domingo, 16 de diciembre de 2007

C’s sigue dando qué hablar, qué hacer

C’s sigue dando qué hablar, qué hacer. Los ciudadanos que representamos esa tercera España seguimos sacando la cabeza fuera de la nube toxica nacionalista, central o periférica. Fuera del hedor enfermizo, de las disputas históricas entre izquierda y derecha, entre esas dos Españas enfrentadas desde la llegada de la revolución francesa, entre Tradicionalistas y Liberales.

C’s sigue trabajando por la nación de ciudadanos libres que tiene que ser España.




Ciudadanos apoyó la manifestacion por el derecho a una vivienda digna

16 diciembre 2007

Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía apoyó a la manifestación que por el derecho a la vivienda se convocó el sábado 15 de diciembre a las 12:00h delante de la sede del ministerio de economía, en la calle Alcalá 9 de Madrid.

C's entiende que la gravedad de la problemática del acceso a la vivienda en España necesita del activismo y compromiso de la sociedad civil. Éste debe obligar a las diferentes administraciones públicas a adoptar con urgencia medidas que, entendiendo la complejidad del problema, busquen y aporten soluciones ante el que es uno de los problemas más graves de la sociedad española.

C's cree en la necesidad de una sociedad civil libre del tutelaje y control de los partidos políticos. De este modo, y siendo esta movilización fruto de la iniciativa de una cada vez más dinámica red asociativa, y con la profunda voluntad de no querer instrumentalizarla con una presencia "oficial" que podría ser vinculada a intereses electoralistas, animamos a la militancia de ciudadanos a acudir a dicha manifestación a título personal defendiendo con su presencia nuestro compromiso con los problemas reales de los ciudadanos.







Protesta contra un partido que no condenó los asesinatos de ETA

15 diciembre 2007, El Mundo,

viernes, 14 de diciembre de 2007

La diversidad un hecho, la igualdad un derecho



La emigración es la combinación de la esperanza humana y el movimiento; la esperanza se realiza a través del movimiento. Ryszard Kapucinsky.

Según el ideario de nuestro partido, Ciutadans, una de las líneas de acción política que nos constituye, apuntalada en nuestro marco ideológico, es la integración social de los inmigrantes para que puedan acceder a la condición plena de ciudadanos. La empresa no es menor. Una de las herramientas, también de nuestro proyecto, es la de ser representación de la ciudadanía. Y si la ciudadanía es diversa, si ése es el presente que tenemos, no hay excusas para obviar este hecho, la representación de C’s debe ensanchar el perímetro. Personas que no son originarias de aquí trabajan en la restauración de la fachada de nuestro edificio, o nos tratan médicamente, o comparten con nosotros afinidades en miedos y anhelos.

Que vengan gentes de otras partes del planeta al sitio en el que estamos (tengamos presente que por pura casualidad) no es un problema, es un recurso que todos estamos utilizando. La fuerza de trabajo que ha necesitado el país ha sido cubierta a lo largo de la historia por diversas oleadas migratorias, pero en los últimos años la mano de obra que compartíamos entre los autóctonos no ha sido suficiente, y ha sido necesario que vinieran gentes de otras partes del mundo para permitirnos funcionar mínimamente. Estando así las cosas, la dificultad estriba en gestionar las condiciones de ciudadanía para estas personas, en saber hasta qué punto tenemos capacidad de absorción. Y no cerrar los ojos ante la evidencia de que venir, para ellos, podría ser la posible solución a su problema, porque ellos sí que lo tienen, la supervivencia.

Ante esta situación Ciutadans tiene un proyecto, de largo recorrido, el de construir una sociedad incluyente, un país de ciudadanos, un derecho que tienen todos los seres humanos. Ciutadans crece sobre este leitmotiv, el de reconocer a todos los ciudadanos los mismos derechos y deberes sin distinción de origen ni condición. Para nosotros estas ideas habrán de significarse en que todas las personas con su carga cultural tienen derecho convivir en nuestra comunidad cívica y, también, deberán ceñirse a los marcos legales del Estado de Derecho en términos políticos (Constitución, tratados europeos, y Estatut) y a la Declaración de los Derechos Humanos en términos morales.

¿Es una política para utópicos? La política o tiene una gran carga de utopía o es politiquería y se metamorfiza en aséptica gestión. La gestión es condición necesaria para la política, pero no se hace política sólo con el tacticismo. La fuerza para proyectar, para querer transformar la sociedad y el presente, sólo ese anhelo de transformación puede constituir una política de calado. Sin ideas-deseo no sobrevive proyecto político alguno. Definitivamente, nuestra apuesta por la política migratoria tiene un poco-mucho de utópico, un grado de dificultad muy importante, pero eso no debe de llevarnos al abandono de nuestros proyectos. La política también tiene sus tiempos, no podemos frenar procesos ni acelerarlos, el arte es adecuar el proceso al tiempo real, cualquier proyecto necesita modo de financiación y calendario razonablemente posible. No podemos ir por delante de la realidad, pero tampoco podemos quedarnos a la zaga. Cada propuesta que hagamos como partido tiene que tener claro cual es el objetivo final de nuestro proyecto: la ciudadanía no excluye a nadie.

Gema Sanz. Miembro del Consejo General de Ciutadans - Partido de la Ciudadanía

Barcelona, 30 de septiembre de 2007

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Montilla justifica que sus hijas acudan a uno de los colegios más caros de Barcelona

