domingo, 16 de diciembre de 2007

C’s sigue dando qué hablar, qué hacer

C’s sigue dando qué hablar, qué hacer. Los ciudadanos que representamos esa tercera España seguimos sacando la cabeza fuera de la nube toxica nacionalista, central o periférica. Fuera del hedor enfermizo, de las disputas históricas entre izquierda y derecha, entre esas dos Españas enfrentadas desde la llegada de la revolución francesa, entre Tradicionalistas y Liberales.

C’s sigue trabajando por la nación de ciudadanos libres que tiene que ser España.




Ciudadanos apoyó la manifestacion por el derecho a una vivienda digna

16 diciembre 2007

Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía apoyó a la manifestación que por el derecho a la vivienda se convocó el sábado 15 de diciembre a las 12:00h delante de la sede del ministerio de economía, en la calle Alcalá 9 de Madrid.

C's entiende que la gravedad de la problemática del acceso a la vivienda en España necesita del activismo y compromiso de la sociedad civil. Éste debe obligar a las diferentes administraciones públicas a adoptar con urgencia medidas que, entendiendo la complejidad del problema, busquen y aporten soluciones ante el que es uno de los problemas más graves de la sociedad española.

C's cree en la necesidad de una sociedad civil libre del tutelaje y control de los partidos políticos. De este modo, y siendo esta movilización fruto de la iniciativa de una cada vez más dinámica red asociativa, y con la profunda voluntad de no querer instrumentalizarla con una presencia "oficial" que podría ser vinculada a intereses electoralistas, animamos a la militancia de ciudadanos a acudir a dicha manifestación a título personal defendiendo con su presencia nuestro compromiso con los problemas reales de los ciudadanos.







Protesta contra un partido que no condenó los asesinatos de ETA

15 diciembre 2007, El Mundo,

viernes, 14 de diciembre de 2007

La diversidad un hecho, la igualdad un derecho



La emigración es la combinación de la esperanza humana y el movimiento; la esperanza se realiza a través del movimiento. Ryszard Kapucinsky.

Según el ideario de nuestro partido, Ciutadans, una de las líneas de acción política que nos constituye, apuntalada en nuestro marco ideológico, es la integración social de los inmigrantes para que puedan acceder a la condición plena de ciudadanos. La empresa no es menor. Una de las herramientas, también de nuestro proyecto, es la de ser representación de la ciudadanía. Y si la ciudadanía es diversa, si ése es el presente que tenemos, no hay excusas para obviar este hecho, la representación de C’s debe ensanchar el perímetro. Personas que no son originarias de aquí trabajan en la restauración de la fachada de nuestro edificio, o nos tratan médicamente, o comparten con nosotros afinidades en miedos y anhelos.

Que vengan gentes de otras partes del planeta al sitio en el que estamos (tengamos presente que por pura casualidad) no es un problema, es un recurso que todos estamos utilizando. La fuerza de trabajo que ha necesitado el país ha sido cubierta a lo largo de la historia por diversas oleadas migratorias, pero en los últimos años la mano de obra que compartíamos entre los autóctonos no ha sido suficiente, y ha sido necesario que vinieran gentes de otras partes del mundo para permitirnos funcionar mínimamente. Estando así las cosas, la dificultad estriba en gestionar las condiciones de ciudadanía para estas personas, en saber hasta qué punto tenemos capacidad de absorción. Y no cerrar los ojos ante la evidencia de que venir, para ellos, podría ser la posible solución a su problema, porque ellos sí que lo tienen, la supervivencia.

Ante esta situación Ciutadans tiene un proyecto, de largo recorrido, el de construir una sociedad incluyente, un país de ciudadanos, un derecho que tienen todos los seres humanos. Ciutadans crece sobre este leitmotiv, el de reconocer a todos los ciudadanos los mismos derechos y deberes sin distinción de origen ni condición. Para nosotros estas ideas habrán de significarse en que todas las personas con su carga cultural tienen derecho convivir en nuestra comunidad cívica y, también, deberán ceñirse a los marcos legales del Estado de Derecho en términos políticos (Constitución, tratados europeos, y Estatut) y a la Declaración de los Derechos Humanos en términos morales.

¿Es una política para utópicos? La política o tiene una gran carga de utopía o es politiquería y se metamorfiza en aséptica gestión. La gestión es condición necesaria para la política, pero no se hace política sólo con el tacticismo. La fuerza para proyectar, para querer transformar la sociedad y el presente, sólo ese anhelo de transformación puede constituir una política de calado. Sin ideas-deseo no sobrevive proyecto político alguno. Definitivamente, nuestra apuesta por la política migratoria tiene un poco-mucho de utópico, un grado de dificultad muy importante, pero eso no debe de llevarnos al abandono de nuestros proyectos. La política también tiene sus tiempos, no podemos frenar procesos ni acelerarlos, el arte es adecuar el proceso al tiempo real, cualquier proyecto necesita modo de financiación y calendario razonablemente posible. No podemos ir por delante de la realidad, pero tampoco podemos quedarnos a la zaga. Cada propuesta que hagamos como partido tiene que tener claro cual es el objetivo final de nuestro proyecto: la ciudadanía no excluye a nadie.

Gema Sanz. Miembro del Consejo General de Ciutadans - Partido de la Ciudadanía

Barcelona, 30 de septiembre de 2007

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Montilla justifica que sus hijas acudan a uno de los colegios más caros de Barcelona

La patria gutural


Hay indicios crecientes de que el patriotismo extremo conduce a las afecciones de garganta y a un incremento peligroso de la tensión arterial, así como a la recuperación de impulsos ancestrales tan nobles como el escrutinio de la limpieza de sangre y las hogueras purificadoras. El patriota enronquece al manifestar la vehemencia de sus sentimientos, y las palabras brotan de sus cuerdas vocales más como interjecciones, rugidos o gruñidos que como sonidos inteligibles. La pasión le enrojece la cara y le hincha las venas del cuello, con el consiguiente peligro de trombosis o de infarto cerebral. Tuve ocasión de observar de cerca estos síntomas hace ya más de un cuarto de siglo, cuando servía a la patria en mi calidad de soldado de reemplazo, y también cuando tenía la mala fortuna de presenciar alguna concentración de extrema derecha, en aquellos tiempos poco idílicos que vinieron antes e inmediatamente después del intento de golpe de Estado de Tejero. En los cuarteles había algunos mandos modernos y muchos otros acomodaticios, y unos cuantos, temibles, que cultivaban la oratoria del patriotismo gutural. En sus gargantas, la palabra España sonaba como un disparo seco de fusil, casi siempre acompañada de vivas y mueras; se les hinchaban mucho las venas del cuello, y en su vocabulario abundaban palabras como traidor, cobarde, etc. La patria era una cuestión glandular: su órgano rector no estaba situado en el cerebro o en el interior del pecho, sino un poco más abajo, en la entrepierna hipertrófica, que era también la que regía ese mérito inexcusable del patriota, el coraje físico, o, para ser más precisos, aunque algo más crudos, los cojones. La patria de aquella gente estaba definida no por el censo de los compatriotas a los que acogía, sino por los que expulsaba, por los que aniquilaba con sólo mencionarlos. El viva ronco a la patria casi nunca era tan apasionado como el muera con que se fulminaba a sus enemigos, o, peor aún, a los tibios que no la sentían con la debida vehemencia, por no hablar de los traidores que llevándola en la sangre abjuraban de ella.

Al cabo de casi treinta años, de aquellos patriotas genitales, con o sin camisas azules, con o sin uniforme, quedan algunos espectros dispersos que se aparecen en lugares señalados en torno al 20 de noviembre. En cuanto al ejército en el que tantas esperanzas tenían, se ha civilizado acatando escrupulosamente la autoridad civil, y cumpliendo por el mundo misiones de paz y de sustento de la democracia que merecerían más publicidad y gratitud de las que reciben, y que no dejan de asombrarnos a quienes conocimos por dentro aquella institución ineficiente y lóbrega heredada del franquismo.

Los militares se han civilizado, en el sentido literal de la palabra, a lo largo de los últimos veinticinco años, pero en ese mismo tiempo, un número creciente de civiles se han embrutecido. Ahora, el patriotismo extremo no está en aquellas juras de bandera en las que el coronel del regimiento nos alentaba a dar la vida heroicamente por España, posibilidad dudosa si se miraba a corta distancia a los reclutas muertos de aburrimiento, armados con fusiles viejos y vestidos con uniformes no muy limpios que nutríamos las filas de la leva forzosa. Lo he vuelto a ver, no sin estremecerme, en esas imágenes ahora tan frecuentes de la televisión que muestran a los patriotas desatados en Cataluña y en el País Vasco, los que gritaban detrás de livianas vallas de seguridad durante la ofrenda floral del 11 de septiembre en Barcelona o los que acosaban a esa alcaldesa de una aldea vizcaína que ha tenido la singular audacia de cumplir la ley. Otras veces, es verdad, los he visto en persona, y mucho más de cerca. El año pasado, en la plaza de Sant Jaume, manifestaban su indignación por la presencia en Barcelona de mi mujer, Elvira Lindo, y colateralmente la mía, llamándonos asesinos y españoles, y sugiriéndonos la conveniencia de regresar a África, y repitiendo un eslogan que aún hoy me causa cierta intriga: "Bilingüismo es fascismo".

Para un experto en padecer como un escalofrío literal en la nuca la proximidad de los patriotas terminales, me temo que los signos son inequívocos: la cara enrojecida, la hinchazón de las venas del cuello, las gargantas rasposas como lija después de un esfuerzo sin duda heroico pero también agotador emitiendo interjecciones, amenazas, insultos y anatemas, vivas y mueras. Los patriotas catalanes del once de septiembre, tempestuosos de banderas y enrojecidos por el entusiasmo y por el sol detrás de las vallas que contenían con dificultad su bravura, me recordaron a los que vi aclamar hace muchos años al general Franco en el paseo de la Castellana, hacia 1970, en mi primer viaje a Madrid.

