasificación europea y --ya que este artículo se edita en un periódico catalán-- que Catalunya se encuentra en el peor lugar de la clasificación española. Es preciso subrayar que los responsables de esta catástrofe no son ni los maestros ni los alumnos, sino la política educativa. Han sido los sucesivos y cada vez más insensatos planes educativos los que han ido demoliendo la posibilidad de que los jóvenes posean conocimientos que sí tienen sus colegas europeos a pesar de la extensa caída de la educación. Porque el problema es global, pero ha afectado mucho más a países que, como España, tratan de remediar un atraso secular.
Los universitarios españoles no pasarían los exámenes de cualquier país europeo, excepto Grecia. Si bien pueden ser competitivos en un par de carreras técnicas, carecen de esa red de conocimientos que permite formarse una idea del mundo en el que vivimos. La nebulosa en la que tratan de orientarse incluye una ignorancia abismal de toda historia que no sea la ideológicamente local, el desconcierto ante los materiales con que abordar la complejidad (desde la biotecnia al terrorismo), el vacío cultural que impide situarse en un contexto mundial, la pavorosa inepcia en lectura, escritura y razonamiento o el desamparo ante la responsabilidad y el esfuerzo. Todo les empuja a actuar como una masa gregaria y sumisa. Nada les anima a confiar en sus propias fuerzas.

QUE LLEGUEN a la universidad en tan pésima disposición es, como todo el mundo admite, consecuencia de una educación primaria y secundaria de bajísimo nivel. Para disimular el fracaso, los políticos, con un desprecio total hacia los alumnos, van rebajando las condiciones de aprendizaje. La última: poder pasar curso con cuatro suspensos. En lugar de agudizar el deseo de saber, lo trituran para que el Gobierno obtenga cifras aceptables. No importa la educación sino la publicidad educativa.
Los efectos secundarios de la mala educación son inevitables: banalización de la vida cotidiana, masivos botellones, raves o simulacros de experiencia comunitaria, y una separación tan abismal entre jóvenes y adultos que convierte esa etapa de la vida en un gueto autista. Aun cuando pueda parecer el modelo opuesto, es como si vivieran aparcados en un campamento. La mili, ahora, dura 30 años. Es muy agitada y caótica, pero no ofrece mejor formación que la antigua.

LA TAREA de imponer una educación que apareje a los jóvenes contra sus posibles fracasos requiere sensatez y coraje. Las reformas que exijan mayor dedicación, exigencia, disciplina y esfuerzo, que protejan a quienes quieren saber de los que prefieren ignorar, encontrarán resistencias enormes. Será una lucha contra el nihilismo que va a redropelo del espectáculo cultural y el clientelismo político. Sin embargo, de no producirse esa innovación sabemos que será inevitable una sociedad cada vez más empobrecida, violenta, explotada y gregaria. Justamente la contraria de la que predican los ministros.

Felix De Azúa 28/9/2007

jueves, 4 de octubre de 2007

¿Razones (nacionalistas) de izquierda?

La relación de una parte de la izquierda española con el nacionalismo es enigmática. A la vez que se declara no nacionalista, defiende todo lo que los nacionalistas defienden. La implicación se impone: o bien los nacionalistas no son nacionalistas o bien la izquierda es nacionalista. La primera posibilidad resulta improbable. La segunda nos deja a las puertas de una pregunta: ¿puede ser nacionalista la izquierda?

Por lo general, esa izquierda no se entretiene en justificar sus puntos de vista. En las escasas ocasiones en que lo hace nos viene a decir que defiende ideas nacionalistas, pero por "razones de izquierda". Un argumento a atender. Una misma práctica política se puede fundamentar en principios diferentes. Se puede ser vegetariano por razones éticas o dietéticas o coincidir con el Papa en condenar la pena de muerte. En el terreno de las declaraciones no resulta fácil realizar la contabilidad y determinar el peso de las diversas fuentes de inspiración. Lo mejor es ir a las políticas específicas y, como el rubor impide hablar de las balanzas fiscales, ninguna mejor en este caso que la política lingüística. Me serviré del ejemplo de Cataluña, en donde las "razones de izquierda" se han desarrollado con particular esmero, aunque los principios comprometidos, obviamente, son de alcance general.