La patria gutural


Hay indicios crecientes de que el patriotismo extremo conduce a las afecciones de garganta y a un incremento peligroso de la tensión arterial, así como a la recuperación de impulsos ancestrales tan nobles como el escrutinio de la limpieza de sangre y las hogueras purificadoras. El patriota enronquece al manifestar la vehemencia de sus sentimientos, y las palabras brotan de sus cuerdas vocales más como interjecciones, rugidos o gruñidos que como sonidos inteligibles. La pasión le enrojece la cara y le hincha las venas del cuello, con el consiguiente peligro de trombosis o de infarto cerebral. Tuve ocasión de observar de cerca estos síntomas hace ya más de un cuarto de siglo, cuando servía a la patria en mi calidad de soldado de reemplazo, y también cuando tenía la mala fortuna de presenciar alguna concentración de extrema derecha, en aquellos tiempos poco idílicos que vinieron antes e inmediatamente después del intento de golpe de Estado de Tejero. En los cuarteles había algunos mandos modernos y muchos otros acomodaticios, y unos cuantos, temibles, que cultivaban la oratoria del patriotismo gutural. En sus gargantas, la palabra España sonaba como un disparo seco de fusil, casi siempre acompañada de vivas y mueras; se les hinchaban mucho las venas del cuello, y en su vocabulario abundaban palabras como traidor, cobarde, etc. La patria era una cuestión glandular: su órgano rector no estaba situado en el cerebro o en el interior del pecho, sino un poco más abajo, en la entrepierna hipertrófica, que era también la que regía ese mérito inexcusable del patriota, el coraje físico, o, para ser más precisos, aunque algo más crudos, los cojones. La patria de aquella gente estaba definida no por el censo de los compatriotas a los que acogía, sino por los que expulsaba, por los que aniquilaba con sólo mencionarlos. El viva ronco a la patria casi nunca era tan apasionado como el muera con que se fulminaba a sus enemigos, o, peor aún, a los tibios que no la sentían con la debida vehemencia, por no hablar de los traidores que llevándola en la sangre abjuraban de ella.

Al cabo de casi treinta años, de aquellos patriotas genitales, con o sin camisas azules, con o sin uniforme, quedan algunos espectros dispersos que se aparecen en lugares señalados en torno al 20 de noviembre. En cuanto al ejército en el que tantas esperanzas tenían, se ha civilizado acatando escrupulosamente la autoridad civil, y cumpliendo por el mundo misiones de paz y de sustento de la democracia que merecerían más publicidad y gratitud de las que reciben, y que no dejan de asombrarnos a quienes conocimos por dentro aquella institución ineficiente y lóbrega heredada del franquismo.

Los militares se han civilizado, en el sentido literal de la palabra, a lo largo de los últimos veinticinco años, pero en ese mismo tiempo, un número creciente de civiles se han embrutecido. Ahora, el patriotismo extremo no está en aquellas juras de bandera en las que el coronel del regimiento nos alentaba a dar la vida heroicamente por España, posibilidad dudosa si se miraba a corta distancia a los reclutas muertos de aburrimiento, armados con fusiles viejos y vestidos con uniformes no muy limpios que nutríamos las filas de la leva forzosa. Lo he vuelto a ver, no sin estremecerme, en esas imágenes ahora tan frecuentes de la televisión que muestran a los patriotas desatados en Cataluña y en el País Vasco, los que gritaban detrás de livianas vallas de seguridad durante la ofrenda floral del 11 de septiembre en Barcelona o los que acosaban a esa alcaldesa de una aldea vizcaína que ha tenido la singular audacia de cumplir la ley. Otras veces, es verdad, los he visto en persona, y mucho más de cerca. El año pasado, en la plaza de Sant Jaume, manifestaban su indignación por la presencia en Barcelona de mi mujer, Elvira Lindo, y colateralmente la mía, llamándonos asesinos y españoles, y sugiriéndonos la conveniencia de regresar a África, y repitiendo un eslogan que aún hoy me causa cierta intriga: "Bilingüismo es fascismo".

Para un experto en padecer como un escalofrío literal en la nuca la proximidad de los patriotas terminales, me temo que los signos son inequívocos: la cara enrojecida, la hinchazón de las venas del cuello, las gargantas rasposas como lija después de un esfuerzo sin duda heroico pero también agotador emitiendo interjecciones, amenazas, insultos y anatemas, vivas y mueras. Los patriotas catalanes del once de septiembre, tempestuosos de banderas y enrojecidos por el entusiasmo y por el sol detrás de las vallas que contenían con dificultad su bravura, me recordaron a los que vi aclamar hace muchos años al general Franco en el paseo de la Castellana, hacia 1970, en mi primer viaje a Madrid.

Qué miedo daban. Qué miedo dan éstos. Se me dirá que no es igual aclamar a Franco que a ese actor moderno que al parecer es la estrella más reciente de la soberanía catalana, dar vivas a "Catalunya lliure" o a "Euskadi Askatuta" que a España una, grande y, qué coincidencia, libre. Sinceramente, aparte del vestuario, no veo grandes diferencias. (Imagino, por cierto, que ese actor llevará su coherencia al extremo de no aceptar papeles o remuneraciones que procedan del país opresor). El ronco patriotismo español que padecí durante la primera parte de mi vida se había construido sobre la negación política, cultural y física de los considerados enemigos, de los tibios y de los traidores. Ahora leo en un ilustrado manifiesto catalán que quien no esté de acuerdo con no sé qué afirmaciones patrióticas es "un traidor, un cobarde o un español". Gran adelanto. Las patrias guturales se construyen mediante la adhesión fervorosa, la acomodación y el sometimiento, pero también exigen la limpieza de sangre y la expulsión o la huida de los que no encajan. A uno lo invitan a marcharse, o le hacen la vida cada vez más difícil, o se la hacen del todo imposible mediante el procedimiento extremo de arrebatársela, que es además una excelente medida disuasoria, pues casi todo el mundo, sin necesidad de ser cobarde, español o traidor, ama la vida más que la libertad, y prefiere el silencio o la simulación al destierro.

El patriota necesita traidores y enemigos igual que el inquisidor necesita herejes, y los dos desarrollan una curiosa inclinación por los autos de fe. Nada purifica como el fuego. Los quemadores de banderas y los quemadores de efigies arman sus hogueras entre la aclamación bárbara de sus feligresías, y las diferencias circunstanciales son mucho menos reveladoras que las similitudes, que la terrible fuerza de los símbolos. Quien quema una bandera o un retrato o quien ruge ante las llamas está complaciéndose en el instinto arcaico de un fuego que elimine al adversario y restablezca una pureza siniestra sobre las cenizas. Dicen que cuando Freud supo, aún en su despacho de Viena, que en Alemania los nazis estaban quemando sus libros, comentó secamente: "Vamos progresando. En la Edad Media me habrían quemado a mí". Pero si no lo quemaron a él, como a varios millones de sus semejantes, fue porque había huido antes de que el gran incendio que había comenzado con los libros consumiera a muchos millones de seres humanos.