Qué miedo daban. Qué miedo dan éstos. Se me dirá que no es igual aclamar a Franco que a ese actor moderno que al parecer es la estrella más reciente de la soberanía catalana, dar vivas a "Catalunya lliure" o a "Euskadi Askatuta" que a España una, grande y, qué coincidencia, libre. Sinceramente, aparte del vestuario, no veo grandes diferencias. (Imagino, por cierto, que ese actor llevará su coherencia al extremo de no aceptar papeles o remuneraciones que procedan del país opresor). El ronco patriotismo español que padecí durante la primera parte de mi vida se había construido sobre la negación política, cultural y física de los considerados enemigos, de los tibios y de los traidores. Ahora leo en un ilustrado manifiesto catalán que quien no esté de acuerdo con no sé qué afirmaciones patrióticas es "un traidor, un cobarde o un español". Gran adelanto. Las patrias guturales se construyen mediante la adhesión fervorosa, la acomodación y el sometimiento, pero también exigen la limpieza de sangre y la expulsión o la huida de los que no encajan. A uno lo invitan a marcharse, o le hacen la vida cada vez más difícil, o se la hacen del todo imposible mediante el procedimiento extremo de arrebatársela, que es además una excelente medida disuasoria, pues casi todo el mundo, sin necesidad de ser cobarde, español o traidor, ama la vida más que la libertad, y prefiere el silencio o la simulación al destierro.

El patriota necesita traidores y enemigos igual que el inquisidor necesita herejes, y los dos desarrollan una curiosa inclinación por los autos de fe. Nada purifica como el fuego. Los quemadores de banderas y los quemadores de efigies arman sus hogueras entre la aclamación bárbara de sus feligresías, y las diferencias circunstanciales son mucho menos reveladoras que las similitudes, que la terrible fuerza de los símbolos. Quien quema una bandera o un retrato o quien ruge ante las llamas está complaciéndose en el instinto arcaico de un fuego que elimine al adversario y restablezca una pureza siniestra sobre las cenizas. Dicen que cuando Freud supo, aún en su despacho de Viena, que en Alemania los nazis estaban quemando sus libros, comentó secamente: "Vamos progresando. En la Edad Media me habrían quemado a mí". Pero si no lo quemaron a él, como a varios millones de sus semejantes, fue porque había huido antes de que el gran incendio que había comenzado con los libros consumiera a muchos millones de seres humanos.

No hago abusivas comparaciones históricas: digo que cuando se apela al fuego, al rugido y al anatema, la consistencia frágil de la civilización se está debilitando, y con ella el pluralismo que es su valor más preciado, y que no subsiste bajo la coacción. Digo también que quien ruge un "muera" está deseando de verdad la muerte de otro, y que quien envía un anónimo con la foto de una cabeza atravesada por una bala está alentando el asesinato y confiando al terror la tarea desagradable de limpiarle la patria de traidores y cobardes, es decir, supongo, de españoles. Y también digo que un indicio de la confusión ideológica que reina en España es que a esa gente se la considere de izquierdas.

Que la condición nacional o el origen de una persona sean en sí mismo los peores insultos es otro rasgo que distingue a los grandes patriotas. Bien mirado, casi es un refinamiento: no hace falta que te llamen "negro asqueroso", "cerdo judío", "moro de mierda", "español cabrón", porque eso implicaría no sólo un mayor esfuerzo verbal, sino también el reconocimiento de que puede haber negros limpios, judíos decentes, moros respetables, españoles bondadosos.

Cuando mi mujer y yo escuchábamos que se nos llamaba españoles y se nos alentaba a volver a África, personas educadas y afables nos animaban a no hacer caso de aquellos patriotas, diciéndonos que eran "cuatro gatos" (si bien habían considerado conveniente que pasáramos delante de ellos en un coche con los cristales ahumados, no fueran a arañarnos). Algo así viene a decir Rosa Montero en un artículo reciente, en el que descarta como gamberros a quienes quemaron con tanto jolgorio las fotos de los Reyes, y lo mismo hemos escuchado cuando en el País Vasco se habla de esa chusma que incendia autobuses y cajeros automáticos o que no deja vivir a un pobre concejal de pueblo: cuatro gatos, unos gamberros, los de siempre, una minoría de exaltados. Esa disculpa de la irrelevancia de los bárbaros le viene bien a una clase intelectual que debería ser la primera en avisar del peligro y tiene así una coartada para mirar hacia otro lado ahorrándose incomodidades y molestias, al menos a corto plazo. ¿Desde cuándo hace falta una mayoría para sembrar el miedo y amputar las libertades, para amargarle la vida a las personas decentes, incluso para quitársela a alguna de ellas? Los patriotas guturales no necesitan ser muchos para imponer su ley, porque a la mayor parte de nosotros la violencia física nos amedrenta enseguida. Por eso han sido siempre la clase de tropa y, en caso necesario, la carne de cañón que echan por delante quienes se benefician de su bravura patriótica con el ánimo sereno y las manos limpias, quienes construyen sus hegemonías políticas y sus estupendos negocios sobre la brutalidad chantajista de unos cuantos y la conformidad interesada, la indiferencia o la claudicación civil de la mayoría. La patria gutural y la democracia son incompatibles, como sabemos bien quienes crecimos sufriendo la primera y deseando que llegara la segunda. Lo que está en juego ahora mismo en los territorios donde más rugen los patriotas no es tanto la integridad o la dispersión del país, sino la supervivencia misma de las libertades.


ANTONIO MUÑOZ MOLINA (EL PAÍS, 01/10/07)

De lenguas, sendas, mercados y derechos


Cuando caminamos por un bosque buscamos aquella senda que otros han transitado antes que nosotros. Puede que existan diversos caminos desbrozados, pero, si queremos llegar a nuestro destino con rapidez, escogemos el hollado por más caminantes. Con ello contribuimos a que otros, que vendrán después, puedan caminar con más facilidad. Nadie nos impide coger cualquier otro camino o abrir uno nuevo. Pero no podemos obligar a los otros a escoger nuestra ruta para que nosotros podamos caminar más cómodamente. Lo importante es que a nadie le impidan caminar por donde quiera y que a nadie le obliguen a transitar por donde no quiera.

Según los economistas, lo mismo sucede cuando utilizamos una tarjeta de crédito, un sistema de vídeo, una moneda, un sistema métrico, una compañía de teléfonos o un ordenador. Y una lengua. En tales casos se dan economías de red: se tienden a consolidar los sistemas con más usuarios. Estos procesos, como tales, nada tienen que ver con el mercado o el capitalismo, la competencia perfecta o los monopolios. Actúan del mismo modo el campesino que opta por un sistema de pesas y medidas, el que rotula su comercio o sus productos en una lengua, la multinacional que hace uso del correo electrónico o nosotros cuando compramos un reproductor de vídeo o un ordenador. En eso, tenderos, monopolios y consumidores no difieren del caminante. Lo único que aspiran es a acceder a aquella red que dispone de más usuarios. Con ello, sin pretenderlo, contribuyen a reforzar la red y a facilitar la llegada de otros. Quienes optan por otros sistemas ven limitadas sus opciones, pero no pueden reprochar nada a quienes no siguen su camino. Es cierto que sus dificultades tienen que ver con las elecciones de los otros, pero nadie les ha impuesto nada, ni nadie ha hecho nada con la intención de perjudicarles. Cada cual ha escogido libremente su camino y, como resultado de esas elecciones, sus posibilidades quedan limitadas.

Sin duda, las lenguas presentan aspectos especiales. Pero no estoy seguro de que sean los que con frecuencia se alegan. Desde luego, la idea de que la lengua es algo más que un instrumento de comunicación no es un argumento que justifique interferir tales procesos. Si con ello se quiere decir que la lengua condiciona nuestro mundo de experiencias, la idea es sencillamente falsa. Que tú y yo utilicemos palabras distintas para designar el dolor de cabeza, o incluso que en mi lengua no exista una palabra para designar ese dolor, no quiere decir que nuestra experiencia sea distinta. Si sólo se quiere decir que la lengua es algo más que comunicación, la idea es trivial. Todo proceso material presenta diversos aspectos. Una comida es un proceso metabólico, pero también puede ser un acto social. Ahora bien, si deja de ser un proceso metabólico deja de ser una comida. Aunque puede dejar de ser un acto social sin dejar de ser una comida. En el mismo sentido, una lengua es, fundamentalmente, un vehículo de comunicación. En algunos casos puede comprometer dimensiones cognitivas. Pero ni siquiera es seguro que en ese sentido las lenguas resulten excepcionales. Basta con pensar en las monedas. Cuántos de nosotros andamos traduciendo a pesetas nuestros intercambios diarios.

Para valorar la situación resulta decisivo saber cómo ha sido el proceso. Si en una fiesta todos se van emparejando y, al final, sólo quedan un par de personas que no tienen otra opción que emparejarse, éstos podrán lamentar su situación, pero no tendrán razones para culpar a los demás, por más que sea resultado de sus acciones. No es lo mismo que a Anna no le quede otro remedio que casarse con Juan que el que se le imponga casarse con Juan. El procedimiento cuenta. En un caso se respetan los derechos, en el otro, no.

Desde el punto de vista normativo, lo que importa es que, en esos procesos, en esas elecciones, se respeten los derechos. Si a una persona se le impide expresarse en su lengua, abrir un periódico, o escribir un libro, su libertad está siendo cercenada. Lo que resulta más discutible es que le tengan que asegurar unos interlocutores o lectores. Entre otras razones, porque eso supondría obligar a otros a leer o a escribir en su lengua. Supondría limitar los derechos de los demás. Obligarles a caminar por las sendas que no desean. Anna tiene derecho a casarse, pero no tiene derecho a casarse con quien quiera. Entre otras razones, porque también Juan tiene que poder escoger y quizá Anna no le guste.

Hablar de derechos no es decir mucho en tiempos en los que toda reclamación se formula en términos de derechos. De hecho, cuando se producen procesos como los descritos, que tienden a reforzar unas lenguas y debilitar otras, no es infrecuente escuchar apelaciones a los derechos "de las culturas" que se verían minados. Por ello, en el caso de las lenguas conviene precisar qué derechos, en dónde y de quién. Por lo pronto, los derechos que cuentan son los de las personas. Las culturas o las lenguas, como tales, no son sujetos de derecho. Los que sufren, aman y sueñan son las personas, no las culturas. La diferencia es importante. Si uno cree que hay un derecho de las culturas, para preservar la lengua cherokee, que sólo hablan el 8% de los cherokees, habría que convertirla en obligatoria en la enseñanza y, seguramente, dado el escaso número de
cherokees, extenderla más allá de sus territorios. Si lo que nos preocupan son los cherokees, hay que darles la oportunidad de que estudien cherokee si lo desean y también la oportunidad de estudiar el inglés, la lengua que habla el 92% de ellos, la lengua de facto de la mayoría de ellos. La lógica de los caminos invita a pensar que los cherokees que deseen ampliar sus opciones vitales, estar informados, conocer otras gentes, viajar o intentar nuevos oficios, preferirán el inglés. Mientras cada cual pueda escoger su camino, que vaya por donde quiera.