La primera argumentación invoca la igualdad. Más exactamente, apela a medidas de discriminación positiva del catalán en nombre de la igualdad. Como es sabido, la discriminación positiva se popularizó en Estados Unidos en los años de Kennedy con la intención de asegurar el acceso a ciertos puestos de trabajo de la población negra de los que permanecían excluidos. Después ha servido para justificar la existencia de cupos de segmentos de población tales como mujeres o minorías, tradicionalmente ausentes en puestos sociales de cierta relevancia, en particular en aquellos que atañían a la toma de decisiones políticas que les afectaban de modo importante. Una circunstancia irrelevante moralmente como el color de la piel o el sexo se convertía en un motivo de discriminación. Condicionaba el acceso a las oportunidades sociales y, en ese sentido, el principio de igualdad de oportunidades era violado.

A la discriminación positiva no le han faltado críticos. Han recordado que su aplicación suponía una discriminación inversa: resultaban penalizados en sus oportunidades individuos con méritos reconocidos y que no eran responsables de discriminación alguna. Por supuesto, la réplica tiene su réplica y en la pulcra academia anglosajona la polémica está lejos de haberse cerrado. Pero no es ése el problema de la apelación a la discriminación positiva en las políticas lingüísticas. El problema tiene que ver con su pertinencia en este caso. Conviene no olvidar el reto que la discriminación positiva quería resolver: se excluía sistemáticamente a ciertos individuos de los ámbitos de decisión importantes para ellos. No parece ser ése el caso de los hablantes de lengua catalana. En realidad, la situación más bien parece ser la contraria. Una carta al lector publicada en este periódico lo dejaba claro hace unos meses: "En Cataluña, los 10 apellidos más frecuentes, excepto García, acaban en z (por ejemplo, Martínez o Pérez). De hecho, más de un tercio de catalanes -el 36%- tenemos uno o los dos apellidos que terminan en esa letra. Sin embargo, entre los 135 diputados elegidos en las últimas elecciones autonómicas al Parlament la proporción no llega al 9%. Aunque pueda parecer un hecho anecdótico, no lo es, porque refleja el alejamiento que hay en Cataluña entre la sociedad y sus políticos".

La segunda argumentación, conservacionista, apela a la necesidad de evitar la desaparición de una lengua con un número limitado de hablantes. Mientras el castellano tendría asegurada su supervivencia, el catalán necesitaría medidas de apoyo, entre las que cabría incluir la penalización del uso -en etiquetas, en rotulación comercial- del castellano. Una argumentación que, aplicada consecuentemente, tiene implicaciones un tanto singulares. ¿Tendría que cambiar la política lingüística catalana si en otro lugar del mundo millones de personas hablaran catalán? Resulta raro pensar que nuestros derechos dependen de cómo hablan en México. En el fondo, este punto de vista asume que lo que importa no son los individuos, sino las lenguas. Los primeros estarían al servicio de la preservación de las segundas. Justo lo contrario de lo que sostienen las teorías éticas más extendidas, para las cuales los que importan -los que sufren, los que aman- son las personas, y las lenguas son las que están a su servicio.