No hago abusivas comparaciones históricas: digo que cuando se apela al fuego, al rugido y al anatema, la consistencia frágil de la civilización se está debilitando, y con ella el pluralismo que es su valor más preciado, y que no subsiste bajo la coacción. Digo también que quien ruge un "muera" está deseando de verdad la muerte de otro, y que quien envía un anónimo con la foto de una cabeza atravesada por una bala está alentando el asesinato y confiando al terror la tarea desagradable de limpiarle la patria de traidores y cobardes, es decir, supongo, de españoles. Y también digo que un indicio de la confusión ideológica que reina en España es que a esa gente se la considere de izquierdas.

Que la condición nacional o el origen de una persona sean en sí mismo los peores insultos es otro rasgo que distingue a los grandes patriotas. Bien mirado, casi es un refinamiento: no hace falta que te llamen "negro asqueroso", "cerdo judío", "moro de mierda", "español cabrón", porque eso implicaría no sólo un mayor esfuerzo verbal, sino también el reconocimiento de que puede haber negros limpios, judíos decentes, moros respetables, españoles bondadosos.

Cuando mi mujer y yo escuchábamos que se nos llamaba españoles y se nos alentaba a volver a África, personas educadas y afables nos animaban a no hacer caso de aquellos patriotas, diciéndonos que eran "cuatro gatos" (si bien habían considerado conveniente que pasáramos delante de ellos en un coche con los cristales ahumados, no fueran a arañarnos). Algo así viene a decir Rosa Montero en un artículo reciente, en el que descarta como gamberros a quienes quemaron con tanto jolgorio las fotos de los Reyes, y lo mismo hemos escuchado cuando en el País Vasco se habla de esa chusma que incendia autobuses y cajeros automáticos o que no deja vivir a un pobre concejal de pueblo: cuatro gatos, unos gamberros, los de siempre, una minoría de exaltados. Esa disculpa de la irrelevancia de los bárbaros le viene bien a una clase intelectual que debería ser la primera en avisar del peligro y tiene así una coartada para mirar hacia otro lado ahorrándose incomodidades y molestias, al menos a corto plazo. ¿Desde cuándo hace falta una mayoría para sembrar el miedo y amputar las libertades, para amargarle la vida a las personas decentes, incluso para quitársela a alguna de ellas? Los patriotas guturales no necesitan ser muchos para imponer su ley, porque a la mayor parte de nosotros la violencia física nos amedrenta enseguida. Por eso han sido siempre la clase de tropa y, en caso necesario, la carne de cañón que echan por delante quienes se benefician de su bravura patriótica con el ánimo sereno y las manos limpias, quienes construyen sus hegemonías políticas y sus estupendos negocios sobre la brutalidad chantajista de unos cuantos y la conformidad interesada, la indiferencia o la claudicación civil de la mayoría. La patria gutural y la democracia son incompatibles, como sabemos bien quienes crecimos sufriendo la primera y deseando que llegara la segunda. Lo que está en juego ahora mismo en los territorios donde más rugen los patriotas no es tanto la integridad o la dispersión del país, sino la supervivencia misma de las libertades.


ANTONIO MUÑOZ MOLINA (EL PAÍS, 01/10/07)

De lenguas, sendas, mercados y derechos


Cuando caminamos por un bosque buscamos aquella senda que otros han transitado antes que nosotros. Puede que existan diversos caminos desbrozados, pero, si queremos llegar a nuestro destino con rapidez, escogemos el hollado por más caminantes. Con ello contribuimos a que otros, que vendrán después, puedan caminar con más facilidad. Nadie nos impide coger cualquier otro camino o abrir uno nuevo. Pero no podemos obligar a los otros a escoger nuestra ruta para que nosotros podamos caminar más cómodamente. Lo importante es que a nadie le impidan caminar por donde quiera y que a nadie le obliguen a transitar por donde no quiera.

Según los economistas, lo mismo sucede cuando utilizamos una tarjeta de crédito, un sistema de vídeo, una moneda, un sistema métrico, una compañía de teléfonos o un ordenador. Y una lengua. En tales casos se dan economías de red: se tienden a consolidar los sistemas con más usuarios. Estos procesos, como tales, nada tienen que ver con el mercado o el capitalismo, la competencia perfecta o los monopolios. Actúan del mismo modo el campesino que opta por un sistema de pesas y medidas, el que rotula su comercio o sus productos en una lengua, la multinacional que hace uso del correo electrónico o nosotros cuando compramos un reproductor de vídeo o un ordenador. En eso, tenderos, monopolios y consumidores no difieren del caminante. Lo único que aspiran es a acceder a aquella red que dispone de más usuarios. Con ello, sin pretenderlo, contribuyen a reforzar la red y a facilitar la llegada de otros. Quienes optan por otros sistemas ven limitadas sus opciones, pero no pueden reprochar nada a quienes no siguen su camino. Es cierto que sus dificultades tienen que ver con las elecciones de los otros, pero nadie les ha impuesto nada, ni nadie ha hecho nada con la intención de perjudicarles. Cada cual ha escogido libremente su camino y, como resultado de esas elecciones, sus posibilidades quedan limitadas.

Sin duda, las lenguas presentan aspectos especiales. Pero no estoy seguro de que sean los que con frecuencia se alegan. Desde luego, la idea de que la lengua es algo más que un instrumento de comunicación no es un argumento que justifique interferir tales procesos. Si con ello se quiere decir que la lengua condiciona nuestro mundo de experiencias, la idea es sencillamente falsa. Que tú y yo utilicemos palabras distintas para designar el dolor de cabeza, o incluso que en mi lengua no exista una palabra para designar ese dolor, no quiere decir que nuestra experiencia sea distinta. Si sólo se quiere decir que la lengua es algo más que comunicación, la idea es trivial. Todo proceso material presenta diversos aspectos. Una comida es un proceso metabólico, pero también puede ser un acto social. Ahora bien, si deja de ser un proceso metabólico deja de ser una comida. Aunque puede dejar de ser un acto social sin dejar de ser una comida. En el mismo sentido, una lengua es, fundamentalmente, un vehículo de comunicación. En algunos casos puede comprometer dimensiones cognitivas. Pero ni siquiera es seguro que en ese sentido las lenguas resulten excepcionales. Basta con pensar en las monedas. Cuántos de nosotros andamos traduciendo a pesetas nuestros intercambios diarios.