También es importante enmarcar el ámbito territorial de aplicación. Basta con pensar en ese impreciso valor del "reconocimiento" que a veces se invoca en España o en Europa. Se puede entender en un sentido puramente simbólico, pero eso, en la práctica, no quiere decir nada, apenas unos cuantos documentos que, en el mejor de los casos, intercambian las administraciones. Cuando se formula con mayor exigencia, parece exigirse que las instituciones estén en condiciones de atender y de reflejar los usos lingüísticos de todos los ciudadanos
en todos los lugares. Si así fuera, los cherokees deberían poder ser atendidos en cherokee en cualquier comisaría de Estados Unidos o podríamos reclamar en castellano a un Ayuntamiento polaco por una multa de tráfico o a uno de un pueblo de Córdoba en catalán. Eso y no otra cosa significa, en la práctica, que una lengua sea oficialmente reconocida. No estoy seguro de que resulte una aspiración razonable mientras los recursos no sean infinitos.

Finalmente, los derechos, en el ámbito territorial de aplicación, han de valer para todos, es decir, para cada uno. Aquí también se percibe el contraste entre los derechos de las personas y los de "los pueblos". El ejemplo de Québec, que poca veces se recuerda en todos los datos, resulta revelador. Allí la lengua -"la cultura"- mayoritaria es el francés. En ese sentido, la defensa de "la cultura" de la comunidad no se aleja en exceso de la defensa de los derechos de cada uno. Pero no por ello deja de ser una dictadura de la mayoría. Si en España se aplicase el mismo criterio, y en cada una de las autonomías, por ejemplo, la enseñanza se impartiese en la lengua mayoritaria, el castellano sería la lengua exclusiva de la enseñanza. Una propuesta que violaría los derechos de muchas personas, a las que se les impediría escoger su propio camino. Con más razón, pero por el mismo principio, resulta discutible la política aplicada en las comunidades autónomas "dotadas de identidad propia".

En el caminar de las lenguas, mientras se respeten los derechos, no hay nada que lamentar. Algo que no sucedió durante la dictadura, cuando se obligó a todos a caminar por la senda del castellano, sin que pudieran escoger su propio camino. Con todo, eso no impide reconocer que la expansión del castellano en España tiene menos que ver con la dictadura que con el mecanismo de las sendas. En el siglo XV, Castilla, que incluía Galicia, Vizcaya, Álava y Guipúzcoa, tenía 4,5 millones de habitantes, y la Corona de Aragón, 850.000. En esas condiciones no resulta extraño que el castellano se extendiera y se mantuviera como lengua común y que prácticamente desde el siglo XVI la utilizaran el 80% de los peninsulares. Los flujos económicos, los movimientos de poblaciones, el transitar por los mismos caminos, han acabado por producir un entramado de
"identidades" que hace imposibles las tareas purificadoras. Todos somos mestizos de pura cepa. La investigación empírica fiable, la existente y la que hay en curso, confirma que el barro con el que estamos amasados los españoles -y la pista de los apellidos resulta muy elocuente- no presenta muchas variaciones. En realidad, cuando las cosas se miran y se miden en serio, Lugo y Huesca son las provincias con una identidad cultural más alejada de la media española, las de mayor "identidad propia". En esas condiciones, las invocaciones a la identidad de los pueblos, que poco se parecen a la identidad de los ciudadanos, sólo se pueden hacer a costa de socavar los derechos de los ciudadanos, de meterlos en vereda. A ellos y a unas poblaciones emigrantes que, bien por su cultura de origen, bien por su razonable disposición a desenvolverse en lenguas laboralmente francas, refuerzan día a día las sendas más transitadas.


Félix Ovejero Lucas es profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona.
EL PAÍS - Opinión - 28-02-2005

Algo está pasando en España

sábado, 8 de diciembre de 2007

¿Que pintan los nacionalistas en las Elecciones Generales?


Cachorros nacionalistas con el cerebro lavado o metafóricamente lobotomizados en escuelas, asociaciones, y centros educativos de Cataluña, a base de dogmas, consignas y adiestramiento sectario, entierran la constitución española.


¿Que pintan los nacionalistas en las Elecciones Generales?


A mi entender, la máxima que mejor ha definido históricamente la esencia del socialismo es la que dice: -"Proletarios del mundo uniros." Me explico.

El socialismo es en los fines perseguidos una doctrina de carácter totalitario. Las fronteras a su entender son ideológicas y sólo existen para ser derribadas; pues la supervivencia del movimiento así lo exigía. Por tanto, la entelequia socialista no puede admitir postulado separatista alguno. Analizando la historia pasada y a la realidad presente de los países que introdujeron doctrinas socialistas en su arquitectura de modelo estatal no se encuentran conductas en sus dirigentes que haga pensar lo contrario. Sólo en los regímenes democráticos modernos, prácticamente en Europa nada más, han podido coexistir conjuntamente portadores de ideologías de todo corte y confección; y, ello, por la necesaria existencia, para concurrir a los diferentes sufragios, de formaciones políticas, con proyectos concretos más o menos influenciados por doctrinas políticas históricas pero que deben su existencia a una determinada masa de votantes fieles en las urnas. Sólo aquí, en los regímenes democráticos, la esencia del juego democrático, que debe exigir a sus políticos ser demócratas por encima de ser afiliados, es donde se dan las circunstancias que permite la sustanciación de una nueva raza de políticos que muestran su verdadera forma de pensar, por lo general más personal que doctrinaria, sólo si se ven obligados; entonces, el Poder deja de ser un Medio para convertirse en un Fin en si mismo. Bajo este prisma el totalitarismo esencial a las prácticas socialistas se convierte en un estorbo a eliminar, dando paso a sacrílegas uniones. Aunque la suma de elementos socialistas, nacionalistas y radicales para compartir el Poder compartiendo los votos obtenidos por cada cual en las urnas, dejando de paso fuera de juego a los conservadores, sólo se ha dado en España y en dos ocasiones: durante la Segunda República y durante la actual Monarquía Parlamentaria.



Pero, y los Nacionalismos. Los movimientos nacionalistas son, por definición, separatistas, luchan por independizarse de un ente superior dominante por lo que su lucha, además de gozar de una cobertura doctrinal, diferente en cada caso, se basa principalmente en hacer todo el daño posible al enemigo dominante, para lo que no dudan en emplear la Violencia como rutinaria tarjeta de representación. El nacionalista que participa con su voto en elecciones centralistas es como el anarquista ateo recalcitrante que todos los domingos y fiestas de guardar gusta de ir a misa. ¿Tiene sentido esto? Por supuesto. Sólo que bajo el prisma nacionalista. La historia enseña que los movimientos nacionalistas, otrora también conocidos como "románticos", obedecían a los intereses de burgueses en busca de los privilegios que sustenta la clase dirigente del odiado Gobierno centralista, el afán de poder, con sus respectivas prebendas, condiciona credos ideológicos y, por ende, políticos. Lo primero que conoce el Nacionalismo, fuese cual fuese su naturaleza intrínseca, es la deuda que tiene su existencia con el Estado Central al que dice oponer. El Nacionalismo más que romántico es ante todo práctico. Persigue situaciones aparentemente independentistas, en la retórica, pero crematísticos en la práctica. Por experiencia histórica los nacionalistas conocen que el triunfo de los planteamientos retóricos independentistas, conllevaría la desaparición del movimiento nacionalista como tal. Con la independencia el nacionalismo se convierte en centralismo sin más, siendo consecuencia a sacar de la independencia que los privilegios ansiados dejan ya de ser y costeados por el anterior Estado Central corriendo los gastos a cuenta del tendrían que ser costeados por los nuevos estadistas. El nacionalista conoce que la mejor manera de medrar es, permitan la analogía mafiosa con el chantaje y la extorsión siempre presentes en la coexistencia diaria, que pretenden eterna pues lo contrario sería su suicidio, con el opresor Estado Central, aprovechando los resortes del Poder Central, en su provecho.

Un ejemplo gráfico de lo aquí expuesto que, a mi entender, explicaría la presencia de personajes que se erigen defensores de una izquierda socialista, que me parece históricamente por definir, y ocupan puestos de gobierno en alianzas con causas nacionalistas , lo constituye Sicilia y la historia de la Mafia. La Mafia siciliana, desde el principio de su existencia, hasta la década de los noventa del pasado siglo XX que se quito la careta, puso todo su poder de disuasión, en aras de la ambigüedad, en difundir una leyenda, confusa de contenido, en la que se resalta el hecho mafioso como rasgo característico de la personalidad profunda siciliana; es decir, la mafia no existía como la Honorable Sociedad, existía como forma de histórica de comportamiento de los sicilianos respondiendo a los invasores de turno. La Honorable Sociedad utilizo a su antojo en su provecho el sentimiento nacionalista siciliano como arma arrojadiza contra el Estado Italiano Central; dándose ocasiones principales la de después de la unificación italiana de Garibaldi, nacimiento de la actual Italia, y tras la ocupación de Sicilia por las tropas aliadas en la Segunda Guerra Mundial; en esta última ocasión, la pretensión siciliana por independizarse de Italia conllevaba el afán de ofrecerse a formar parte como un nuevo estado satélite de los Estados Unidos. Dejando aparte los folclóricos detalles anteriores, la Mafia siempre ha contado en principal afán conseguir el control completo del Estado Italiano y sus recursos; para lo que no duda en apoyar a todos los partidos políticos existentes, cristianos, conservadores, social demócratas, socialistas, comunistas, radicales y los mentados nacionalistas, infiltrando la corrupción en ellos hasta conseguir el dominio de sus resortes de poder para asegurar el reparto del "Pastel Público entre los amigos de los amigos."