La última estrategia argumental invoca al derecho a "vivir en la propia lengua". Si se refiere a la libertad de expresarse en la propia lengua, es un derecho indiscutible. Más complicado es que se refiera a tener asegurados interlocutores para cualquier actividad. Si yo quiero escribir un artículo sobre el efecto túnel y espero que la comunidad científica me haga caso, tendré que hacerlo en inglés. En todo caso, lo que no parece razonable es que para que yo pueda ejercer ese supuesto derecho se deba obligar a otro a aprender mi lengua. Si tal fuera, nos encontraríamos con un derecho un tanto singular: para que yo pueda ejercerlo se le tiene que negar a otro. Una interpretación más modesta y razonable limita ese derecho al trato con las instituciones públicas; al cabo, salvo a mentalidades totalitarias, a nadie se le puede ocurrir legislar sobre cómo debe uno hablar con sus vecinos. En ese caso, seguro que ese derecho debe incluir el derecho a ser educado en la propia lengua. En Cataluña, por cierto, ese derecho no le está garantizado a más de la mitad de los catalanes que tienen el castellano como lengua materna.

Lo cierto es que cuando se miran de cerca "las razones de izquierda" se quedan en razones nacionalistas a palo seco. Sólo desde el nacionalismo se puede entender el asombro del presidente de la Generalitat porque alguien pudiera dudar de la existencia de una concepción catalana del mundo. Maragall parece participar de la convicción de que "la lengua no sólo son palabras, sino que desvela una forma de vida y una forma de ser". La formulación más refinada de esa idea arranca sosteniendo que cada lengua "estructura" los procesos preceptuales y cognitivos de sus hablantes, organiza los significados y limita lo expresable, para concluir la identidad entre lenguaje y pensamiento.

Ningún lingüista informado sostiene hoy esta formulación. Entre otras cosas, confunde "no tener una palabra" con "no tener la experiencia". Es cierto que el castellano no tiene tantos matices para describir la nieve como el esquimal; pero eso no quiere decir que no quepa utilizar una pormenorizada perífrasis. Tampoco tengo una palabra para designar el olor del queso de Cabrales y, sin embargo, soy capaz de distinguirlo del olor a colonia. Para estas cosas, y más cuando se trata de lenguas con estructuras gramaticales parecidas, siguen valiendo las palabras de fray Luis de León: "En lo que toca a la lengua, no hay diferencia, ni son unas lenguas para decir unas cosas, sino en todas hay lugar para todas".

Una tesis de esa naturaleza, tomada en serio, además de dejar a más de la mitad de los catalanes sin concepción catalana del mundo, nos llevaría a pensar que hay una concepción del mundo común a un banquero madrileño y a una campesina de Medellín. Por mi parte, tiendo a pensar que en lo que importa, en los modos de vida, las concepciones del mundo que se encuentran en el paseo de Gracia se parecen bastante más a las del barrio de Salamanca o a las de Neguri que a las de Cornellá y que, si quieren defender sus intereses, es mejor que los vecinos de Cornellá no olviden esa circunstancia.

Que esas ideas resulten insostenibles no impide que cumplan funciones políticas importantes. La convicción de que la lengua proporciona a sus hablantes una comunidad de identidad junto con la tesis de que la existencia de una identidad compartida ("nacional") es el fundamento de la soberanía política, es el núcleo intelectual más reconocible del nacionalismo. No está de más recordar que esta segunda idea no es menos desatinada que la primera. Las mujeres, los jóvenes o los albinos, comparten identidad y, a buen seguro, hasta conciencia de su identidad compartida, pero no por eso constituyen unidades de soberanía.

Parece, pues, que tampoco por aquí se entiende la defensa de tesis nacionalistas por la izquierda. La izquierda no parece haber comprendido que la obligación de defender el derecho de cualquiera a expresar sus puntos de vista no la obliga a defender tales puntos de vista. Una vez garantizado que cada cual puede contar lo que quiera, empieza la crítica política. Eso es verdad con el nacionalismo como con la Iglesia. Si la crítica no aparece, para quienes creemos que, por lo menos, la izquierda es ilustración, la pregunta acerca de si la izquierda puede ser nacionalista nos deja ahora en el umbral de otra: ¿Es la izquierda nacionalista izquierda?

Félix Ovejero Lucas