Para valorar la situación resulta decisivo saber cómo ha sido el proceso. Si en una fiesta todos se van emparejando y, al final, sólo quedan un par de personas que no tienen otra opción que emparejarse, éstos podrán lamentar su situación, pero no tendrán razones para culpar a los demás, por más que sea resultado de sus acciones. No es lo mismo que a Anna no le quede otro remedio que casarse con Juan que el que se le imponga casarse con Juan. El procedimiento cuenta. En un caso se respetan los derechos, en el otro, no.

Desde el punto de vista normativo, lo que importa es que, en esos procesos, en esas elecciones, se respeten los derechos. Si a una persona se le impide expresarse en su lengua, abrir un periódico, o escribir un libro, su libertad está siendo cercenada. Lo que resulta más discutible es que le tengan que asegurar unos interlocutores o lectores. Entre otras razones, porque eso supondría obligar a otros a leer o a escribir en su lengua. Supondría limitar los derechos de los demás. Obligarles a caminar por las sendas que no desean. Anna tiene derecho a casarse, pero no tiene derecho a casarse con quien quiera. Entre otras razones, porque también Juan tiene que poder escoger y quizá Anna no le guste.

Hablar de derechos no es decir mucho en tiempos en los que toda reclamación se formula en términos de derechos. De hecho, cuando se producen procesos como los descritos, que tienden a reforzar unas lenguas y debilitar otras, no es infrecuente escuchar apelaciones a los derechos "de las culturas" que se verían minados. Por ello, en el caso de las lenguas conviene precisar qué derechos, en dónde y de quién. Por lo pronto, los derechos que cuentan son los de las personas. Las culturas o las lenguas, como tales, no son sujetos de derecho. Los que sufren, aman y sueñan son las personas, no las culturas. La diferencia es importante. Si uno cree que hay un derecho de las culturas, para preservar la lengua cherokee, que sólo hablan el 8% de los cherokees, habría que convertirla en obligatoria en la enseñanza y, seguramente, dado el escaso número de
cherokees, extenderla más allá de sus territorios. Si lo que nos preocupan son los cherokees, hay que darles la oportunidad de que estudien cherokee si lo desean y también la oportunidad de estudiar el inglés, la lengua que habla el 92% de ellos, la lengua de facto de la mayoría de ellos. La lógica de los caminos invita a pensar que los cherokees que deseen ampliar sus opciones vitales, estar informados, conocer otras gentes, viajar o intentar nuevos oficios, preferirán el inglés. Mientras cada cual pueda escoger su camino, que vaya por donde quiera.

También es importante enmarcar el ámbito territorial de aplicación. Basta con pensar en ese impreciso valor del "reconocimiento" que a veces se invoca en España o en Europa. Se puede entender en un sentido puramente simbólico, pero eso, en la práctica, no quiere decir nada, apenas unos cuantos documentos que, en el mejor de los casos, intercambian las administraciones. Cuando se formula con mayor exigencia, parece exigirse que las instituciones estén en condiciones de atender y de reflejar los usos lingüísticos de todos los ciudadanos
en todos los lugares. Si así fuera, los cherokees deberían poder ser atendidos en cherokee en cualquier comisaría de Estados Unidos o podríamos reclamar en castellano a un Ayuntamiento polaco por una multa de tráfico o a uno de un pueblo de Córdoba en catalán. Eso y no otra cosa significa, en la práctica, que una lengua sea oficialmente reconocida. No estoy seguro de que resulte una aspiración razonable mientras los recursos no sean infinitos.

Finalmente, los derechos, en el ámbito territorial de aplicación, han de valer para todos, es decir, para cada uno. Aquí también se percibe el contraste entre los derechos de las personas y los de "los pueblos". El ejemplo de Québec, que poca veces se recuerda en todos los datos, resulta revelador. Allí la lengua -"la cultura"- mayoritaria es el francés. En ese sentido, la defensa de "la cultura" de la comunidad no se aleja en exceso de la defensa de los derechos de cada uno. Pero no por ello deja de ser una dictadura de la mayoría. Si en España se aplicase el mismo criterio, y en cada una de las autonomías, por ejemplo, la enseñanza se impartiese en la lengua mayoritaria, el castellano sería la lengua exclusiva de la enseñanza. Una propuesta que violaría los derechos de muchas personas, a las que se les impediría escoger su propio camino. Con más razón, pero por el mismo principio, resulta discutible la política aplicada en las comunidades autónomas "dotadas de identidad propia".

En el caminar de las lenguas, mientras se respeten los derechos, no hay nada que lamentar. Algo que no sucedió durante la dictadura, cuando se obligó a todos a caminar por la senda del castellano, sin que pudieran escoger su propio camino. Con todo, eso no impide reconocer que la expansión del castellano en España tiene menos que ver con la dictadura que con el mecanismo de las sendas. En el siglo XV, Castilla, que incluía Galicia, Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, tenía 4,5 millones de habitantes, y la Corona de Aragón, 850.000. En esas condiciones no resulta extraño que el castellano se extendiera y se mantuviera como lengua común y que prácticamente desde el siglo XVI la utilizaran el 80% de los peninsulares. Los flujos económicos, los movimientos de poblaciones, el transitar por los mismos caminos, han acabado por producir un entramado de
"identidades" que hace imposibles las tareas purificadoras. Todos somos mestizos de pura cepa. La investigación empírica fiable, la existente y la que hay en curso, confirma que el barro con el que estamos amasados los españoles -y la pista de los apellidos resulta muy elocuente- no presenta muchas variaciones. En realidad, cuando las cosas se miran y se miden en serio, Lugo y Huesca son las provincias con una identidad cultural más alejada de la media española, las de mayor "identidad propia". En esas condiciones, las invocaciones a la identidad de los pueblos, que poco se parecen a la identidad de los ciudadanos, sólo se pueden hacer a costa de socavar los derechos de los ciudadanos, de meterlos en vereda. A ellos y a unas poblaciones emigrantes que, bien por su cultura de origen, bien por su razonable disposición a desenvolverse en lenguas laboralmente francas, refuerzan día a día las sendas más transitadas.