Un amigo de L' Hospitalet

Los Ciudadanos y el Partido de la Ciudadanía también pedimos el derecho a decidir



Claro, clarinete, lo deja Antonio Robles en este video. Los ciudadanos y el Partido de la Ciudadanía también pedimos el derecho a decidir sobre todo lo que concierne a los catalanes. Casi todas las competencias del estado español están transferidas a la Generalitat, y disponen de nuestros impuestos a su antojo, más de 35.000 millones de euros. Queremos decidir, qué la televisión pública no se gaste 604 millones euros, qué deje de hacer soberanismo, queremos decidir en qué lengua han de estudiar nuestros hijos, cómo quiero rotular, que de los presupuestos, se hagan más metro o más líneas de cercanías, en vez de seudoembajadas o subvenciones lingüísticas e identitarias.

viernes, 7 de diciembre de 2007

La costra nacionalista del PSC
























El socialista Joan Ferran se ha bajado un tiempo del burro -- veremos lo que aguanta con los pies en el suelo -- y ha denunciado la «costra nacionalista» de los medios de comunicación públicos, lo que ha provocado la ira de ERC y del propio Jordi Pujol, que le tildó de «sectario». ERC y sus maleducados jovenzuelos han calificado a Joan Ferran de «doberman reaccionario» por decir lo que todo el mundo sabe, y ve.

Joan Ferran ha expresado una verdad como un templo, pero, ¿por qué dice esto ahora, siendo el PSC descaradamente nacionalista?. Antonio Robles, Diputado en el parlamento catalán por C’s lo explica detalladamente.


La costra nacionalista del PSC


La que ha liado Joan Ferran, diputado y portavoz adjunto del Partido Socialista de Cataluña. Se puede decir más alto, incluso más claro, pero viniendo de un socialista, lo que ha dicho ha bastado para producir un terremoto político. Ha acusado a los medios de comunicación públicos catalanes de estar al servicio de la "construcción de la patria nacionalista". Y dado que pide una TV3 y una Catalunya Radio "neutral, objetiva, plural, informativa y sin sesgo partidista" concluye que "hay que arrancar la costra nacionalista de las emisoras de la Generalitat". "A buenas horas, mangas verdes", podríamos reprocharle, pero como quien no se conforma es porque no quiere, prefiero recibir su tardía e interesada acometida contra el activismo nacionalista del periodismo orgánico con un "nunca es tarde si la dicha es buena".

La reacción de los amos de la masía ha sido inmediata. Todos los partidos, medios de comunicación públicos y el propio Colegio de Periodistas de Cataluña salieron raudos a criminalizar sus declaraciones. Artur Mas, de CiU, se mostró "literalmente escandalizado"; Joan Ridao, de ERC, las consideró "inaceptables, desleales, sectarias y antidemocráticas"; Jaime Bosch de ICV-EUiA, percibió los comentarios "desafortunados, equivocados e injustos"; el Conseller de Cultura, Manuel Tresserras, las juzgó "desafortunadas" e "injustas"; y, mientras el Colegio de Periodistas de Cataluña da su apoyo a los periodistas de TV3 y Catalunya Radio, estos han arremetido contra las críticas de sectarismo en los medios públicos que dirigen con el temor de que se esté preparando una "caza de brujas" contra ellos. Vamos, lo de siempre: quienes a diario persiguen a quienes no comulguen con sus delirios nacionalistas hablen o no catalán –y si son castellanohalbantes, además los echan de los medios que pagamos todos– arremeten contra el mensajero con absoluta buena conciencia y el victimismo de siempre.

Tienen razones para ponerse a la defensiva: han construido unas plantillas de periodistas cuya máxima virtud profesional es ser activistas de la construcción nacional. Su lenguaje está diseñado para que desaparezca la palabra España y Cataluña se confunda con una nación oprimida por el nacionalismo castellano. Imponen sus técnicas de vaciado informativo de personas, ideas, organizaciones y acciones que no encajen en la realidad virtual no sólo en los medios sino también en escuelas a través de periódicos subvencionados por la Generalitat. Repiten lugares comunes donde el periodista disidente calla y obedece. Exaltan lo mínimo, si lo mínimo encaja en Matrix. Son la correa de transmisión natural entre la política nacionalista y las direcciones de los informativos. Todo esto hace que el trabajo periodístico parezca más un plan de desafección contra España que una empresa de información, de modo que más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña nos sentimos excluidos y agredidos por él. Les recomiendo vivamente la entrevista, no porque diga cosas que no hayamos denunciado antes, sino porque lo dice un diputado del partido que gobierna Cataluña.

Pero no se hagan ilusiones, que la crítica tiene truco. Las razones por las que el socialista Joan Ferran ha saltado por peteneras no son las mismas por las que el PPC y Ciudadanos las apoyan. Dos causas inmediatas tienen la culpa: la elección de los doce miembros del Consejo de Gobierno de la recién aprobada ley de la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales (CCMA) y la proximidad de las elecciones generales.

Para los socialistas, el futuro será peor que el presente, pues el reparto político de ese Consejo de Gobierno de la CCMA les dejará en franca minoría respecto a los nacionalistas. No olviden que a CiU le corresponde al menos un miembro más que al PSC, pero si además sumamos los que le corresponden a ERC, la mayoría nacionalista dentro del Consejo de Gobierno está asegurada. Ya sé que dichos cargos deberían ser neutrales. Sí, ya lo sé. Esa milonga me la repitieron muchas veces en la ponencia de la ley cuando todavía era un proyecto. Incluso les llegué a proponer que hubiera 23 miembros para que matemáticamente Ciudadanos pudiera estar representado, pero siempre me contestaban muy afectados: "No, no, el consejo ha de estar compuesto por profesionales independientes y neutrales". Ya ven, llevan días peleándose para ver quién coloca a más de los suyos.

Por otra parte, las elecciones de marzo están a la vuelta de la esquina y, mal que bien, el actual presidente de la Corporación Catalana de Radio Televisón que será sustituido por la CCMA es Joan Majó, socialista. Si logran retrasar la designación hasta después del 4 de marzo, eso es lo que ganan. Por otra parte, marcan el territorio para que ninguno de los gurús nacionalistas señalados indirectamente en la entrevista pueda presidir el Consejo de Gobierno.

Hay una tercer causa menos concreta, pero cierta. Ante las elecciones, han de sacar la virgen para que haga llover votos. En este caso la virgen se llama criticar a los nacionalistas para disimular que ellos también lo son. Vamos, como hacen cada vez que vienen unas elecciones; de pronto, empiezan a hablar en castellano para dejar de hacerlo al día siguiente de la votación. O sacan a pasear al PSOE en las elecciones generales para atraer el voto obrero y español de la inmigración, pero inmediatamente después de las elecciones reniegan de él y lo sustituyen por la exaltación de la C de Catalunya en las siglas del PSC. Curiosa contradicción, un partido socialista que oculta su condición de obrero para exaltar su condición catalanista. ¿Quién ha de quitarse una costra nacionalista, señor Ferran?

Hasta aquí, las guerras entre los herederos de la masía, o sea, entre los miembros del PUC: Partido Único Catalanista (CiU, ERC, PSC y ICV-EUiA), o sea, entre el 35 % de la población de Cataluña que vota elección tras elección y ocupa la casi totalidad del Parlament. Pero quizás lo peor de esta historia de herederos en guerra sea la impostura socialista al denunciar hoy lo que han estado ayudando a fabricar ellos durante las últimas dos décadas.

Son ellos, los socialistas y el resto de la izquierda, los que impusieron la inmersión y el monolingüismo en la escuela en los primeros ochenta cuando CiU se conformaba con la doble red escolar. Son ellos, los socialistas, los que en esta legislatura quieren redoblar esa inmersión lingüística para hacer desaparecer el castellano hasta en los patios de recreo. Son ellos quienes han presidido la Corporación Catalana de Radio Televisión los últimos cuatro años, los peores desde un punto de vista de construcción nacional desde que se inauguró TV3 y Catalunya Radio. Son ellos los que han permitido que se emitan reportajes tendenciosos sobre Terra Lliure, los que han permitido que cada mañana en Catalunya Radio se den arengas nacionalistas, los que filtran las intervenciones de los oyentes en función de si son nacionalistas o no, o si hablan castellano o no. Son ellos los que siguen permitiendo que el mapa del tiempo oculte el que hace en el resto de España y, de paso, se borren sus perfiles. Son ellos los que podrían impedir que cada día haya tertulias donde el 90 o el 100% de los participantes sean soberanistas. Son ellos los primeros en imponer multas por la utilización del castellano en establecimientos comerciales. Son ellos, los socialistas, los que gobiernan en coalición con independentistas que utilizan presupuestos millonarios para subvencionar series de televisión con Portugal que exalten el independentismo catalán, inventarse embajadas camufladas en el extranjero o subvencionar el odio a España a través de cientos de organizaciones nacionalistas. Ha sido, finalmente, el propio presidente de la Generalitat, el señor Montilla, quien ha ido a Madrid a difundir el cuento ese de la desafección de los Catalanes a España.

Han sido y son los socialistas catalanes quienes por acción y, sobre todo, por omisión, han dejado que el nacionalismo se haya adueñado del discurso de nuestros maestros, de nuestros jóvenes y de nuestros medios de comunicación. Esa actitud de colaboración y dejación les ha empezado a pasar factura: mientras el nacionalismo ha ido agrandando su espacio, ellos, los socialistas han ido reduciendo el suyo y el de todos los que no son nacionalistas. Ahora, si quieren seguir pintando algo entre los herederos de la masía, han de jugar en espacio nacionalista con el lenguaje nacionalista. Ningún inconveniente para quien lo es, pero un suicidio histórico para quienes no. Ya no hay otro espacio, el resto es vacío o abismo; es aquí donde nos han obligado a jugar a Ciudadanos y a populares. Y el futuro será peor si no siguen la estela marcada por su diputado Joan Ferran. Lo he escrito cuarenta veces, y un día de estos será ya demasiado tarde.

Ciertamente, hay que arrancar la costra nacionalista de TV3 y Catalunya Radio, pero antes han de empezar ellos, los socialistas, a quitarse la suya, que es la peor por ser de camuflaje.