Félix Ovejero Lucas es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.
EL PAÍS - Opinión - 28-02-2005

Algo está pasando en España

sábado, 8 de diciembre de 2007

¿Que pintan los nacionalistas en las Elecciones Generales?


Cachorros nacionalistas con el cerebro lavado o metafóricamente lobotomizados en escuelas, asociaciones, y centros educativos de Cataluña, a base de dogmas, consignas y adiestramiento sectario, entierran la constitución española.


¿Que pintan los nacionalistas en las Elecciones Generales?


A mi entender, la máxima que mejor ha definido históricamente la esencia del socialismo es la que dice: -"Proletarios del mundo uniros." Me explico.

El socialismo es en los fines perseguidos una doctrina de carácter totalitario. Las fronteras a su entender son ideológicas y sólo existen para ser derribadas; pues la supervivencia del movimiento así lo exigía. Por tanto, la entelequia socialista no puede admitir postulado separatista alguno. Analizando la historia pasada y a la realidad presente de los países que introdujeron doctrinas socialistas en su arquitectura de modelo estatal no se encuentran conductas en sus dirigentes que haga pensar lo contrario. Sólo en los regímenes democráticos modernos, prácticamente en Europa nada más, han podido coexistir conjuntamente portadores de ideologías de todo corte y confección; y, ello, por la necesaria existencia, para concurrir a los diferentes sufragios, de formaciones políticas, con proyectos concretos más o menos influenciados por doctrinas políticas históricas pero que deben su existencia a una determinada masa de votantes fieles en las urnas. Sólo aquí, en los regímenes democráticos, la esencia del juego democrático, que debe exigir a sus políticos ser demócratas por encima de ser afiliados, es donde se dan las circunstancias que permite la sustanciación de una nueva raza de políticos que muestran su verdadera forma de pensar, por lo general más personal que doctrinaria, sólo si se ven obligados; entonces, el Poder deja de ser un Medio para convertirse en un Fin en si mismo. Bajo este prisma el totalitarismo esencial a las prácticas socialistas se convierte en un estorbo a eliminar, dando paso a sacrílegas uniones. Aunque la suma de elementos socialistas, nacionalistas y radicales para compartir el Poder compartiendo los votos obtenidos por cada cual en las urnas, dejando de paso fuera de juego a los conservadores, sólo se ha dado en España y en dos ocasiones: durante la Segunda República y durante la actual Monarquía Parlamentaria.



Pero, y los Nacionalismos. Los movimientos nacionalistas son, por definición, separatistas, luchan por independizarse de un ente superior dominante por lo que su lucha, además de gozar de una cobertura doctrinal, diferente en cada caso, se basa principalmente en hacer todo el daño posible al enemigo dominante, para lo que no dudan en emplear la Violencia como rutinaria tarjeta de representación. El nacionalista que participa con su voto en elecciones centralistas es como el anarquista ateo recalcitrante que todos los domingos y fiestas de guardar gusta de ir a misa. ¿Tiene sentido esto? Por supuesto. Sólo que bajo el prisma nacionalista. La historia enseña que los movimientos nacionalistas, otrora también conocidos como "románticos", obedecían a los intereses de burgueses en busca de los privilegios que sustenta la clase dirigente del odiado Gobierno centralista, el afán de poder, con sus respectivas prebendas, condiciona credos ideológicos y, por ende, políticos. Lo primero que conoce el Nacionalismo, fuese cual fuese su naturaleza intrínseca, es la deuda que tiene su existencia con el Estado Central al que dice oponer. El Nacionalismo más que romántico es ante todo práctico. Persigue situaciones aparentemente independentistas, en la retórica, pero crematísticos en la práctica. Por experiencia histórica los nacionalistas conocen que el triunfo de los planteamientos retóricos independentistas, conllevaría la desaparición del movimiento nacionalista como tal. Con la independencia el nacionalismo se convierte en centralismo sin más, siendo consecuencia a sacar de la independencia que los privilegios ansiados dejan ya de ser y costeados por el anterior Estado Central corriendo los gastos a cuenta del tendrían que ser costeados por los nuevos estadistas. El nacionalista conoce que la mejor manera de medrar es, permitan la analogía mafiosa con el chantaje y la extorsión siempre presentes en la coexistencia diaria, que pretenden eterna pues lo contrario sería su suicidio, con el opresor Estado Central, aprovechando los resortes del Poder Central, en su provecho.

Un ejemplo gráfico de lo aquí expuesto que, a mi entender, explicaría la presencia de personajes que se erigen defensores de una izquierda socialista, que me parece históricamente por definir, y ocupan puestos de gobierno en alianzas con causas nacionalistas , lo constituye Sicilia y la historia de la Mafia. La Mafia siciliana, desde el principio de su existencia, hasta la década de los noventa del pasado siglo XX que se quito la careta, puso todo su poder de disuasión, en aras de la ambigüedad, en difundir una leyenda, confusa de contenido, en la que se resalta el hecho mafioso como rasgo característico de la personalidad profunda siciliana; es decir, la mafia no existía como la Honorable Sociedad, existía como forma de histórica de comportamiento de los sicilianos respondiendo a los invasores de turno. La Honorable Sociedad utilizo a su antojo en su provecho el sentimiento nacionalista siciliano como arma arrojadiza contra el Estado Italiano Central; dándose ocasiones principales la de después de la unificación italiana de Garibaldi, nacimiento de la actual Italia, y tras la ocupación de Sicilia por las tropas aliadas en la Segunda Guerra Mundial; en esta última ocasión, la pretensión siciliana por independizarse de Italia conllevaba el afán de ofrecerse a formar parte como un nuevo estado satélite de los Estados Unidos. Dejando aparte los folclóricos detalles anteriores, la Mafia siempre ha contado en principal afán conseguir el control completo del Estado Italiano y sus recursos; para lo que no duda en apoyar a todos los partidos políticos existentes, cristianos, conservadores, social demócratas, socialistas, comunistas, radicales y los mentados nacionalistas, infiltrando la corrupción en ellos hasta conseguir el dominio de sus resortes de poder para asegurar el reparto del "Pastel Público entre los amigos de los amigos."