07 diciembre 2007, Libertad digital, Antonio Robles

lunes, 3 de diciembre de 2007

Trampa y bochorno


03 diciembre 2007, El Pais


Editorial

La exaltación independentista en la protesta de Barcelona es un fraude político a los asistentes

Unas 125.000 personas saltaron el sábado a la calle, a una manifestación convocada en protesta por el caos ferroviario que sufre el área metropolitana de Barcelona. Pero a muchos de los asistentes de buena fe y hartos de ese colapso, les dieron gato por liebre: la manifestación se olvidó de los trenes para transmutarse en una exaltación del independentismo. Los propios organizadores, a quienes el déficit y estropicios de las infraestructuras parecen importarles una higa, han admitido la trampa, al asegurar que su verdadero objetivo es un referéndum secesionista. Salvo Iniciativa, que se mantuvo fiel al lema convocante, CiU y ERC se aprestaron a manipular a sus seguidores, al unirse al trucado sesgo de la marcha.
Resultó especialmente patético observar al ex presidente Jordi Pujol marchar delante de una cuatribarrada con la estrella secesionista, y comparar esa imagen con su trayectoria de décadas. Ya dijo su antecesor, Josep Tarradellas, que en la vida uno se lo puede permitir todo, salvo el ridículo.
El oportunismo de los dirigentes de estos partidos se dobló de insensibilidad. Ni siquiera se les ocurrió incorporar a su evento la menor condena ni referencia a la tragedia de ese día, el asesinato cometido en Francia por ETA. Prefirieron ensimismarse en banderas románticas, cánticos exaltados y gritos de halago, que penetrar en la dura realidad. Además, los socios de Gobierno del PSC volvieron a mostrar su inmadurez, al colocarse a la vez en misa y repicando. O se está en el balcón, o en la calle. Resulta chirriante que seis consejeros del Ejecutivo se dedicaran a hacer populismo en vez de a trabajar en sus despachos, como si Cataluña no tuviera otros desafíos que divertirse en juegos artificiales de ocasión, aparentemente gratuitos.
Pero lo más bochornoso fue la actitud de CiU. Todo el mundo sabe que el balance de su dedicación a las infraestructuras durante los 23 años de su Gobierno se aproxima a la nada: en los años en que la autonomía madrileña de Alberto Ruiz-Gallardón construyó 101 kilómetros de metro, Pujol contabilizó 10, algo que perjudica al transporte de miles de pasajeros y que contribuye a la saturación de las Cercanías de Renfe, la coartada de la convocatoria. En vez de protestar contra sí mismos, Pujol, Mas y sus colaboradores optaron por envolver esas vergüenzas en un ondear de banderas y en la retórica de la doble lectura del "derecho a decidir". Mejor que hubieran decidido construir metros cuando no sólo era su derecho, sino su obligación. Desde que salieron del poder, los políticos convergentes juegan con fuego: esparcen con una mano radicalismo soberanista, y tratan de disimularlo con su trayectoria histórica moderada. No es seguro que muchos de sus seguidores se avengan a quemar en ese fuego las yemas de sus dedos cuando los usen para introducir con ellos su papeleta en las urnas, en la próxima convocatoria.

PATENTE DE CORSO. Patriotas de cercanías


Hay una clase de cartas, entre las que me escriben los lunes, cuya virulencia supera, incluso, las de las feministas galopantes de género y génera y las de las pavas con indigencia intelectual, incapaces unas y otras de entender nada que no responda al canon obvio de ese mundo virtual que se han montado y que tanto aplauden, para evitarse problemas, ciertos tontos del haba. Yo tengo un par de ventajas. Por una parte, ese canon artificial me importa un carajo. Por la otra, hace cuatro o cinco años escribí una novela sobre mujeres, machismo y algunas cosas más, y a su contenido –corrido de los Tigres del Norte adjunto– me remito cuando vienen diciendo que les toco la bisectriz.

En cualquier caso, como digo, ese correo femenil descompuesto de humor, inteligencia y maneras no es lo que más chisporrotea. Lo más plus de lo plus llega cada vez que me introduzco, saltarín, en los jardines nacionalistas. Ahí de verdad que sí. Ahí es donde paletos espumajeantes y tontos de campanario –no siempre son sinónimos, aunque a menudo lo parezcan– sacan lo mejor de sí mismos, y de sus argumentos, para ciscarse en mis muertos. En mis muertos españoles, naturalmente. Eso me pone en situación delicada, pues como saben quienes me leen desde hace tiempo, mi concepto de España y de los españoles, desde Indíbil y Mandonio hasta ayer por la tarde, no puede ser más incómodo y descorazonador. No sé cuántas veces habré escrito en esta página, en los últimos doce o trece años, país de mierda o país de hijos de la gran puta; conceptos estos que, por cierto, también generan su propio correo específico, esta vez del sector Montañas Nevadas. Pero mis astutos corresponsales patriachiqueros no se dejan engañar, porque son muy listos, e incluso bajo tales exabruptos detectan un españolismo de fuego de campamento, brazo en alto y en el cielo las estrellas, de ese que tanto les gusta practicar a ellos en versión propia, o que tanto necesitan en otros para justificar su trinque, su mala fe o su imbecilidad.

Esta clase de cartas llegan, indefectiblemente, cada vez que menciono asuntos históricos, a los que tengo cierta afición. Y no deja de tener su gracia. Uno puede desayunarse cada mañana viendo en los periódicos y la tele cómo gudaris y otros paladines catalaúnicos, celtas, euskaldunes, andalusíes o de donde sean, incluso cretinos bocazas peinados de través como el coqueto y casposo Iñaki Anasagasti, meten el dedo, removiéndolo, en cuanto ojo encuentran a mano, con tal de joder un poquito más, o se limpian las babas con cualquier bandera que no sea la de su parcelita. Pero que a los demás no se nos ocurra, por Dios, hablar de Historia, ni de España, ni de nada, ni siquiera en términos generales, que no coincida exactamente con lo expuesto en el escaparate de su negocio. Hasta ahí podíamos llegar. Algunos, incluso, son inteligentes. O lo parecen. Ésos, más allá del rebote elemental, suelen descolgarse con una contundencia, una seriedad pseudocientífica y unos aires de autoridad tales que hasta al cartero de XLSemanal, que es un pedazo de pan, lo hacen picar de vez en cuando. Son capaces de desmentir, sin empacho, cuanto se ponga por delante. Veinticinco siglos de memoria documentada, bibliotecas, viejas piedras y paisajes no tienen la menor importancia frente a la historia local reescrita por mercenarios de pesebre, que es la única que les importa. Mal acostumbrados por gobernantes expertos en succionar entrepiernas a cambio de votos –desde el amigo Ansar al pacífico Sapatero–, a los patriotas de cercanías les sienta fatal que alguien les lleve la contraria a estas alturas del desmadre, cuando gracias a la cobardía, la incultura y la estupidez de la infame clase política española todo parece estar, por fin, al alcance de su mano. Quisieran esos pseudohistoriadores de tebeo que, cada vez que llega una de sus cartas refutando con argumentos de hace tres días lo que gente docta e inteligente tardó siglos en acumular, probar y fijar, yo me levante de la mesa, vaya a mi biblioteca, y ante los veinte mil libros que hay en ella, ante las catedrales, los castillos, los acueductos romanos, las iglesias visigodas y los museos, ante los documentos históricos conservados en los archivos de toda España y de medio mundo, diga: «Mentís como bellacos. Acaba de poneros patas arriba mi primo Astérix con dos recortes de periódico, cuatro cañonazos de Felipe V y las obras completas de Sabino Arana».

Encima, oigan, algunos amenazan con no leerme nunca más, o juran que no volverán a hacerlo en el futuro. Para castigarme por españolista, por facha y por cabrón. Y qué quieren que les diga. Que sin lectores así puedo pasarme perfectamente. Que vayan y lean a su puta madre.

ARTURO PÉREZ-REVERTE XLSemanal 14 de octubre de 2007

domingo, 2 de diciembre de 2007

¡Yo no me siento español!"

















Desde luego que también hay independentistas inteligentes, como también hay (¡y cómo abundan!) los españolistas idiotas. Pero les aseguro que la persona con la que estuve discutiendo anoche era tan independentista como idiota, y viceversa. En un momento dado, sacó el lloriqueante argumento sentimental: "¡Yo no me siento español!". Y entonces le tuve que responder esto: "¡Tampoco te *sientes* idiota y está claro que lo eres!".

viernes, 30 de noviembre de 2007

Balanzas fiscales y nacionalismo carca


Con los dineros del Estado, los nacionalistas cometen cuatro falacias. La primera es la más conocida, la de afirmar eso de que "España nos roba". La eterna cantinela catalanista. Esta matraca la hemos tenido que soportar durante años. Se suponía que Cataluña sólo aportaba al Estado y éste le devolvía una miseria. Mientras tanto, Madrid y el resto de España vivían a costa de los catalanes. Aunque parezca grosero, así se transmite y así se ha instalado en el inconsciente colectivo de millones de personas en Cataluña.

Tragado el sapo, ahora se disponen a explotarlo metabolizado en el dret a decidir (o sea, "derecho a decidir"). Este lema, inventado por los vascos para reivindicar la autodeterminación, ha sido adaptado por los catalanistas más independentistas con la chulería de quienes no necesitan dar razones ni cuentas a la ley. Pero con una sutil diferencia; mientras los vascos van de frente y exigen todo por el mero hecho de ser vascos, los nacionalistas catalanes lo empiezan a utilizar como señuelo para camelar el descontento social por las infraestructuras y montar manifestaciones con el "derecho a decidir". Ese será el lema de la del sábado en Barcelona. Y allí estarán todos los nacionalistas, más todos los que se crean que asistiendo a la manifestación estarán pidiendo decidir sobre las infraestructuras.

Es un error doble: el de confundir cualquier descontento provocado por una mala gestión con la forma del Estado (¿habremos de pedir la devolución de la seguridad al Estado porque la Generalitat la esté gestionando mal?) y el caer en la misma trampa de la transición. Y es que entonces, aprovechándose del rechazo generalizado al franquismo, el catalanismo abanderó las reivindicaciones nacionales como si fueran la antítesis democrática al régimen y, en una década, convirtieron las organizaciones políticas y sindicales en lacayos de una de las ideas más rancias del siglo XIX: el nacionalismo. En Cataluña no conocemos otro gobierno desde entonces.

Pues bien, con la publicación de las balanzas fiscales realizado por el BBVA, la falacia se desvanece: Madrid paga el doble que Cataluña; o sea, cada madrileño aporta 3.247 € a la caja común del Estado, frente a los 1.489 € que paga cada catalán, datos que corresponden al quinquenio económico 2001-2005.