Un amigo de L' Hospitalet

Los Ciudadanos y el Partido de la Ciudadanía también pedimos el derecho a decidir



Claro, clarinete, lo deja Antonio Robles en este video. Los ciudadanos y el Partido de la Ciudadanía también pedimos el derecho a decidir sobre todo lo que concierne a los catalanes. Casi todas las competencias del estado español están transferidas a la Generalitat, y disponen de nuestros impuestos a su antojo, más de 35.000 millones de euros. Queremos decidir, qué la televisión pública no se gaste 604 millones euros, qué deje de hacer soberanismo, queremos decidir en qué lengua han de estudiar nuestros hijos, cómo quiero rotular, que de los presupuestos, se hagan más metro o más líneas de cercanías, en vez de seudoembajadas o subvenciones lingüísticas e identitarias.

viernes, 7 de diciembre de 2007

La costra nacionalista del PSC
























El socialista Joan Ferran se ha bajado un tiempo del burro -- veremos lo que aguanta con los pies en el suelo -- y ha denunciado la «costra nacionalista» de los medios de comunicación públicos, lo que ha provocado la ira de ERC y del propio Jordi Pujol, que le tildó de «sectario». ERC y sus maleducados jovenzuelos han calificado a Joan Ferran de «doberman reaccionario» por decir lo que todo el mundo sabe, y ve.

Joan Ferran ha expresado una verdad como un templo, pero, ¿por qué dice esto ahora, siendo el PSC descaradamente nacionalista?. Antonio Robles, Diputado en el parlamento catalán por C’s lo explica detalladamente.


La costra nacionalista del PSC


La que ha liado Joan Ferran, diputado y portavoz adjunto del Partido Socialista de Cataluña. Se puede decir más alto, incluso más claro, pero viniendo de un socialista, lo que ha dicho ha bastado para producir un terremoto político. Ha acusado a los medios de comunicación públicos catalanes de estar al servicio de la "construcción de la patria nacionalista". Y dado que pide una TV3 y una Catalunya Radio "neutral, objetiva, plural, informativa y sin sesgo partidista" concluye que "hay que arrancar la costra nacionalista de las emisoras de la Generalitat". "A buenas horas, mangas verdes", podríamos reprocharle, pero como quien no se conforma es porque no quiere, prefiero recibir su tardía e interesada acometida contra el activismo nacionalista del periodismo orgánico con un "nunca es tarde si la dicha es buena".

La reacción de los amos de la masía ha sido inmediata. Todos los partidos, medios de comunicación públicos y el propio Colegio de Periodistas de Cataluña salieron raudos a criminalizar sus declaraciones. Artur Mas, de CiU, se mostró "literalmente escandalizado"; Joan Ridao, de ERC, las consideró "inaceptables, desleales, sectarias y antidemocráticas"; Jaime Bosch de ICV-EUiA, percibió los comentarios "desafortunados, equivocados e injustos"; el Conseller de Cultura, Manuel Tresserras, las juzgó "desafortunadas" e "injustas"; y, mientras el Colegio de Periodistas de Cataluña da su apoyo a los periodistas de TV3 y Catalunya Radio, estos han arremetido contra las críticas de sectarismo en los medios públicos que dirigen con el temor de que se esté preparando una "caza de brujas" contra ellos. Vamos, lo de siempre: quienes a diario persiguen a quienes no comulguen con sus delirios nacionalistas hablen o no catalán –y si son castellanohalbantes, además los echan de los medios que pagamos todos– arremeten contra el mensajero con absoluta buena conciencia y el victimismo de siempre.

Tienen razones para ponerse a la defensiva: han construido unas plantillas de periodistas cuya máxima virtud profesional es ser activistas de la construcción nacional. Su lenguaje está diseñado para que desaparezca la palabra España y Cataluña se confunda con una nación oprimida por el nacionalismo castellano. Imponen sus técnicas de vaciado informativo de personas, ideas, organizaciones y acciones que no encajen en la realidad virtual no sólo en los medios sino también en escuelas a través de periódicos subvencionados por la Generalitat. Repiten lugares comunes donde el periodista disidente calla y obedece. Exaltan lo mínimo, si lo mínimo encaja en Matrix. Son la correa de transmisión natural entre la política nacionalista y las direcciones de los informativos. Todo esto hace que el trabajo periodístico parezca más un plan de desafección contra España que una empresa de información, de modo que más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña nos sentimos excluidos y agredidos por él. Les recomiendo vivamente la entrevista, no porque diga cosas que no hayamos denunciado antes, sino porque lo dice un diputado del partido que gobierna Cataluña.

Pero no se hagan ilusiones, que la crítica tiene truco. Las razones por las que el socialista Joan Ferran ha saltado por peteneras no son las mismas por las que el PPC y Ciudadanos las apoyan. Dos causas inmediatas tienen la culpa: la elección de los doce miembros del Consejo de Gobierno de la recién aprobada ley de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA) y la proximidad de las elecciones generales.

Para los socialistas, el futuro será peor que el presente, pues el reparto político de ese Consejo de Gobierno de la CCMA les dejará en franca minoría respecto a los nacionalistas. No olviden que a CiU le corresponde al menos un miembro más que al PSC, pero si además sumamos los que le corresponden a ERC, la mayoría nacionalista dentro del Consejo de Gobierno está asegurada. Ya sé que dichos cargos deberían ser neutrales. Sí, ya lo sé. Esa milonga me la repitieron muchas veces en la ponencia de la ley cuando todavía era un proyecto. Incluso les llegué a proponer que hubiera 23 miembros para que matemáticamente Ciudadanos pudiera estar representado, pero siempre me contestaban muy afectados: "No, no, el consejo ha de estar compuesto por profesionales independientes y neutrales". Ya ven, llevan días peleándose para ver quién coloca a más de los suyos.

Por otra parte, las elecciones de marzo están a la vuelta de la esquina y, mal que bien, el actual presidente de la Corporación Catalana de Radio Televisón que será sustituido por la CCMA es Joan Majó, socialista. Si logran retrasar la designación hasta después del 4 de marzo, eso es lo que ganan. Por otra parte, marcan el territorio para que ninguno de los gurús nacionalistas señalados indirectamente en la entrevista pueda presidir el Consejo de Gobierno.

Hay una tercer causa menos concreta, pero cierta. Ante las elecciones, han de sacar la virgen para que haga llover votos. En este caso la virgen se llama criticar a los nacionalistas para disimular que ellos también lo son. Vamos, como hacen cada vez que vienen unas elecciones; de pronto, empiezan a hablar en castellano para dejar de hacerlo al día siguiente de la votación. O sacan a pasear al PSOE en las elecciones generales para atraer el voto obrero y español de la inmigración, pero inmediatamente después de las elecciones reniegan de él y lo sustituyen por la exaltación de la C de Catalunya en las siglas del PSC. Curiosa contradicción, un partido socialista que oculta su condición de obrero para exaltar su condición catalanista. ¿Quién ha de quitarse una costra nacionalista, señor Ferran?

Hasta aquí, las guerras entre los herederos de la masía, o sea, entre los miembros del PUC: Partido Único Catalanista (CiU, ERC, PSC y ICV-EUiA), o sea, entre el 35 % de la población de Cataluña que vota elección tras elección y ocupa la casi totalidad del Parlament. Pero quizás lo peor de esta historia de herederos en guerra sea la impostura socialista al denunciar hoy lo que han estado ayudando a fabricar ellos durante las últimas dos décadas.

Son ellos, los socialistas y el resto de la izquierda, los que impusieron la inmersión y el monolingüismo en la escuela en los primeros ochenta cuando CiU se conformaba con la doble red escolar. Son ellos, los socialistas, los que en esta legislatura quieren redoblar esa inmersión lingüística para hacer desaparecer el castellano hasta en los patios de recreo. Son ellos quienes han presidido la Corporación Catalana de Radio Televisión los últimos cuatro años, los peores desde un punto de vista de construcción nacional desde que se inauguró TV3 y Catalunya Radio. Son ellos los que han permitido que se emitan reportajes tendenciosos sobre Terra Lliure, los que han permitido que cada mañana en Catalunya Radio se den arengas nacionalistas, los que filtran las intervenciones de los oyentes en función de si son nacionalistas o no, o si hablan castellano o no. Son ellos los que siguen permitiendo que el mapa del tiempo oculte el que hace en el resto de España y, de paso, se borren sus perfiles. Son ellos los que podrían impedir que cada día haya tertulias donde el 90 o el 100% de los participantes sean soberanistas. Son ellos los primeros en imponer multas por la utilización del castellano en establecimientos comerciales. Son ellos, los socialistas, los que gobiernan en coalición con independentistas que utilizan presupuestos millonarios para subvencionar series de televisión con Portugal que exalten el independentismo catalán, inventarse embajadas camufladas en el extranjero o subvencionar el odio a España a través de cientos de organizaciones nacionalistas. Ha sido, finalmente, el propio presidente de la Generalitat, el señor Montilla, quien ha ido a Madrid a difundir el cuento ese de la desafección de los Catalanes a España.

Han sido y son los socialistas catalanes quienes por acción y, sobre todo, por omisión, han dejado que el nacionalismo se haya adueñado del discurso de nuestros maestros, de nuestros jóvenes y de nuestros medios de comunicación. Esa actitud de colaboración y dejación les ha empezado a pasar factura: mientras el nacionalismo ha ido agrandando su espacio, ellos, los socialistas han ido reduciendo el suyo y el de todos los que no son nacionalistas. Ahora, si quieren seguir pintando algo entre los herederos de la masía, han de jugar en espacio nacionalista con el lenguaje nacionalista. Ningún inconveniente para quien lo es, pero un suicidio histórico para quienes no. Ya no hay otro espacio, el resto es vacío o abismo; es aquí donde nos han obligado a jugar a Ciudadanos y a populares. Y el futuro será peor si no siguen la estela marcada por su diputado Joan Ferran. Lo he escrito cuarenta veces, y un día de estos será ya demasiado tarde.

Ciertamente, hay que arrancar la costra nacionalista de TV3 y Catalunya Radio, pero antes han de empezar ellos, los socialistas, a quitarse la suya, que es la peor por ser de camuflaje.

07 diciembre 2007, Libertad digital, Antonio Robles

lunes, 3 de diciembre de 2007

Trampa y bochorno


03 diciembre 2007, El Pais


Editorial

La exaltación independentista en la protesta de Barcelona es un fraude político a los asistentes

Unas 125.000 personas saltaron el sábado a la calle, a una manifestación convocada en protesta por el caos ferroviario que sufre el área metropolitana de Barcelona. Pero a muchos de los asistentes de buena fe y hartos de ese colapso, les dieron gato por liebre: la manifestación se olvidó de los trenes para transmutarse en una exaltación del independentismo. Los propios organizadores, a quienes el déficit y estropicios de las infraestructuras parecen importarles una higa, han admitido la trampa, al asegurar que su verdadero objetivo es un referéndum secesionista. Salvo Iniciativa, que se mantuvo fiel al lema convocante, CiU y ERC se aprestaron a manipular a sus seguidores, al unirse al trucado sesgo de la marcha.
Resultó especialmente patético observar al ex presidente Jordi Pujol marchar delante de una cuatribarrada con la estrella secesionista, y comparar esa imagen con su trayectoria de décadas. Ya dijo su antecesor, Josep Tarradellas, que en la vida uno se lo puede permitir todo, salvo el ridículo.
El oportunismo de los dirigentes de estos partidos se dobló de insensibilidad. Ni siquiera se les ocurrió incorporar a su evento la menor condena ni referencia a la tragedia de ese día, el asesinato cometido en Francia por ETA. Prefirieron ensimismarse en banderas románticas, cánticos exaltados y gritos de halago, que penetrar en la dura realidad. Además, los socios de Gobierno del PSC volvieron a mostrar su inmadurez, al colocarse a la vez en misa y repicando. O se está en el balcón, o en la calle. Resulta chirriante que seis consejeros del Ejecutivo se dedicaran a hacer populismo en vez de a trabajar en sus despachos, como si Cataluña no tuviera otros desafíos que divertirse en juegos artificiales de ocasión, aparentemente gratuitos.
Pero lo más bochornoso fue la actitud de CiU. Todo el mundo sabe que el balance de su dedicación a las infraestructuras durante los 23 años de su Gobierno se aproxima a la nada: en los años en que la autonomía madrileña de Alberto Ruiz-Gallardón construyó 101 kilómetros de metro, Pujol contabilizó 10, algo que perjudica al transporte de miles de pasajeros y que contribuye a la saturación de las Cercanías de Renfe, la coartada de la convocatoria. En vez de protestar contra sí mismos, Pujol, Mas y sus colaboradores optaron por envolver esas vergüenzas en un ondear de banderas y en la retórica de la doble lectura del "derecho a decidir". Mejor que hubieran decidido construir metros cuando no sólo era su derecho, sino su obligación. Desde que salieron del poder, los políticos convergentes juegan con fuego: esparcen con una mano radicalismo soberanista, y tratan de disimularlo con su trayectoria histórica moderada. No es seguro que muchos de sus seguidores se avengan a quemar en ese fuego las yemas de sus dedos cuando los usen para introducir con ellos su papeleta en las urnas, en la próxima convocatoria.