La segunda falacia es el empeño de los nacionalistas en dar carácter de sujeto jurídico a lo que sólo es una realidad de geografía física (las regiones) o política (las comunidades autónomas) en cuestiones fiscales. Quienes pagan los impuestos son las personas físicas, y todas pagan exactamente lo mismo en cualquier lugar de España, dependiendo de su renta personal. Así, un catalán que gane 50.000 euros al año pagará exactamente igual que un madrileño, un gallego o un murciano que gane esa misma cantidad. No es, por tanto, su comunidad quien paga sus impuestos, sino cada uno de ellos, y por eso pagarán más las comunidades que tengan un mayor número de ciudadanos con rentas elevadas y afincadas muchas y grandes empresas. Es el caso de Madrid, Cataluña, Baleares y la Comunidad Valenciana, que son contribuyentes netas a la solidaridad interterritorial.

Hay en esta confusión un enorme error: España es una nación de ciudadanos concretos, libres, con iguales derechos y deberes; no un conjunto de comunidades cuyo imaginario sujeto jurídico suplanta esos derechos individuales.

La tercera falacia es que para definir la contribución de las comunidades al Estado para que éste distribuya dicha renta en función de las necesidades de cada una de ellas se ha impuesto el concepto de solidaridad. De ahí nacen todos los agravios. No es solidaridad, es justicia distributiva. No se trata de que unos se apiaden de otros, sino de que el Estado por el poder que le confieren las leyes distribuya esa riqueza recaudada de forma equitativa entre todos los españoles. De la misma manera que una empresa o un ciudadano individual no puede disponer ser solidario con el dinero que ha de aportar a Hacienda porque es una obligación legal hacerlo, no lo son las comunidades que, además, no aportan nada.

Si permitimos que se llame solidaridad a lo que es una obligación legal, se podrá llegar a exigir, como pasa ahora, por parte de las comunidades más ricas, que esa solidaridad sea ésta o la otra. Si hablamos de justicia distributiva, serán los responsables políticos de cada momento y las reglas legales que nos hemos otorgado entre todos los que decidan donde y en qué cantidad deben ir los dineros de todos.

Pero la cuarta falacia es la peor. Si la propaganda nacionalista hubiera tenido razón, es decir, si las balanzas fiscales concluyeran que era Cataluña la que más pagaba, no cambiaría nada. Porque de la misma manera que un rico paga más que un pobre y eso no le da derecho a exigir al Estado que sus calles estén mejor asfaltadas, las regiones económicas que más producen han de pagar, pero no por eso pueden exigir gestionar el montante total de lo que pagan. Porque si así fuera, todos los ricos querrían gestionar sus impuestos, es decir, ninguno pagaría nada, porque la gestión de lo que pagasen repercutiría de nuevo sólo en ellos. ¿Quién pagaría entonces la seguridad social de todos, el colegio público, los transportes, las carreteras, las fuerzas armadas etc.? Simplemente no habría Estado.

Si se fijan, ni las políticas más conservadoras de la derecha más rancia se atreverían hoy a defender ese egoísmo fiscal. Y sin embargo, hoy, en España, el Partido Socialista de Cataluña, ERC, CiU e ICV, defienden esa política fiscal: quieren gestionar "sus" impuestos. Quieren tener "derecho a decidir" sobre todas las rentas que son de todos los ciudadanos españoles. Lo que nadie se atrevería a exigir como persona individual, lo exigen como nación. Nunca un argumento había definido tan nítidamente lo que es un comportamiento ideológico carca.

A propósito, un día u otro habrán de desaparecer esas antiguallas medievales llamados Fueros. Con perdón.


Antonio Robles 30/11/2007

sábado, 24 de noviembre de 2007

Hasta la bandera

No le perdono a la derecha que se haya adueñado de la idea de España, ni a la izquierda que se lo haya permitido.

Arturo Pérez-Reverte

Ante tanta guerra de banderas, una no puede dejar de preguntarse cuánto tiene realmente de artificial el debate --por más que Zapatero diga que lo es-- y cuánto hay de verdades de fondo en lo que dicen unos y otros. Y de verdades a medias, claro. Y de mentiras descaradas.
Para alguien a quien las banderas no le importan demasiado, este tema parece sacado de quicio y de entrada habría que darles la razón a quienes dicen que todo esto es un invento del PP para arremeter contra el gobierno. Una excusa más. Pero ocurre que la reflexión pausada y sin prejuicios lleva a la mente por otros derroteros.

Dejando aparte la afición de cada cual a las banderas, agradecería que alguien me explicase por qué el gobierno de todos los españoles se resigna a dejar que no se cumplan las leyes (me refiero, claro está, a aquella maravillosa intervención de Bermejo) que exigen que la bandera nacional ondee con el resto en todos los ayuntamientos. Se pregunta una también por qué no se ven nunca banderas españolas en manifestaciones izquierdosas, mientras que es de lo más frecuente verlas de la Cuba dictatorial, de la ya extinta URSS --también muy democrática, como todos sabemos-- o de aquel régimen que se implantó en el solar patrio y que, buenas voluntades aparte, tuvo el dudoso buen gusto de ser patrimonializado por los primeros que en él ocuparon el poder --de algunos de los cuales, por cierto, también cabría dudar en lo que respectaba a su talante democrático--. Si es tan habitual que se porten todas estas enseñas en actos reivindicativos, determinada izquierda tendrá que dejar de alegar que es que no le gusta todo lo que implican las banderas. Habrá que pensar que lo que no le gusta es lo que implica la bandera española.

Y entonces volvemos a lo de siempre. El argumento peregrino de que es que "esa es la bandera de Franco" descalifica de entrada a quien lo usa, porque semejante incapacidad de abstracción --sí, son los mismos colores: ¿y qué?-- ante lo que no es más que un trozo de tela no dice demasiado en favor de nadie. Connotaciones sentimentales aparte --que las hay y son todo lo legítimas que es cualquier sentimiento, pero que no deberían estar en la base de actitudes políticas--, lo cierto es que la bandera constitucional representa al país y al conjunto de sus ciudadanos. Que optemos por no llevarla me parece muy respetable: de hecho, a mí difícilmente se me verá con una, porque no soy de las que andan reivindicando lo obvio. Salvo que un día me canse, claro. O que un día lo obvio deje de parecer tan obvio, como parece que ocurre en determinados círculos. Porque igual de respetable debería ser la opción de portar la bandera nacional; desde luego, lo que no se entiende es que en sí misma la enseña constituya un síntoma de ultraderechismo o de quién sabe qué terribles dolencias psíquicas, siempre según la misma gente que opina que son maravillosas algunas de las otras telas de colores ya mencionadas, a las que cabría sumar las ya cansinas senyera e ikurrina. (Nótese que mantengo la grafía de los idiomas respectivos, no vaya a ser que me acusen de fascista intransigente.)

La derecha se ha adueñado de la bandera, se dice. No deja de ser cierto, como lo es que Rajoy y sus compañeros de partido están aprovechando el tema para tener un reproche más que hacerle al gobierno. Pero he dicho que están aprovechando el tema, no que lo estén creando. Porque si es cierto lo anterior, no lo es menos que cierta izquierda parece tenerle alergia a la palabra España y a sus símbolos constitucionales, y que a juzgar no ya por la existencia o no de grandes gestos patrióticos (que son lo de menos), sino directamente por algunas de sus políticas concretas, el Partido Socialista Obrero Español quizá sea de todo menos Español (también es de risa aquello de que es Socialista y Obrero, pero bueno). O que al menos esto cabe opinar de quienes ahora mismo lo representan (sí, dicho sea de paso: creo que hay otro PSOE; lo que no sé es dónde está escondido). ¿Hasta qué punto es lícito quejarse de que la derecha ha patrimonializado los símbolos nacionales, si la izquierda los ha despreciado?

Lo malo es que la cosa no se queda en los símbolos. Los símbolos, al fin y al cabo, son lo de menos. Y conste --tal como andan las cosas, hay que dejar estas cosas claras-- que cuando hablo de España no me refiero a ese ente trascendental que una gran parte de la derecha identifica con el nombre (como una gran parte de la izquierda identifica otras banderas con otras nociones trascendentales: no tiene más sentido una cosa que la otra, ni es menos dañina). Cuando hablo de España me refiero a la nación de ciudadanos. Aquel invento de la Revolución Francesa. Aquello que en un pasado ni siquiera tan lejano era tan de izquierdas.

Qué tiempos aquellos.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

“Derechos y privilegios”


La mayoría de la izquierda reconvertida ahora en nacionalista, incluso la que aún se declara internacionalista, utiliza un último recurso dialéctico en la discusión sobre la cuestión nacional, que se manifiesta como una doble pregunta dirigida al inter-locutor: ¿Es que se niega el derecho de autodeter-minación? ¿No es más democrático que el pueblo se exprese libremente en un referéndum, tanto quienes se consideran nación o quienes no, lo mismo si quieren separarse de España o prefieren quedarse dentro?

Empecemos por la segunda pregunta. Al reclamar un referéndum en una parte del territorio nacional español, y sólo en ella, están en realidad reclamando un privilegio. ¿Por qué habrían de votar sólo ellos, y no el resto de los españoles? Es evidente que el resultado de cualquier decisión tomada en un referéndum así, tanto si fuera vinculante como si no, afectaría a todos los españoles. Eso lo reconocen, pero arguyen que dicha afectación es algo aproximadamente equivalente a que se vean afectados el resto de los europeos: algo de importancia mayor o menor, según se considere, pero nunca equiparable con el presunto derecho de su pueblo digamos, catalán o vasco a expresar su identidad por medio de un autogobierno pleno.

Veamos. Ellos son españoles de momento, y lo que reclaman es un referéndum que debería organizar el Estado español al que no reconocen como su Estado o sólo reconocen provisionalmente de acuerdo con leyes de ese Estado al que todavía pertenecen y a cuya aprobación contribuyen normalmente. ¿Por qué no debe atender el Estado español a todos los ciudadanos de la nación española que le sirve de base? Hay que recordar que la clase capitalista española ha sido siempre, fundamentalmente, burguesía vasca y catalana, a la que se han ido uniendo con el tiempo la de otros lugares como Madrid. Esa burguesía ha participado siempre, de forma sobresaliente, en la estructura y la política del Estado español, al que han pertenecido activamente a lo largo de cuantos regímenes se han sucedido desde Fernando VII, incluido el franquista.