PATENTE DE CORSO. Patriotas de cercanías


Hay una clase de cartas, entre las que me escriben los lunes, cuya virulencia supera, incluso, las de las feministas galopantes de género y génera y las de las pavas con indigencia intelectual, incapaces unas y otras de entender nada que no responda al canon obvio de ese mundo virtual que se han montado y que tanto aplauden, para evitarse problemas, ciertos tontos del haba. Yo tengo un par de ventajas. Por una parte, ese canon artificial me importa un carajo. Por la otra, hace cuatro o cinco años escribí una novela sobre mujeres, machismo y algunas cosas más, y a su contenido –corrido de los Tigres del Norte adjunto– me remito cuando vienen diciendo que les toco la bisectriz.

En cualquier caso, como digo, ese correo femenil descompuesto de humor, inteligencia y maneras no es lo que más chisporrotea. Lo más plus de lo plus llega cada vez que me introduzco, saltarín, en los jardines nacionalistas. Ahí de verdad que sí. Ahí es donde paletos espumajeantes y tontos de campanario –no siempre son sinónimos, aunque a menudo lo parezcan– sacan lo mejor de sí mismos, y de sus argumentos, para ciscarse en mis muertos. En mis muertos españoles, naturalmente. Eso me pone en situación delicada, pues como saben quienes me leen desde hace tiempo, mi concepto de España y de los españoles, desde Indíbil y Mandonio hasta ayer por la tarde, no puede ser más incómodo y descorazonador. No sé cuántas veces habré escrito en esta página, en los últimos doce o trece años, país de mierda o país de hijos de la gran puta; conceptos estos que, por cierto, también generan su propio correo específico, esta vez del sector Montañas Nevadas. Pero mis astutos corresponsales patriachiqueros no se dejan engañar, porque son muy listos, e incluso bajo tales exabruptos detectan un españolismo de fuego de campamento, brazo en alto y en el cielo las estrellas, de ese que tanto les gusta practicar a ellos en versión propia, o que tanto necesitan en otros para justificar su trinque, su mala fe o su imbecilidad.

Esta clase de cartas llegan, indefectiblemente, cada vez que menciono asuntos históricos, a los que tengo cierta afición. Y no deja de tener su gracia. Uno puede desayunarse cada mañana viendo en los periódicos y la tele cómo gudaris y otros paladines catalaúnicos, celtas, euskaldunes, andalusíes o de donde sean, incluso cretinos bocazas peinados de través como el coqueto y casposo Iñaki Anasagasti, meten el dedo, removiéndolo, en cuanto ojo encuentran a mano, con tal de joder un poquito más, o se limpian las babas con cualquier bandera que no sea la de su parcelita. Pero que a los demás no se nos ocurra, por Dios, hablar de Historia, ni de España, ni de nada, ni siquiera en términos generales, que no coincida exactamente con lo expuesto en el escaparate de su negocio. Hasta ahí podíamos llegar. Algunos, incluso, son inteligentes. O lo parecen. Ésos, más allá del rebote elemental, suelen descolgarse con una contundencia, una seriedad pseudocientífica y unos aires de autoridad tales que hasta al cartero de XLSemanal, que es un pedazo de pan, lo hacen picar de vez en cuando. Son capaces de desmentir, sin empacho, cuanto se ponga por delante. Veinticinco siglos de memoria documentada, bibliotecas, viejas piedras y paisajes no tienen la menor importancia frente a la historia local reescrita por mercenarios de pesebre, que es la única que les importa. Mal acostumbrados por gobernantes expertos en succionar entrepiernas a cambio de votos –desde el amigo Ansar al pacífico Sapatero–, a los patriotas de cercanías les sienta fatal que alguien les lleve la contraria a estas alturas del desmadre, cuando gracias a la cobardía, la incultura y la estupidez de la infame clase política española todo parece estar, por fin, al alcance de su mano. Quisieran esos pseudohistoriadores de tebeo que, cada vez que llega una de sus cartas refutando con argumentos de hace tres días lo que gente docta e inteligente tardó siglos en acumular, probar y fijar, yo me levante de la mesa, vaya a mi biblioteca, y ante los veinte mil libros que hay en ella, ante las catedrales, los castillos, los acueductos romanos, las iglesias visigodas y los museos, ante los documentos históricos conservados en los archivos de toda España y de medio mundo, diga: «Mentís como bellacos. Acaba de poneros patas arriba mi primo Astérix con dos recortes de periódico, cuatro cañonazos de Felipe V y las obras completas de Sabino Arana».

Encima, oigan, algunos amenazan con no leerme nunca más, o juran que no volverán a hacerlo en el futuro. Para castigarme por españolista, por facha y por cabrón. Y qué quieren que les diga. Que sin lectores así puedo pasarme perfectamente. Que vayan y lean a su puta madre.

ARTURO PÉREZ-REVERTE XLSemanal 14 de octubre de 2007

domingo, 2 de diciembre de 2007

¡Yo no me siento español!"

















Desde luego que también hay independentistas inteligentes, como también hay (¡y cómo abundan!) los españolistas idiotas. Pero les aseguro que la persona con la que estuve discutiendo anoche era tan independentista como idiota, y viceversa. En un momento dado, sacó el lloriqueante argumento sentimental: "¡Yo no me siento español!". Y entonces le tuve que responder esto: "¡Tampoco te *sientes* idiota y está claro que lo eres!".