Es curioso que estos nacionalistas periféricos, «internacionalistas» incluidos, repitan una y otra vez que el régimen de Franco acabó con, o mermó, sus libertades políticas, lingüísticas y culturales. Quiero decir: que lo repitan como si fuera eso lo único o más importante que hizo el régimen franquista, o como si los políticos catalanes de entonces hubieran sido menos franquistas que el resto de los franquistas. Durante el régimen de Franco, fueron las clases populares de toda España las que sufrieron al Estado, además de al capital, pero la población del País Vasco y de Cataluña siguió gozando de un ritmo de crecimiento de su nivel de vida superior al de las demás regiones. Por supuesto, el fenómeno se explica por el mayor ritmo de acumulación de capital en las regiones de origen de una burguesía española predominantemente vasca y catalana, que invertía e invierte donde se ha tejido históricamente la mayoría del aparato industrial español.

Aun reconociéndolo, estos nacionalistas replican que la población de sus regiones no se compone sólo de capitalistas, sino de ciudadanos de todas las clases sociales e ideologías. Y que todos ellos tienen derecho a expresar libremente su opinión y, en su caso, a separarse del resto de España, con igual título que, en un matrimonio, el de la parte que no quiere seguir ligada a la otra por medio del vínculo matrimonial. Argumentan que si el Estado español no reconoce a su «pueblo» el «derecho» al referéndum, ese pueblo tendrá que materializar su voluntad mediante «hechos», no sólo con declaraciones y buenas formas políticas.

Agregan que ni el País Vasco ni Cataluña se reducen a una parte del territorio español, sino que se extienden, más allá de nuestras fronteras, hacia Francia y quizás otras regiones españolas como Navarra o los «países catalanes». Pero si esto es así, estos «pueblos» sólo podrían expresar libremente su opinión cuando toda su población pudiera votar simultáneamente, es decir, cuando, junto al Estado español, también el francés estuviera de acuerdo en montar un referéndum así (junto a los parlamentos, quizás, de esas regiones españolas a las que desean implicar).

Este tipo de estrategias parece olvidar que también Hitler acaparó en su momento la libre opinión mayoritaria del electorado alemán, y por eso no les inquieta que la voluntad fáctica que propugnan pueda superar los límites de la razón política. Lo que ya ocurre en el País Vasco tiene todos los visos de reproducirse tarde o temprano en Cataluña. No negaremos nosotros que los Estados burgueses no son realmente democráticos, pero ¿acaso el nuevo Estado que propugnan va a dejar de ser burgués? ¿No van a tener una constitución burguesa como la española y las europeas? Si reclaman sus derechos y voluntades como principio superior a las libertades constitucionales burguesas, eso equivale a defender el empleo de poderes fácticos, en buena tradición revolucionaria, allende los poderes legales, con tal de llevar a cabo el deseo «popular», cueste lo que cueste.

¿Pero de qué pueblo hablamos: de la clase o de la nación? Aquí reside el núcleo del problema y se decide el contenido de las dos posturas en litigio. Según los internacionalistas de siempre, siguiendo un análisis de clase inspirado en los intereses obreros, el recurso al poder fáctico contra los poderes fácticos del capital, que puede llegar incluso a la guerra civil de clase contra clase, sólo debe aplicarse cuando hay probabilidades serias de avanzar en la lucha por el socialismo. Para ello cuentan con la participación activa de la clase obrera consciente, la única con interés genuino en esa transformación social. En cambio, los «internacionalistas nacionalistas» creen preferible aliarse a otras clases, incluidos los sectores burgueses, en su reivindicación interclasista y socialmente neutra de un autogobierno nacional.

¿Realmente merece la pena que la izquierda dé la batalla en ese frente, hasta el punto de asumir una potencial guerra civil que a la larga dejaría las cosas como están, o peor? Porque si consiguen el derecho y/o el poder para convocar ese referéndum aunque si lo consiguen por la fuerza, no les haría falta ya ese recurso, nunca lo podrán negar legítimamente a cualquier territorio interior a sus fronteras que reclame, con apoyo de gran parte de su población, los mismos «derechos» que ellos pusieron antes en práctica. Así veríamos que Álava, el Valle de Arán o Navarra querrían un referéndum para separarse de los nuevos Estados vasco y catalán. A su vez, si Navarra se independizara del País Vasco, el territorio euskaldún del oeste navarro podría querer separarse del nuevo Estado navarro… Todo ello desembocaría en una huida hacia delante sin fin, que no tendría otra consecuencia que la fragmentación de los actuales Estados hasta volver al maravilloso mapa medieval de los reinos de taifa.

Además, ¿qué clase de internacionalismo sería ese que no se preocupa más que de su propia nación, y deja de lado lo que piensan sus actuales connacionales o el resto de los Estados del mundo? Si se les pregunta si también las regiones que componen sus respectivas naciones y Estados tienen derecho a separarse de Francia, Alemania o los Estados Unidos, responden que eso nada les importa.

Ellos, al parecer, son como los liberales y piensan que la mejor manera de contribuir al interés general es perseguir egoístamente el interés particular. Lo que ocurra a otros, a ellos les importa un bledo si consiguen su ansiada identidad nacional en lo espiritual y lo fáctico. Juzguen ustedes, en consecuencia, qué tipo de internacionalismo es más auténtico.

Pero aún no hemos respondido a la segunda pregunta: ¿Qué ocurre con el derecho de autodeterminación que reclamaron los internacionalistas históricos, desde Marx, Engels y Bakunin a Lenin? Pasa sencillamente que, con tal de hacer pasar por derechos lo que son puros privilegios, estos nacionalistas están dispuestos a tergiversar, no sólo la historia material sino también la intelectual, todo cuanto haga falta. Y es que Marx, Engels o Rosa Luxemburgo nunca defendieron el derecho a la autodeterminación de los pueblos y regiones sin Estado, sino el de las colonias sometidas al sojuzgamiento imperial. Cuando Lenin reclamaba el derecho de autodeterminación de los pueblos rusos, estaba pidiendo terminar con las colonias del imperio ruso (en este caso situadas geográficamente junto al territorio metropolitano) y con la situación discriminatoria de sus poblaciones en relación con la metrópoli.

Pero en el caso español, la mayoría de sus colonias había conseguido la autodeterminación en la primera mitad del siglo XIX, mientras que Cuba, Puerto Rico y Filipinas la consiguieron en 1898, y las colonias africanas, excepto Ceuta y Melilla, a lo largo del siglo XX. Lo que los clásicos del marxismo reclamaban, en el caso español se logró hace mucho tiempo. Pero lo que reclaman ahora los nacionalistas periféricos españoles no tiene nada que ver con lo que reclamaba el marxismo, por mucho que a los intereses de la burguesía y la pequeña burguesía nacionalistas se hayan sumado ahora los partidos políticos de izquierda que alguna vez fueron marxistas.

Diego Guerrero - 4 de octubre de 2005

Profesor de Economía Aplicada Universidad Complutense de Madrid

sábado, 17 de noviembre de 2007

Jornada de Conferencias


Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía ha organizado una Jornada de Conferencias y debates que bajo el título de “sociedad.es” se celebrará en Madrid el día 24 de Noviembre en el auditorio del INEF de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte en la Universidad Politécnica de Madrid.

La razón no es otra que la de abrir una vía de reflexión y debate sobre los modelos de Estado.

¿Cuál es el modelo de sociedad que garantizaría la mejor relación de igualdad, libertad y solidaridad entre sus integrantes? Tras la caída del Muro de Berlín ¿ya está dicho todo sobre el tema? ¿Cabe todavía la posibilidad de generar un nuevo modelo democrático de sociedad que supere el esquema estereotipado izquierda/derecha
comunitarismo/individualismo, que asuma la pluralidad y la diferencia sin mermar la igualdad de oportunidades, la libertad individual y la justicia social? ¿Es anacrónico el actual modelo de representación parlamentaria? ¿Es ya posible la participación activa y directa del ciudadano en la toma de decisiones políticas? ¿En qué medida?

“Estado de las Autonomías”, ¿es éste el comienzo de la fragmentación del Estado?

¿Favorece el actual modelo el reparto igualitario y solidario de los recursos del Estado o pone en peligro su capacidad para regular y prevenir posibles abusos y disfunciones?

¿Vamos a resignarnos a seguir pasivos frente al poder político? ¿Cómo incentivar la responsabilidad del ciudadano sobre los asuntos públicos?

¿Es el actual modelo educativo el que mejor prepara y estimula al alumnado para desarrollar todas sus potencialidades ¿o es un modelo anacrónico y al servicio exclusivo del adoctrinamiento?

Con la participación de todos, existe la posibilidad real de un cambio que nos devuelva la ilusión por la vida colectiva y de que nos haga sentir lo que ya somos: ciudadanos libres.

jueves, 15 de noviembre de 2007

El constante expolio al que se nos somete a los catalanes

Jordi Pujol -accionista de la patria catalana- un determinado día señaló a "Madrid" y montó un negocio: el oasis catalán. Vivió de esas rentas algo más de dos décadas y, ahora, sus herederos siguen vigilando que el dedo apunte a su sitio, no fuera a ser que se descubriese el engaño. Los nacionalistas catalanistas suelen decir que los catalanes estamos sometidos a un expolio fiscal constante y, limitándonos a esas palabras, podríamos decir que es cierto. Lo que ocurre es que mienten al señalar a los ladrones: son ellos mismos.

Y es que podemos encontrar ejemplos del expolio en la subvención de 1.119.000 euros en 2006 a la Plataforma Pro-Seleccions Esportives Catalanes o el 1.342.991 euros que este año se destina presupuestariamente a entidades como la Associació d'Amics de la Bressola o la Institució Cívica i del Pensament Joan Fuster i Acció Cultural del País Valencià. Compararemos cifras. El presupuesto para obras hidráulicas de la Generalidad es de 1.238.538 euros, 100.000 euros menos que lo que cuesta la Plataforma Pro-Seleccions. También es significativo saber que los medios de comunicación públicos catalanes disponen de un presupuesto de importe consolidado que alcanza los 504.052.000 euros (más de 4 veces que los medios públicos de la Comunidad de Madrid) mientras que el Servei Català de Salut dispone de una partida presupuestaria de 205.992.500 euros de inversión real.

Jordi Pujol fue un gran vendedor: su doctrina ha tenido efectos transversales. Vendió bien a una buena parte de la sociedad catalana que los partidos nacionalistas, por su condición regional, son los que mejor pueden defender los intereses de los catalanes. El PSC no dudó en sumarse al carro con tal de chupar del bote; no ha querido ser un partido socialista, sus prioridades son otras. Gracias a la doctrina de Pujol como lugar común, Felip Puig pudo decir no hace mucho en un programa de televisión que "la independencia hay que tenerla siempre en la cabeza, pero no hay que hablar mucho de ella" sin que nadie le reprochase lo que oculta tras esa frase aparentemente inofensiva. ERC no se oculta y afirma trabajar cada día por la "independencia". Y Montilla emula a Pujol yendo a Madrid a hablar de la desafección de "Cataluña con España", como si Cataluña fuese una señora y España otra que se pelean en la cola del supermercado.

Tras esta breve exposición parece quedar claro que el constante expolio al que se nos somete a los catalanes tiene por nombre construcció nacional. No cabe duda, necesitamos independizarnos, pero del nacionalismo: gastan nuestros tributos en chorradas y lo hacen en detrimento de, por ejemplo, la sanidad, la educación y las infraestructuras. Por no hablar del menoscabo de la igual libertad entre los catalanes, pero también entre todos los ciudadanos de España en un tiempo donde en lugar de construir feudos hay que construir una Unión Europea política que supere a la simple Unión Europea mercado.

Sergio Sanz. Miembro del Consejo General de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía y responsable de la Comunicación de la agrupación de Jóvenes del partido.

martes, 13 de noviembre de 2007

¿CUÁNTO NOS CUESTA SABER QUIÉNES SOMOS?


¿Que hicieron con nuestros impuestos? ¿Por qué no invirtió en infraestructuras el primer Tripartito y ahora se quejan del caos en las comuniaciones urbanas, de cercanias, de los problemas que da el AVE, etc.?

Para saber eso,……. hay que saber contestar otra pregunta:


¿CUÁNTO NOS COSTÓ SABER QUIÉNES SOMOS DURANTE ESE
PERIODO? (2003-2006)


Algunos gastos ciertamente útiles, para el bienestar de los ciudadanos catalanes, que realizó nuestra administración autonómica:


ENTIDAD
IMPORTE
FINALIDAD DE LA SUBVENCIÓN
Kipus Esal
9.500 €
Para los gastos de organización y realización de la ofrenda foral al monumento de Casanovas el 11 de septiembre de 2003
Consorci Casa de les Llengües
2.399.990 €
Suma de dos transferencias correspondientes al año 2006
Consorci Casa de les Llengües
750.159 €
Para el desarrollo de las aplicaciones TIC en la Casa de las Lenguas
Xarxa d'Entitats Cíviques i Culturals dels Països Catalans pels Drets i les Llibertats Nacionals
430.000 €
Coleccionables y suplementos del semanario El Temps
Plataforma Proseleccions Esportives Catalanes
90.000 €
Prtomoción de las selecciones deportivas catalanas en los medios de comunicación
Centre Internacional Escarré per a les Minories Ètniques i les Nacions (CIEMEN)
38.000 €
Actividades en favor de los derechos lingüísticos, culturales e identitarios
Associació Cultural del País Valencià
60.000 €
Creación de una oficina de política lingüística en la Comunidad Valenciana
Enciclopèdia Catalana, SA
10.000 €
Edición del diccionario sánscrito-catalán
Associació Racó Català
30.000 €
Proyecto para ampliar la capacidad de racocatala.com
Comissió de la Dignitat
32.000 €
Proyecto de la reclamación de los papeles de Salamanca
Joventuts d'Esquerra Republicana de Catalunya-JERC
22.000 €
Acampada joven 2005
Cercle per a la Defensa i la Difusió de la Llengua i la Cultura Catalanes
3.000 €
Edición de un missalet como instrumento digno en alguerés para el uso de los feligreses


Les dejo un documento en formato Excel, que recoge detalladamente y en resúmenes, casi todos las subvenciones otorgadas por la generalitat durante el gobierno del primer Tripartito. Todos los datos recogidos en este Excel, están extraídos literalmente de las publicaciones del "BOE Catalán"


Todas las cantidades están reflejadas, como no podía ser de otra manera, en el Documento Oficial de la Generalidad de Cataluña (DOGC), entre los años 2003 y 2006, con la firma correspondiente del secretario autorizado: Carles Duarte i Montserrat, Ramon García-Bragado i Acín, Raimon Carrasco i Nualart o Xavier Vendrell i Segura.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Pujol y el victimismo

El ex presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol se lamentaba el pasado día 30 de octubre en el artículo Intoxicación. Y consistencia de la catalanofobia de España a Cataluña:

Ahora Catalunya tiene mala prensa en Madrid. Y en toda España. Nunca como ahora la opinión pública española, es decir, no sólo los políticos, sino también los medios de comunicación –prácticamente sin excepción– y la gente de a pie, se había expresado en términos tan negativos hacia Catalunya. En la época de Franco el Régimen era muy hostil hacia Catalunya, era perseguidor y opresor. Pero la gente no tenía un grado tan alto de animadversión como tiene ahora.

Y tiene razón el ex presidente de la Generalitat. Recuerdo con nostalgia la envidia sana que el resto de españoles nos tenían en los años setenta por vivir en Barcelona. Mientras Madrid arrastraba la leyenda de ciudad de funcionarios y centro de poder franquista, Barcelona aparecía como la ciudad cosmopolita y culta. Como al París de principios de siglo, allí recalaban bohemios y creadores, escritores y activistas contra el régimen, seguros todos de llegar a la ciudad de la libertad. Esa superstición recorrió todos los rincones de España; la extendíamos los inmigrantes nacidos en otras tierras de España en cada viaje de retorno de vacaciones a nuestros lugares de nacimiento. Nunca tantos españoles se hicieron seguidores del Barça. Hay toda una generación de progres que metían libertad, Barcelona y Barça en el mismo saco. Simplificaciones muy humanas en tiempos sedientos de nuevos referentes. Rodríguez Ibarra o Rodríguez Zapatero son algunos ejemplos.

Fueron esos tiempos los mejores para la lengua catalana. Nunca tuvo tanta comprensión y defensa. Tenía menos hablantes y no regía como única lengua de las instituciones catalanas, pero contaba con el amor incondicional de todos. Precisamente lo que ahora reclaman.

A la vuelta de dos décadas, el hombre que heredó ese maravilloso legado, se queja de que España ya no nos quiere, o nos quiere menos. Se debía preguntar por qué, pues en él encontraría la causa de todas la causas.

Nada más acceder a la presidencia de la Generalitat puso en marcha el sueño nacionalista que acabaría siendo la pesadilla de quienes no lo compartíamos. Si a una persona negra no le reconoces su color de piel como atributo inseparable de su persona, es posible que tal ciudadano se sienta menospreciado en parte de sus derechos; si a un homosexual no le reconoces y respetas su opción sexual, es posible que acabe por adquirir mecanismos de defensa contra las instituciones o la sociedad que lo avergüenzan; si a un castellanohablante le excluyes su lengua en instituciones, escuela y medios públicos de comunicación, puede que acabe por sentirse excluido de derechos y menospreciado. Como el negro, como el homosexual. Sin ir más lejos, como usted se sintió menospreciado cuando en otros tiempos excluyeron la lengua de su madre. Lo terrible es que haya que explicar tal obviedad.

Nada más llegar a la presidencia de la Generalitat, ordenó una limpieza lingüística en el callejero municipal, subvencionó el cambio de idioma en letreros comerciales, obligó a cambiar de lengua a miles de maestros (14.000 se fueron de 1983 a 1985), fundó TV3 y Cataluña Radio sólo en catalán y, sobre todo, nos contagió a todos de un victimismo enfermizo respecto a Madrid que ha acabado por convertirse en un mecanismo de defensa ante cualquier responsabilidad política que habríamos de asumir y no hacemos.

Tiene también razón Pujol en su artículo al recordar que Cercanías y Red Eléctrica son responsabilidad del Gobierno de España:

¿Cómo se puede afirmar que el mal funcionamiento y la falta de planificación y de inversión son culpa de la Generalitat y, por lo tanto, de Catalunya?

Repito. Decir esto es faltar gravemente a la justicia, a la verdad, al respecto de la gente y al respeto a Catalunya. Y cuando, prácticamente, todas las fuerzas políticas españolas, y cuando, prácticamente, todos los medios de comunicación españoles participan de esta maniobra o no la contradicen y dejan que el rechazo, el desprecio, el resentimiento o, a veces, el odio se desperdiguen, hace falta decir que en España hay un fallo.

¡Cuánta razón tiene Pujol! Lástima que esa proyección para descargar en otros las culpas o inventar agravios sea la obra mejor acabada de su práctica política. Durante años la ha practicado con nocturnidad y alevosía. Él la inventó. Recuerdo durante cuántos años logró engañar al pueblo de Cataluña afirmando que la educación y la sanidad no funcionaban porque Madrid no traspasaba las competencias, cuando ya las tenía todas. Todavía hay gentes en Cataluña que creen que la culpa de todo la tiene Madrid porque Cataluña es una colonia de España. Recuerden las balanzas fiscales o los peajes que sus gobiernos renovaron. Nadie mejor que él ha practicado esa política de "resentimiento" y "odio". Él es el arquitecto. Aplíquese, por tanto, su propia acusación a sí mismo.

A menudo me pregunto qué tendrán los culturgenes de la cultura nacionalcatalanista para dejar fuera de su comprensión de la realidad el principio de no contradicción. ¿Cómo no ven que la pluralidad, comprensión, tolerancia, etc. que exigen a España no la practican ellos en Cataluña? Hace unas semanas tenían la oportunidad de ejercerla en la Feria del Libro de Frankfurt, pero prefirieron excluir a todos los escritores catalanes en lengua castellana. ¿Qué autoridad moral pueden tener discursos que boicotean productos españoles por el mero hecho de ser españoles (esta estupidez la iniciaron web nacionalistas y fueron contestadas por otras estupideces desde el otro lado del espejo)? ¿Qué autoridad moral pueden tener quienes se mofan de símbolos españoles por el mero hecho de ser españoles? ¿Qué autoridad moral pueden tener quienes apuestan contra la candidatura a los Juegos Olímpicos de Madrid, cuando toda España apoyó con entusiasmo la de Barcelona?

Estas y otras muchas paradojas y contradicciones no son obra directa del ex presidente de la Generalitat, pero todas han nacido de su doctrina victimista. 23 años de nacionalismo moderado nos han legado una generación de radicales con los que tenemos que lidiar todos los días. Él es el máximo responsable.

Tiene usted razón, señor Pujol, hoy nos quieren menos. Pero escuche la estrofa del uruguayo Jorge Drexler:

Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma.

31 octubre 2007, C's Antonio Robles